Dina Kraft David Grossman
Unos 6.800 israelíes y palestinos de ambos lados del muro se reunieron el martes 17 de abril para llorar y reconocer el dolor mutuo por la muerte de sus seres queridos en el conflicto en una ceremonia conjunta en el Día de la Memoria en la que pidieron el fin de la violencia.
Todos los 5.500 asientos preparados para el evento en parque Ha’Yarkon de Tel Aviv fueron ocupados, y cientos de personas más escucharon de pie a los miembros de las familias palestinas e israelíes en duelo en el escenario construido al aire libre frente a un bosque de palmeras y eucaliptos.
Yihad Zhayar de Belén habló del dolor de perder a su hijo Ala e instó a todos a trabajar por la reconciliación. “El silencio es la tragedia, no callenâ€, dijo. Zhayar fue uno de los 90 palestinos de Cisjordania que participaron en la ceremonia, a la que inicialmente se le había prohibido asistir.
“Creo que es el único evento en el Día de la Memoria que realmente alienta la esperanza, porque si se ve a gente que ha pagado el precio más alto hablar con una misma voz para poner fin a la violencia y por la reconciliación, sin duda es un ejemplo para los demásâ€,dijo Robi Damelin, una de las organizadoras del evento, “y por eso cada vez más personas vienen cada añoâ€.
Damelin es una activista israelí del Círculo de Padres – Foro de las Familias, un grupo de familias israelíes y palestinas en duelo que trabajan juntas por la reconciliación. Su hijo David fue muerto por un francotirador palestino en un puesto de control de Cisjordania en 2002.
Su grupo co-patrocinó la ceremonia israelí-palestina en el Día de la Memoria, que se celebra desde 2006, junto con los Combatientes por la Paz, una organización de ex soldados israelíes y militantes palestinos.
El ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, quien calificó el evento conjunto de insensible y de “mal gustoâ€, trató de impedir que los palestinos en duelo asistiesen, pero el Tribunal Supremo falló en su contra después de que los organizadores apelaron la decisión.
El escritor David Grossman, cuyo hijo Uri murió en la Guerra del Líbano de 2006 y que el jueves será galardonado con el Premio Israel de Literatura 2018, cerró los discursos con un vehemente llamamiento a romper con lo que llamó el cinismo y la propaganda del miedo de los políticos.
Para los israelíes, el Día de la Memoria es una jornada solemne, que tradicionalmente recuerda a los soldados muertos y víctimas del terror del país. Las familias y amigos visitan los cementerios militares, se llevan a cabo ceremonias y suenan las sirenas dos veces en honor a los muertos. La misma idea de que israelíes y palestinos puedan conmemorar juntos y reconocer el dolor de unos y otros es un anatema para algunos.
Unas horas antes de la ceremonia del martes, el Tribunal de Justicia falló permitir que un grupo de 110 palestinos de Cisjordania pudieran asistir a la ceremonia de Tel Aviv. En su fallo dictaminaron que «el juicio del ministro de defensa carece completamente de sensibilidad ante las consideraciones de las familias de las víctimas, que quieren celebrar una ceremonia con israelíes y palestinos».
El tribunal desestimó el argumento de Lieberman de que la ceremonia era de mal gusto, diciendo que «ignora por completo» el hecho de que una parte de las familias de las víctimas y de la opinión pública israelí quiere una ceremonia alternativa.
El año pasado, cerca de 4.000 personas asistieron al evento, que también atrajo a un fuerte grupo de manifestantes de derecha que amenazaron y agredieron a los participantes.
En la ceremonia del martes, una de los oradores, todos ellos familiares de víctimas, fue la hija de un activista por la paz y veterano de guerra israelí que murió en un ataque terrorista en 2002. Habló de su lucha por seguir el camino de la reconciliación después de la muerte de su padre. Una mujer palestina cuyo hermano fue muerto a tiros por soldados israelíes durante una manifestación preguntó cuánto tiempo más continuará el sufrimiento y el dolor. Dina Kraft
“Israel es una fortaleza, pero no aun un hogarâ€
David Grossman
El gran escritor israelí David Grossman, cuyo hijo Uri murió en la Guerra del Líbano de 2006 y que el jueves 26 de abril recibirá el Premio Israel de Literatura 2018, pronunció este discurso en la Conmemoración Alternativa en Tel Aviv.
Estimados amigos, buenas noches.
Hay una gran cantidad de ruido y alboroto en torno a nuestra ceremonia, pero no hay que olvidar que por encima de todo, esta es una ceremonia de recuerdo y comunión. El ruido, incluso si está presente, está más allá de nosotros, porque en el corazón de esta noche hay un profundo silencio – el silencio del vacío creado por la pérdida.
Mi familia y yo perdimos a Uri en la guerra, un hombre joven, dulce, inteligente y divertido. Casi doce años después, todavía me es difícil hablar de él públicamente.
La muerte de un ser querido es en realidad también la muerte de una cultura privada, total, personal y única, con su propio lenguaje y su propio secreto, que nunca volverá a ser, ni nunca habrá otra igual.
