Por la libertad del pensamiento: Sant Roz, Paravisini, Julio Escalona y los demás, gracias por el debate

Para mí es un honor que camaradas tan valiosos, inteligentes y revolucionarios hayan participado conmigo en este interesante debate de estos días, después de la publicación en Aporrea.org de mi artículo titulado «La victoria pírrica». Las ideas han sido planteadas, muchas otras personas han participado y, al menos para mí, ha sido una discusión provechosa y formadora. En ese sentido, deseo referir otros asuntos que se vinculan a lo vivido en estos días.

En Venezuela todos los trabajadores de las ideas tenemos que convertirnos en defensores del derecho a expresarlas y discutirlas. En ese sentido, deseo plantear el peligro que significa la intención de reprimir, con distintas sutilezas, este derecho. Voy a referir casos concretos. En plena campaña electoral escribí un texto crítico en un grupo de WhatsApp de la Asamblea Constituyente. Un Constituyente que ocupa un lugar destacado en una de las comisiones me asomó en ese momento que, en plena campaña, no era conveniente hacer críticas. No me estaba prohibiendo nada, es verdad, solo actuaba con una «recomendación amistosa», bajo la aceptación pasiva de una aberración metodológica: pensar solo cuando convenga. Una cosa rara es que otro Constituyente, que es un intelectual y expresa sus ideas a diestra y siniestra cada vez que puede, se mostró de acuerdo con esta acción represiva.

Otro caso, más reciente. A raíz de mi artículo-detonante del pasado lunes, un alto funcionario me aconsejó, también amistosamente, que fuera más «prudente». Otra sutileza para proponerme amarrar mis ideas y no expresarlas, en nombre de no sé qué razón que no me terminó de explicar.

Hace poco tiempo, un muy alto funcionario que conoce mi impronta crítica, pretendió descalificarme en público usando un calificativo irrespetuoso sutilmente deslizado ante las cámaras y los micrófonos. Las miles de lecturas de mi mencionado artículo, todo lo que generó, las numerosas comunicaciones que me llegaron de dentro y fuera del país, casi todas en tono positivo, demuestran que ese intento fue fallido. Esto implica que su errática acción agresiva-pasiva no pudo derrumbar el respeto que me he ganado en muchos años de lucha y de trabajo como pensador y activista revolucionario.

Hay otros ejemplos, pero con estos basta para comunicar formas solapadas de reprimir el pensamiento y obstaculizar el fluir de las ideas con coacciones de diversa índole ¿Qué se persigue con esto? En mi opinión, es una forma de reforzar otra aberración: la intención, de una parte importante del chavismo, de imponer un pensamiento único, sustentado en un discurso construido con frases hechas, consignas, conceptos inamovibles, repetición memoriosa de ideas fijas, una retórica «revolucionaria» e «histórica», aliñada con gritos, exclamaciones e inflexiones oratorias que tratan de sustituir su vacío conceptual con la apelación a sentimientos primarios de la audiencia, condicionada además por las mencionadas frases hechas e ideas fijas.

La pretendida -y probablemente inútil- intención de coartar el debate contrasta con la recurrencia de la diatriba como forma frecuente de dirimir las diferencias políticas. La diferencia entre la diatriba y el debate es evidente: la diatriba consiste en el intercambio de ofensas y acusaciones, el debate en la confrontación de ideas y posiciones.

En una sociedad revolucionaria avanzada, en la que todo el pueblo contará con una sólida formación cultural y una clara conciencia crítica, el debate será el pan de cada día, y no habrá condicionamientos ni cortapisas para que se desarrolle. Mientras llega esa sociedad ideal, si es que llega, seamos todos defensores férreos del concepto establecido por Mao Tse Tung y evocado más de una vez por Hugo Chávez: «Que cien flores se abran y compitan cien escuelas del pensamiento para promover el progreso de las artes y las ciencias, y de una cultura socialista floreciente en nuestra tierra»