Catarina Principe
15/06/2018
Al ex primer ministro Pedro Passos Coelho le gustaba decir que “Portugal no es Grecia.†La verdad de ello era que la austeridad no era tan diferente en ambos países. Bajo los términos impuestos por el memorándum de la troika (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea), el desempleo y la pobreza se dispararon, el mercado laboral se liberalizó aún más, hubo un aumento de impuestos del 35% en todos los ámbitos, los bancos fueron rescatados, y los servicios sociales carecieron de financiación. Cientos de miles de personas emigraron del país.
Tampoco la diferencia con Grecia reside en la fortaleza de la economía de Portugal. De hecho, su estructura de estado es aún más débil que en Grecia, y su economía aún más dependiente del núcleo europeo, después de la destrucción de casi todos los sectores productivos a lo largo de cuatro décadas de integración europea. Este proceso no ha sido diferente de lo que ocurrió en Grecia. Portugal iba a servir de ejemplo para el resto de Europa: estaba destinado a demostrar que la austeridad funciona [1].
La contradicción es que mientras Portugal es conocido tiene un gobierno de izquierda, no es realmente una administración “anti austeridadâ€. La retórica de limitar la pobreza ha sustituido cualquier intento de resistir las políticas de austeridad impuestas en el ámbito europeo. Portugal es, por lo tanto, menos un ejemplo de una nueva política de izquierda que una demostración de los límites de la acción del gobierno a la hora de romper el consenso sobre la austeridad.
Una resistencia inexistente
Para entender la situación política actual de Portugal, tenemos que entender de otra manera que “no es Greciaâ€. En 2010, después de la firma del memorándum en Grecia, el país fue gobernado por el PASOK socialdemócrata. Esto condujo a la llamada “Pasokizaciónâ€: la erosión de la socialdemocracia tradicional, y su conversión en una fuerza hueca, neoliberal.
Este proceso no comenzó con el Pasok. De hecho, en toda Europa, durante las últimas tres décadas, los partidos socialdemócratas a menudo han impuesto los recortes más duros, como fue el caso de la Agenda 2010 del canciller alemán, Gerhard Schröder. Pero en Grecia ese proceso fue más lejos, con la desaparición del partido socialdemócrata tradicional.
En Portugal, sin embargo, a pesar de que tres partidos firmaron el memorándum – el conservador derechista Partido Popular (CDS-PP en sus siglas en portugués), el partido de centro-derecha Social Demócrata (PSD) y el Partido Socialista, de centro-izquierda ( PS) – fue la coalición de derechas la que gobernó el país durante los cuatro años de aplicación de este acuerdo firmado con las instituciones europeas. Esto creó una situación política diferente: el PS fue visto como la oposición a la austeridad dura, y el margen para la izquierda anti-austeridad creció mucho menos que el que Syriza fue capaz de explotar en Grecia.
A pesar de las enormes movilizaciones populares contra la austeridad, la sensación de descontento nunca se tradujo en partidos políticos organizados. Ello redujo las posibilidades de una insurgencia de izquierda en Portugal y fue otra de las razones por las que Portugal pudo ser utilizado como un ejemplo.
La Unión Europea y Alemania en particular, necesitaban un relato positivo del resultado de las medidas de austeridad. Hubiera sido políticamente desastroso para Merkel – que mantuvo las políticas de dumping salarial y recortes sociales – permitir un escenario en el que la austeridad sólo se pudiera implementar en una situación de crisis social y política extremas o – peor aún – permitir la posibilidad de que un partido de izquierda abandonase la austeridad. Los males de Portugal eran la mejor oportunidad para demostrar que la austeridad podía funcionar, si se aplicaba en una situación de baja movilización social y obediencia acrítica a los dictados de la troika.
Portugal pidió un rescate en 2011, un año después de Grecia, y desde el principio, fue tratada como “el buen estudiante.†[2] “Portugal no es Grecia†se repetía una y otra vez. Y es verdad. Desde finales de 2014 al Banco Central Europeo, a través del Banco de Portugal, se le permitió comprar bonos de deuda pública portuguesa directamente, una forma de flexibilización cuantitativa. Esto tuvo dos resultados positivos: bajó las tasas de interés de la deuda, y una parte de las tasas de interés pagadas por el gobierno portugués, por lo tanto, podían ser pagada al Banco de Portugal, volviendo a inyectar así dinero en la economía portuguesa. Las instituciones europeas nunca permitieron que el gobierno de Syriza en Grecia recurriera a la flexibilización cuantitativa.