Es indescriptiblemente doloroso enfrentarse a ese decisivo ‘no’. Hay momentos en los que casi absorbe todo el ‘tener’ y todo el ‘sí’. Es difícil y agotador luchar constantemente contra el peso de la pérdida.
Es difícil separar la memoria del dolor. Duele recordar, pero da más miedo olvidar. Y lo fácil que es, en esta situación, ceder al odio, la rabia y el deseo de venganza.
Pero cada vez que me tienta la rabia y el odio, siento en seguida que estoy perdiendo el contacto vital con mi hijo. Algo esta sellado, y tomo la decisión, elijo. Y creo que los que están aquí esta noche han hecho la misma elección.
Y sé que en el dolor también hay aliento, creación, bien hacer. Que el dolor no aísla, sino que también conecta y fortalece. Aquí, incluso viejos enemigos – israelíes y palestinos – pueden conectar entre sí a causa del dolor, e incluso gracias a él.
He conocido a unas cuantas familias de víctimas a lo largo de estos años. Les dije, desde mi experiencia, que incluso cuando estamos hundidos en el dolor hay que recordar que todos los miembros de la familia deben poder llorar y hacer su duelo de la forma que deseen, como sean ellos, y de la manera en que su alma les pida.
Nadie puede decirle a otra persona cómo hacer el duelo. Ni a cada familia concreta, ni a la gran familia de los que están de duelo.
Hay una fuerte sensación de que nos conecta, la sensación de un destino común y un dolor que sólo nosotros conocemos, que no hay palabras que lo describan, por lo menos en público. Por eso, si la definición de una ‘familia en duelo’ es genuina y honesta, por favor respeten nuestra manera de serlo. Merece respeto. No es un camino fácil, ni es obvio, y no está exento de contradicciones internas. Pero es nuestra manera de darle sentido a la muerte de nuestros seres queridos, y a nuestra vida después de su muerte. Y es nuestra manera de actuar, de hacer – sin desesperar ni desistir – para que un día, en el futuro, la guerra se desvanezca, y tal vez cese por completo, y podamos empezar a vivir, vivir una vida plena, y no sólo subsistir de guerra en guerra, de desastre en desastre.
Nosotros, israelíes y palestinos, que en nuestras guerras hemos perdido a los que más queríamos, tal vez más que a nuestra propia vida, estamos condenados a tocar la realidad a través de una herida abierta. Los heridos así ya no pueden hacerse ilusiones. Los heridos así saben hasta que punto la vida esta repleta de grandes concesiones, de compromiso sin fin.
Creo que el dolor nos hace, a los que estamos aquí esta noche, más realistas. Tenemos claro, por ejemplo, lo que se refiere a los límites del poder, lo que se refiere a las ilusiones que siempre acompañan a la que tiene el poder.
Y somos más cautos, más de lo que éramos antes del desastre, y despreciamos cada exhibición de orgullo vacuo o de consignas nacionalistas arrogantes, o de pomposas declaraciones de dirigentes. Somos más que cautos: nos producen alergia en la practica. Esta semana, Israel está celebrando su 70 aniversario. Espero que celebremos muchos más y muchas generaciones de hijos, nietos y bisnietos, que vivan aquí, junto a un Estado palestino independiente, de forma segura, pacífica y creativamente, y – más importante aún- en una rutina diaria serena, en buena vecindad; y que se sientan en casa.
¿Qué es un hogar?
Un hogar es un lugar cuyas paredes – fronteras – son claras y aceptadas; cuya existencia sea estable, sólida, y relajada; cuyos habitantes sepan sus códigos íntimos; cuyas relaciones con sus vecinos hayan sido acordadas. Que proyecte un sentido de futuro.
Y nosotros, los israelíes, incluso después de 70 años – no importa cuantas palabras llenas de miel patriótica se pronuncien en los próximos días – no lo hemos conseguido todavía. Aún no estamos en casa. Israel fue establecido para que el pueblo judío, que casi nunca se ha sentido en casa-en-el-mundo, tuviese finalmente un hogar. Y ahora, 70 años después, Israel puede ser una fortaleza, pero todavía no es un hogar.
La solución a la muy compleja relación entre israelíes y palestinos se puede resumir en una breve fórmula: si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco.
Y viceversa: si Israel no es un hogar, tampoco lo será Palestina.
Tengo dos nietas, de 6 y 3 años. Para ellas, Israel es evidente por sí mismo. Es obvio para ellas que tenemos un estado, que hay caminos y escuelas y hospitales y una computadora en la guardería, y una lengua hebrea, rico y viva.
Pertenezco a una generación que no puede dar por sentadas ninguna de estas cosas, y es desde esa inseguridad desde la que hablo. Desde una fragilidad que recuerda claramente el miedo existencial, así como la firme esperanza de que ahora, por fin, tenemos un hogar.
Pero cuando Israel ocupa y oprime a otra nación, durante 51 años, y crea un auténtico apartheid en los territorios ocupados – se convierte en mucho menos que un hogar.
Y cuando el ministro de Defensa Lieberman decide impedir que los palestinos amantes de la paz puedan asistir a una reunión como la nuestra, Israel es menos que un hogar.
