¿Quiénes hacen una revolución? ¿Qué hombres, mujeres, edifican el orden que les debe permitir ser más libres? Los mismos que años atrás, meses atrás, soñaban muchas veces con ir a los Estados Unidos, acomodarse en un cargo del Estado para conseguir seguridad y algo más -no me dé, póngame donde hay, ilustra el dicho- que sabían de política como algo vertical, prometedor y siempre alejado de sus promesas, junto con actos solidarios y colectivos, sujetos a su tiempo históricos. Nadie cae del cielo, y parece más difícil deshacerse de siglas de partidos, número de República, que transformar determinadas prácticas culturales. Por eso, entre otras cosas, cada revolución se parece tanto a las complejidades del pueblo que le da forma. Por eso el chavismo, sus bases, dirigentes, generales, lógicas, tienen rasgos profundamente venezolanos.
El chavismo logró cambios en las profundidades de la cultura venezolana. Existió una metamorfosis de una parte de la sociedad que reordenó la historia, las escalas de valores, prioridades, formas de relacionarse sin devorarse, construyó una narrativa para explicar de dónde se venía, se estaba y hacia donde se iba, con ordenamiento de lo justo e injusto, explicación de enemigos y definición de campo propio. Es una de las principales reservas del chavismo, de su capacidad de resistencia ante este escenario.
Sobre eso vino a golpear la estrategia del desgaste prolongado económico. Estamos frente a consecuencias de una sociedad expuesta durante varios años al desabastecimiento de productos de primera necesidad, de aumentos a precios hiperinflacionarios. No cualquier sociedad sino esta, que reacciona según sus características políticas/culturales fundadas en el chavismo y traídas desde antes. La metamorfosis chavista no eliminó las tendencias que se propuso combatir: el sálvese quien pueda, la corrupción, la especulación del uno sobre el otro, por ejemplo. Las acorraló, no desaparecen. La lucha entre la luz y las tinieblas es eterna, explicó el poeta Ezra Pound.
La guerra fue pensada para que lo acorralado resurgiera con furia. Para lograr una nueva metamorfosis, construida de manera lenta, permanente, agudizada a medida que el retroceso material se acentúa. Desandar lo construido en prácticas organizativas, valores, imaginarios, y señalar como paria a los culpables: el socialismo, Chávez, Maduro. La contrarrevolución, su plan, el capitalismo en su actual desarrollo, necesitan una sociedad antropofágica, donde el humilde devore al humilde, el vecino pobre le revenda leche o arroz a su propio vecino igual de pobre. El chavismo es una potencia anticapitalista, entre otras cosas, por la voluntad de subversión cultural, porque el otro no es una competencia sino un igual para un bien común.
Esa batalla es profunda, subterránea, se libra en cada aumento de guerra del dólar, en cada producto escondido, destrucción del poder adquisitivo, reventa de billetes, en la imposibilidad de mantener una familia con sueldos mínimos y apoyos del gobierno como bonos y Clap. La estrategia del ataque sobre Venezuela tiene varios objetivos en simultáneo: recuperar el poder político y en ese proceso reformatear la sociedad, erosionar al chavismo, reducirlo para luego, quieren, eliminarlo. Es permanente, prolongado, se adentra en las profundidades del tejido social.
Es un enfrentamiento entre dos modelos. El chavista está ante un proyecto de restauración que ya despliega tendencias de su país por venir, dispuesto a hambrear a millones de personas para lograr su objetivo, intenta desenlaces de manera periódica, como la violencia de abril/julio 2017. Se trata de un proyecto de clase que nunca comprendió al chavismo en sus múltiples dimensiones, y piensa, por ejemplo, que desabastecer se traducirá automáticamente en saqueos o votos, o que la muerte de Chávez significaba una derrota casi automática. Subestimaron al chavismo desde su aparición, lo redujeron a la dimensión de gobierno y despreciaron a Maduro. No pueden concebir que los pobres tengan razón política, miradas estratégicas, resistan a las dificultades materiales porque lo que está en juego es más que las dificultades actuales, es la posibilidad de país. El chavismo, los pobres, todo lo que sucede desde 1998 es para ellos una aberración histórica.