Más tarde, en 2016, aunque el nivel de déficit estaba por encima del límite impuesto por el pacto fiscal [3], la Comisión Europea decidió no aplicar sanciones a Portugal y España. Fue una decisión política diseñado no sólo para permitir al gobierno portugués cierto margen de maniobra, sino -más importante- para evitar la llegada al gobierno de la izquierda en España en un escenario en el que la austeridad impuesta por Europea amenazaba con agravar la crisis política [4] .
Por otra parte, en marzo de 2018, el gobierno portugués llegó a un acuerdo con la Comisión Europea para que el dinero gastado en la recapitalización de la banca pública Caixa Geral de Depósitos no se contabilizase en su déficit. A pesar de esta decisión, la agencia de estadísticas de la UE Eurostat cifró el déficit portugués en un 3 por ciento, por encima del límite del Tratado presupuestaria y muy por encima del pronosticado 0,9 por ciento del gobierno (lo que hubiera supuesto el nivel de déficit más bajo de su historia). Una vez más, la Unión Europea mostró su verdadera cara: juega sus fichas como le convenga, según sus objetivos políticos, mientras que los actores políticos en la periferia están sometidos a las reglas impuestas por el centro.
En este sentido, es justo decir que Portugal no es Grecia. Si Grecia iba a ser el ejemplo de lo que sucede cuando no se siguen las normas, Portugal estaba destinado a ser un ejemplo positivo en Europa. Y esta decisión política, que se adoptó en una situación más general de recuperación económica, permitió la aparición de un nuevo “centro-izquierda†en el poder, que no sería la punta de lanza de ninguna resistencia seria a la imposición de las medidas de austeridad.
El resurgimiento del social liberalismo luso
Las elecciones de octubre de 2015 resultaron en un nuevo parlamento muy fragmentado. Mientras que los partidos de derecha, que habían participado como una coalición, obtuvieron la mayoría de votos, ningún partido tenía una mayoría absoluta. Al final, fue el Partido Socialista (PS) quién se hizo con el gobierno después de que un gobierno de coalición de las derechas fuese rechazado por una mayoría parlamentaria.
Durante mes y medio, el PS se vio atravesado por fuertes debates sobre que hacer. Las dos posibilidades eran: A) sumarse como socio minoritario a la coalición de derechas (lo que habría sido una decisión sin precedentes en un país sin historia de “grandes coalicionesâ€), o B) recoger el guante de las izquierdas y negociar un gobierno con su apoyo. A pesar de la mayoría de las expectativas, esta fue la decisión del PS [5].
En retrospectiva, fue un movimiento táctico inteligente: en un clima de recuperación económica lenta pero constante a nivel europeo y nacional, que permitió al PS utilizar el margen de maniobra en su propio beneficio, con introducción de las políticas de austeridad-lite. Al mismo tiempo, era el momento perfecto para cooptar a las izquierdas situándolas ante la muy difícil opción de apoyar un gobierno que no haría nada significativo contra la austeridad o defender sus propias exigencias.
El PS no se imaginaba que un acuerdo con las izquierdas sería el resultado probable de las elecciones generales. El partido soñaba con que las elecciones le permitirían su propia marcha gloriosa al gobierno, aupado por el rechazo popular de las medidas de austeridad del gobierno de derechas. De hecho, el partido estuvo lejos de alcanzar una mayoría por sí mismo. La Paf – la coalición de las derechas del PSD con el CDS-PP – consiguió un 38,5 por ciento y el PS sólo el 32,3 por ciento.
El eje de la balanza correspondió a las izquierdas de la socialdemocracia [6]. El Bloque de Izquierda y la CDU (la coalición entre el Partido Comunista y los Verdes) obtuvieron el 10.2 y 8.2 por ciento, respectivamente. Para el Bloque de Izquierda, que obtuvo más de medio millón de votos, fue su mejor resultado hasta el momento. A pesar de que las derechas pro-austeridad retuvieron el control del Parlamento, casi el 20 por ciento de la nueva asamblea correspondió a representantes que se oponían explícitamente no sólo a la austeridad sino también al capitalismo. Si bien el resultado del PCP no fue sorprendente, los resultados sumados de ambas fuerzas crearon una situación sin precedentes en la política portuguesa que mostraba claramente cómo la crisis había polarizado la política.
