Hace 56 años. El Porteñazo despertó a Betancourt

¨Cuando un Gobierno
viola los derechos del pueblo,
la insurrección es el más sagrado de los derechos
y el más indispensable de los deberes.¨

Marqués de La Fayette

 

La grisácea atmósfera de aquella madrugada del sábado 2 de junio de 1962 explotó y se hizo añicos. Tempranito sonaron las campanas de la iglesia perforadas por las balas. La plaza Flores dejó atrás su leyenda que creó el cantor de boleros Felipe Pirela, y se convirtió en el santuario de los alzados en armas, cuyos ecos volaron por los aires, y viajaron hasta el mismísimo Palacio de Miraflores, donde despertaron, sin previo aviso, al presidente de la República, Rómulo Betancourt: «Llámeme al ministro de la Defensa, de inmediato», ordenó, todavía sin despertarse completo. «Es el mismo grupito de comunistas, que se levantó en Carúpano. Y pensar que yo le ordené al ministro que los agarrara y los metiera bien presos; la pena máxima, la pena máxima», reflexionó. «Al mal hay que arrancarlo de raíz, para que no se reproduzca y crezca hasta hacerle daño a medio mundo. A estos carajos, comunistas de mierda, hay que meterles la pena máxima, o sea 30 años».

Teniente Pausides González, capitán Víctor Hugo Morales, alférez Freddy Figueroa Bastardo, alférez Rafael Sierra Acosta, maestre de segunda Teófilo Santaella y maestre de tercera Francisco Aguilera.

 

La información había despertado al presidente, y trastocado su sueño mañanero y su fin de semana. Impartió órdenes tras órdenes. Entre ellas la de atacar a los insurrectos por tierra, aire y mar, sin contemplación alguna.

A modo de antecedente

El espíritu del 23 de enero de 1958, desde el punto de vista de los anhelos del pueblo venezolano, se había perdido. Resultó un engaño a los venezolanos, ya que se salió de la dictadura y se entró en una era de «quítate tú, que me toca a mí». Fue una rebatiña entre los partidos tradicionales: AD, Copei y URD. Sus dirigentes, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, engañaron al pueblo. Lo adormecieron con su falso verbo entreguista y claudicante ante los intereses del señor Nelson Rockefeller, acá en el país, y allá en el norte, al mismísimo imperio. El pueblo venezolano perdió una gran oportunidad de liberarse de las tenazas de los gringos, y hacer una verdadera revolución. Cundió la frustración en varios sectores de la población, incluyendo a los partidos del estatus.

El descontento y la desesperanza se hicieron presentes en las mentes de hombres y mujeres, así como en los trabajadores, campesinos y estudiantes. En el pueblo, en general. Una vez más los venezolanos eran burlados por los viejos políticos, incapaces de asimilar los cambios que reclamaba la patria. Mucho se ha escrito sobre este fracaso de la dirigencia de aquel momento, y que había negociado con Estados Unidos, antes de que Pérez Jiménez alzara vuelo. Todo estaba arreglado. Todo se consumó bajo la tutela del Departamento de Estado de Estados Unidos, el Pentágono y la CIA.

Pero el rosario venía por dentro. Una vez que el contralmirante Wolfgang Larrazábal, como presidente de la Junta de Gobierno, se dejó manipular por Betancourt, Caldera y Villalba, se cayó la esperanza. Nació el Pacto de Punto Fijo, el cual ya venía conformado desde Nueva York. Larrazábal se dedicó a abrazar viejitas y niños, mientras la oligarquía se atrincheraba en el poder. Se efectuaron las elecciones presidenciales, y tal como se esperaba, ganó Rómulo Betancourt. Pero rápidamente se le vio la tendencia proyanqui de su Gobierno. Se creó la «ancha base» (AD-Copei-URD), pero la paz y la tranquilidad duró poco. Fue así como se llegó a la primera división de AD. Nació el MIR, integrado por jóvenes de la época que son llamados «cabezas calientes», como Domingo Alberto Rangel, Américo Martín y otros. Ellos, desde la clandestinidad, habían fortalecido una visión distinta a la de al viejo liderazgo.

Ese era el escenario que se presentaba al Partido Comunista de Venezuela y al MIR. El primero, apartado a un lado por Betancourt, a pesar de la importancia de su lucha contra la dictadura perezjimenista. Un escenario propicio para la radicalización, en contra de un Gobierno entreguista y represivo que dio vida a aquella famosa frase betancourista de «Disparen primero y averigüen después». La llegada de Fidel Castro y sus barbudos a La Habana, después de haber hecho trizas a los militares del dictador Fulgencio Batista, se abría paso dentro de los sectores más avanzados de la sociedad venezolana, para aspirar a un mundo mejor. Y una manera de lograrlo era enfrentar al régimen de Betancourt.

Dentro de este marco referencial, flanqueado por la represión del régimen de Rómulo Betancourt a todo lo que oliera a comunismo, la persecución a oficiales de izquierda, puestos en evidencia con el levantamiento en Carúpano el 4 de mayo de 1962, y la influencia de la reciente victoria de los barbudos en Cuba, como punto de referencia a nivel ideológico, apresuraron los acontecimientos. No había otra alternativa: o el Gobierno les ponía la mano y los enviaban a la cárcel o se la jugaban con el alzamiento. Esto último fue lo que se escogió. Fue la voluntad de los oficiales jóvenes, bajo las órdenes de oficiales superiores con conciencia de lo que se tenía que hacer. El plan se concibió a la luz de la visión de civiles de izquierda, ligados al Partido Comunista y al MIR (la izquierda). Bajo ese manto de unión ideológica se planificó el Porteñazo. Apenas a un mes de los sucesos en Carúpano. Era un solo movimiento, pero por cosas de la vida se partió en dos, debilitando las acciones de guerra, con la consecuencia ya sabida por todos: las tropas del régimen de Betancourt hicieron valer su mayoría y capacidad ofensiva en ambos alzamientos.