por En abril, la primavera perpetua se consagra en esta República Bolivariana de Venezuela, y Alejo Carpentier desparrama su mágica hojarasca sobre lo real maravilloso de nuestro suelo y su plenitud solar, y su alborotada plenitud de paraulatas, y su amplitud nocturna en la Constelación de Alcaraván.
Una vez más estamos en abril, el ciclo vital se verifica, Pachamama abre sus brazos sobre el Orinoco y el Caribe, se despereza, tiende la cama y va y despierta al huerto con garúas amorosas. Estamos en abril una vez más; una vez más abril abre caminos hacia el resto del año, abre las sendas a seguir hasta diciembre y las hallacas y la chicha de maíz, y el dulce de lechoza, para recibir en grande al nuevo año.
Estamos un pelo desfasados con el calendario Vaticano porque el año comienza en abril, cuando despierta la madre tierra; pero qué se la va a hacer, si a los Mexicas, Europa no les acredita ciencia alguna. Los doctos en ciencias le imponen leyes a la naturaleza, y los Mexicas se regían por los dioses del Sol, la Luna, las estrellas, el maíz, la lluvia, la serpiente, el cacao; y según los sabios académicos nunca aprendieron a leer ni a escribir, no tuvieron alfabeto por lo tanto eran antropófagos ignorantes, ritualistas diabólicos, sin Santo Papa sus leyes y tribunales, y con un calendario maldito. Por eso el año no empieza en abril, aunque la vida sí. Al menos por estas latitudes.
Para nosotros los chavistas, el año, la vida toda empieza en abril, porque todo once tiene su trece. ¡Viva la vida, carajo!