Es justamente desde esa integralidad de chavismos que se puede revertir la situación actual. Así como una revolución no se construye desde el Estado, ni la resistencia es asunto de gobierno, tampoco se puede avanzar, retomar iniciativa, sin la entrada en escena de las diferentes dimensiones del chavismo dentro de un plan unitario. Se necesita la organización popular, el Psuv y partidos aliados, los movimientos, el liderazgo, la Fanb, los intelectuales, la subjetividad remoralizada, las victorias electorales, la arquitectura legada por Chávez, revisada y actualizada en funciones de la etapa, los errores, las urgencias estratégicas. En esto último la economía ocupa una centralidad repetida: es ahí donde se los Estados Unidos superponen ataque sobre ataque y se concentran las contradicciones del chavismo.
Se trata de un debate que cruza variables ideológicas, pragmáticas, que necesita un balance todavía pendient sobre lo recorrido, el intento de despegue de una trama de economía socialista en simultáneo con la convivencia -¿hasta qué punto?- con los privados. La revolución intentó ampliar el aparato productivo, diversificar, desandar la dependencia casi exclusiva hacia la renta petrolera. La limitación de esos avances fue detectada por quienes planificaron la estrategia de guerra. Por eso la centralidad de los golpes ahí, con su consecuente impacto en la vida de los comunes, muchos de los cuales, ante las dificultades, recurren a la reventa dentro del mundo especulativo capitalista. “Las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea a los componentes de su identidad social y políticaâ€, analizaba Rodolfo Walsh. La batalla cultural está unida a la económica. Sin estabilizar la economía resulta difícil detener el nuevo cambio en las profundidades, el retroceso, una situación económica retroalimentada por esas mismas herencias.
¿Cómo estabilizar la economía? Esa es la pregunta, la dificultad, las diferentes miradas en un cuadro crítico. Existe un imaginario en construcción: aquel que sostiene que serán los privados, tanto viejos como emergidos en el chavismo, quienes podrán poner a producir la economía necesaria. Está en filas de sectores del gobierno, se sustenta sobre intereses de clases, importadores -muchas veces ligados a la corrupción-, y la conclusión de que ni el Estado ni el pueblo organizado lograron la productividad necesaria. Otras miradas defienden la necesidad de revisar lo intentado, sus aciertos y errores, y continuar con las coordenadas estratégicas de ensayo de producción comunal/campesina articulada a la estatal, entre otras posibilidades. Un debate que encierra profundidades de modelos, que se traduce en una distribución diferenciada de los ingresos del dinero proveniente del petróleo.
¿Qué margen existe hoy en un cuadro del bloqueo internacional? Ahí están las alianzas con Rusia, China, la criptomoneda, el intento de quebrar el cerco, en el cuadro de un continente con gobiernos de derecha subordinados a los Estados Unidos. Una guerra demanda una economía de guerra, y la posibilidad de un acuerdo con el enemigo resulta improbable. El imperialismo, la oligarquía, la gran burguesía, los banqueros, los ricos dentro y fuera del país, quieren borrar este ciclo histórico, vernos caníbales, humillados, aduladores de los verdugos. Aunque el gobierno les de lo que pidan, dólares y negocios, este nunca será su gobierno.
Pocas sociedades aguantarían lo que desató esta guerra. En eso está la profundidad del chavismo como identidad, metamorfosis que no fue casualidad sino plan, capacidades estratégicas de la conducción en episodios claves. La violencia del ataque es proporcional a los aciertos. No está en juego un gobierno, un nombre de partido o una liturgia, está puesta sobre la mesa una posibilidad latinoamericana, de nosotros mismos. Sucede pocas veces en la historia, esa que no enseña que las victorias son excepciones y no una regla. Esta es nuestra época, nuestra responsabilidad antes quienes nos antecedieron y quienes vendrán.