Cuando los francotiradores israelíes matan a decenas de manifestantes palestinos, la mayoría civiles, Israel es menos que un hogar.
Y cuando el gobierno israelí intenta improvisar acuerdos más que cuestionables con Uganda y Ruanda, y está dispuesto a poner en peligro la vida de miles de solicitantes de asilo y expulsarlos a lo desconocido – para mí, es menos que un hogar.
Y cuando el primer ministro difama y llama a atacar a las organizaciones de derechos humanos, y cuando está buscando como promulgar leyes que dejen de lado al Tribunal Superior de Justicia, y cuando la democracia y los tribunales son cuestionados de forma constante, Israel se convierte incluso en menos que un hogar, para todo el mundo.
Cuando Israel abandona y discrimina a los residentes en los márgenes de la sociedad; cuando abandona y debilita de forma continua a los vecinos del sur de Tel Aviv; cuando endurece su corazón ante la difícil situación de los débiles y los que no tienen voz, sobrevivientes del Holocausto, pobres, familias monoparentales, ancianos, niños sacados de sus hogares y depositados en orfanatos y hospitales que se desmoronan, es menos que un hogar. Es un hogar disfuncional.
Y cuando deja de lado y discrimina a 1,5 millones de ciudadanos palestinos de Israel; cuando despilfarra prácticamente su gran potencial de compartir la vida aquí, es menos que un hogar, tanto para la minoría como para la mayoría.
Y cuando Israel despoja de su condición judía a millones de judíos reformistas y conservadores, de nuevo se convierte en menos que un hogar. Y cada vez que los artistas y creadores tienen que demostrar – en sus obras lealtad y obediencia, no sólo al estado sino al partido en el poder, Israel es menos que un hogar.
Israel nos duele. Porque no es la casa que queremos que sea. Reconocemos las cosas grandes y maravillosas que nos han pasado, por tener un estado, y estamos orgullosos de sus logros en muchas áreas, en la industria y la agricultura, en la cultura y el arte, en IT y la medicina y la economía. Pero también sentimos dolor por sus errores.
Y las personas y organizaciones que están hoy aquí, especialmente el Foro de las Familias y los Combatientes por la Paz, y muchos más como ellos, son quizás los que más contribuyen a hacer de Israel un hogar, en el más amplio sentido de la palabra.
Quiero decir aquí que tengo la intención de donar y dividir entre el Foro de la Familia y la organización Elifelet, que se ocupa de los hijos de los solicitantes de asilo – cuyos jardines de infancia son conocidos como “almacenes de niños†la mitad del dinero del premio Israel que voy a recibir pasado mañana,. Para mí, se trata de grupos que hacen un trabajo sagrado, o más bien cosas simplemente humanas que el propio gobierno debería estar haciendo.
Un hogar.
Donde vivir una vida de paz y seguridad; una vida clara; una vida no esclavizada – por fanáticos de todo tipo – por una visión totalitaria, mesiánica y nacionalista. Un hogar cuyos habitantes no sean el material que enciende un principio mayor que ellos, y supuestamente más allá de su comprensión. Que la vida en él se mida por su humanidad. Que de pronto una nación se despierte por la mañana, y vea que es humana. Y que ese ser humano sienta que está viviendo en un lugar sin corrupción, con conexiones, auténticamente igualitario, no agresivo y no codicioso. En un estado cuya única preocupación sean las personas que viven en él, cada una de ellas, con compasión y tolerancia para todas las muchas formas de «ser israelíâ€. Porque “Estas son las palabras de vida de Israelâ€.
Un estado que no actúe por impulsos momentáneos; sin un sinfín de trucos y convulsiones, muecas y manipulaciones; e investigaciones policiales, en zig-zags, para delante y para atrás. En general, me gustaría que nuestro gobierno fuese menos tortuoso y más sabio. Se puede soñar. También se pueden celebrar los logros. Merece la pena luchar por Israel. Deseo también estas cosas para nuestros amigos palestinos: una vida con independencia, libertad y paz, y la construcción de una nación nueva y reformada. Y deseo que dentro de 70 años nuestros nietos y bisnietos, tanto palestinos como israelíes, se reúnan aquí y unos y otros puedan cantar su versión de su himno nacional.
Pero que puedan cantar juntos, en hebreo y en árabe: “Ser una nación libre en nuestra tierra «, y quizás entonces, por fin, sea una descripción realista y precisa de ambas naciones.
https://www.haaretz.com/israel-news/full-text-speech-by-david-grossman-at-alternative-memorial-day-event-1.6011820
Dina Kraft Corresponsal del diario israelí Haaretz.
David Grossman (1954) Escritor y ensayista israelí, varias de sus novelas se han llevado al cine. Las más recientes traducidas al castellano son Delirio, (Lumen, 2011), El abrazo (Sexto Piso, 2013), Gran Cabaret (Lumen, 2014), La princesa del Sol ( Sexto Piso, 2016).Premio Israel de Literatura 2018.
Fuente:
Haaretz
Traducción:
Enrique García