La mano dura y las tareas del «Yo» La mano dura y las tareas del «Yo»

José Roberto Duque

Sí, molesta y causa escozor la liberación de un puñado de sicópatas que deberían permanecer en prisión para siempre. Como la noción que todos o casi todos tenemos de la justicia está relacionada con la venganza, solemos agregarle a ese enunciado algún dato de crueldad extra: presos y sin comida; presos y acostados sobre brasas; presos y con un pitbull rabioso durmiendo en la misma cama. Que sean triturados y escupidos como lo fueron sus víctimas.
Me indigna hasta el dolor físico el recuerdo de lo que esos criminales les hicieron a otras personas, a los bienes públicos y al país en pleno, y quiero cobrarme el dolor con más dolor. La razón jurídica y la razón política me importa poco; soy humano, y como mi índole es la humanidad, quiero ver sufrir a quien hizo sufrir a los míos. Mucho más cuando les miro la actitud después de excarcelados: es evidente que seguirán jodiendo, y a simple vista no se percibe el porqué de esa concesión. Recomendación: no echarle un vistazo tan simple al tema.
A nadie le duele más la liberación de un asesino que a los deudos de los asesinados; ya respecto al caso específico de las víctimas de las guarimbas se han difundido noticias y análisis.
El fenómeno alterno es la existencia de personas a quienes parece dolerles más que a nadie todo lo que pasa en el país. Los jueces implacables que harían cosas extraordinarias si estuvieran al frente de un país y una revolución.
Pero como no están al frente de la revolución o del país (o lo están pero no se han enterado de qué o cuánto pueden hacer al respecto), y como sus vidas cotidianas no les permite ese heroísmo digno de epopeyas, entonces esperan del presidente y de las instituciones que hagan las cosas soñadas: destruir al enemigo, reducirlo a polvo, desaparecerlo. «Si yo fuera presidente» le hubiera declarado la guerra a Colombia, a Estados Unidos, a Guyana y al Brasil; hubiera expropiado todas las empresas y metido presos a todos los empresarios, bachaqueros y especuladores (es decir, a varios millones de personas). Como Nicolás no lo hace entonces Nicolás es un cobarde; qué blandengue ese tipo, que no hace en la vida real las cosas que a mí se me dan tan fácil en mis fantasías.
Una visión simplista y plana de las batallas políticas nos han hecho creer que eso que llamamos «el enemigo» es un solo artefacto que, si lo atacas por un flanco, ya se desbarata en su integridad. Cree el valeroso pero despistado combatiente radical que Julio Borges es el culpable de que la comida esté cara, y que entonces el Gobierno es un traidor que en vez de meter preso a Julio Borges (con lo cual bajarían los precios MAÑANA) va y lo sienta en una silla para echarle unas fotos dialogando.
La indignación es un derecho humano, más allá de leyes y convenciones.
Estar bravo con el Gobierno y con el Presidente también; nadie está obligado a aplaudir con devoción ni con simpatía todo cuanto hace un mandatario, sobre todo si el hombre hace o parece hacer algo distinto a lo que yo (como pueblo) le mandé. Pero hace rato, mucho rato, sonó la hora de entender que, así como hay un plano, dimensión o ámbito de la política que involucra a instituciones, países y procesos o acuerdos transnacionales (en el que uno no tiene influencia directa ni forma de intervenir, como no sea opinando), de la misma manera hay planos más cercanos, domésticos, de nuestra vida cotidiana, donde hace rato sonó la hora de participar y probablemente no lo estoy haciendo.
El «Yo», ese sujeto fantástico que sabe «lo que hay que hacer» en el país y en el mundo y lo demuestra cada diez minutos, ametrallando los muros de Facebook y Twitter a razón de 50 ú 80 publicaciones por día, tiene la oportunidad (no: la obligación) de ejercer su protagonismo en ámbitos de la vida adonde el Presidente no va a llegar ni tiene por qué llegar: así como uno, simple ciudadano mortal y corriente, no tiene manera de ir a darle un parao al gobierno de Israel y detener la matanza de palestinos, de la misma manera el Presidente no es el responsable directo de que YO me deje robar por el comerciante y el camionetero. YO soy un bravísimo combatiente, hijo de Bolívar y de Chávez (y así lo publico diez veces al día, cada vez que me sale del forro) pero cuando el coñoesumadre de la buseta me anuncia que subió el pasaje de 3 a 8 mil bolos de un día para otro, yo bajo la cabeza y le entrego los billetes, pensando seguramente «Maldito Nicolás, por qué permites esto». No pendejo: por qué lo permites TÚ.
El que exige que se aplique mano dura allá arriba debería tener aunque sea una mano semidura para resolver algunos problemas del entorno cercano. ¿No llamaban a eso Democracia Participativa y Protagónica, o esa cosa que se enuncia tan sabroso en la Constitución se limita a ir a votar?
Si eres hijo de campesinos, obreros o trabajadores, trata de honrar esa memoria
Lo del precio de la comida es más rebuscado y seguramente menos fácil de ilustrar con un solo ejemplo, pero ya va dando arrecherita el que uno pague 800 mil bolos por un kilo de tomate y siga sin ver dónde se encuentra el arma capaz de atacar esos precios: «Coñoesumadre el Sundde, qué cagada este gobierno que no mete presos a los pranes del tomate». Cada uno de esos tomates viene cargado de varias docenas de semillas, pero el «Yo» envalentonado que exige guerras frontales prefiere seguir explicando: «Si el Gobierno no me da semillas (y tierras y fertilizantes e insecticidas) no puedo sembrar tomates».
Y no, no es ningún sarcasmo: da mucha arrechera (mucha) que un estúpido, mitómano y financista de delincuentes como Wilmer Azuaje ya esté caminando libre por las calles de Barinas, adonde seguirá delinquiendo y poniendo a muchachos a delinquir. ¿Debió medir, calcular explorar o consultar Nicolás el rechazo que esa medida iba a tener dentro del chavismo? Debió hacerlo. Pero así como la reacción de muchos «Yo» encolerizados ha sido declarar el retiro del apoyo al Presidente, hay otros que han puesto su rabia al servicio de actos más productivos o de servicio al pueblo, a esa entidad que uno nombra así y suena etérea y enigmática: el Pueblo.
¿Necesitamos un tutorial para pasar a la acción? No lo necesitamos. ¿Necesitamos leer más libros para tener más conciencia? Tampoco. ¿Necesitamos mirar a más de dos metros de nuestras narices y entender que si hay problemas concretos debo intentar resolverlos con la gente que esté dispuesta, sin esperar a que lleguen el Gobernador o el Presidente? Tal vez. Como estamos hablando del «Yo», introduzcamos este que administramos.
En el lugar donde vivo acaban de subir el precio del pasaje, de 15 mil a 20 mil bolívares, y como no hay suficientes unidades la gente se pudre durante horas esperando que pase aunque sea un camello para llegar a su casa. «Yo» decidí agarrar mi maldita camioneta, que bota o evapora aceite como todos los carros de este país, y anda jedionda a gasolina, y ponerme a trasladar pasajeros; les cobro 10 mil bolos. Me molesta el discurso que habla de muerte al Presidente, pero no me atrevo a enfrentar a 10 coñoemadres a coñazos (como otros «Yo» que dicen ser capaces de hacerlo, cómo no), así que cuando empieza alguien con la mamagüevada de «este país se acabó», yo le subo el volumen al Jorge Guerrero y a los 3 minutos ya todo el mundo está cantando o escuchando:
«…no me abandones, recuerdo, píntame las madrugadas
cuando el viejo caporal el chinchorro nos meneaba:
‘levántense muchachones que comienza la jornada’,
en el rabo de una bomba todos los días me aclaraba
echándole agua a los bichos, Altavista y La Tinaja
y a los árboles de fruto como naranja y guayaba
y apenas rompía la brisa recuerdo que me tocaba
era cebar un molino que apenitas se miraba:
todavía cargo en las manos como una señal sagrada
los callos del cabo de hacha, el barretón y la pala
de la peinilla, las trancas, el rejo con que enlazaba…»

Y así, sin necesidad de embutirle directamente a Chávez ni a Alí Primera, hasta el más gritón al bajarse se lleva el mensaje clarito, que suena bien bonito en la voz del guerrero y en la música de arpa, pero que al final de los finales dice directo al subconsciente: «Coñoetumadre: si eres hijo de campesinos, obreros o trabajadores, trata de honrar esa memoria y deja de dejarle a otro la tarea de resolverte la vida, que es lo que hemos hecho los pobres de la tierra toda la vida».