En los debates preelectorales finales, la portavoz del Bloque de Izquierda, Catarina Martins, sorprendió al candidato del PS, António Costa, proponiéndole discutir un gobierno de izquierda después de las elecciones, con la condición de que renunciase a algunas de las políticas más neoliberales de su programa. La oferta quedó sin respuesta. El mismo PS que había comenzado desestimando las propuestas del Bloque de Izquierda como poco realistas – unirse frente a la derecha, con el argumento de que iban a conducir al país a una “pesadilla tipo Syriza†– terminó con un silencio acobardado.
Las tres condiciones principales del Bloque de Izquierda, a cambio de apoyar un gobierno minoritario, fueron las siguientes: 1) poner fin a la congelación de las pensiones, 2) que no se redujera más el impuesto social único que asalariados y empleadores pagan a la seguridad social, y 3) el fin de la liberalización del mercado de trabajo. La aceptación de estos tres puntos obligaría al PS a cambiar su plataforma política y económica.
Fue una táctica inteligente: obligó al PS a definirse políticamente y aclarar sus lealtades. Pero se basó en tres premisas que luego resultaron incorrectas: 1) que el PS ganaría las elecciones, 2) que el Bloque de Izquierda recibiría un porcentaje de votos bajo, y 3) que el PS se negaría a negociar con las izquierdas.
El resultado ambiguo de las elecciones forzó una serie de negociaciones para una coalición. Los buenos resultados del Bloque de Izquierda, y su papel activo a la hora de ofrecer unos términos de referencia para un acuerdo con el PS, lo situaron en el primer plano de las negociaciones. El Bloque de Izquierda, el PCP y los Verdes (siempre en coalición con el PCP) se vieron forzados a tomar una posición ante el nuevo gobierno.
El proceso de negociación fue complejo, lleno de momentos de tensión, y en su mayor parte se llevó a cabo a puerta cerrada. Los tres partidos de izquierda negociaron el acuerdo con el PS por separado: una decisión problemática que otorgaba toda la información al PS, mientras que los partidos de izquierda no se comunicaban entre sí o avanzaban propuestas comunes.
Después de más de un mes, el Bloque de Izquierda y la CDU (la coalición electoral del PCP y los Verdes) llegaron a acuerdos con el PS en los que se comprometieron a votar a favor del presupuesto y varias otras leyes. El 26 de noviembre de 2015, el gobierno del PS fue así capaz de contar con el apoyo parlamentario de los partidos de izquierda.
El acuerdo permitía a los partidos de izquierda votar en contra de algunas de las medidas del gobierno, ya que no están sujetos a la misma disciplina que en una coalición real. Insistieron en que no se trataba de “su†gobierno y que no resolvería los problemas fundamentales del país, al mismo tiempo que trataban de responder a las esperanzas populares de poner fin a las medidas de austeridad más perjudiciales.
Sin embargo, aunque el acuerdo estipula la formación de un gobierno por un solo año, seguido de nuevas negociaciones, en realidad el texto de los acuerdos sigue siendo el punto de referencia para todas las discusiones anuales de cada presupuesto entre estos partidos. Teniendo en cuenta sus dificultades evidentes, un político de derecha ridiculizó al nuevo gobierno llamándolo “el artefacto†– Geringonça en portugués – un término que se generalizó y hoy es ampliamente utilizado incluso por aquellos que apoyan críticamente esta formula.
El acuerdo también encontró un cierto grado de resistencia, tanto a nivel nacional como europeo. Dentro del PS, el ex secretario del partido atacó agresivamente a la nueva dirección, ligeramente más a la izquierda. A nivel europeo, las interpretaciones de la situación eran claramente diferentes en las distintas familias políticas. Los partidos y los representantes de la Internacional Socialista tendieron a apoyar esta solución. Pero el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble fue crítico y escéptico con el nuevo gobierno.
Una parte importante del acuerdo fue “calmar†a las instituciones europeas – el PS tenía que garantizar que las relaciones de Portugal con Europa (la zona euro, el BCE, los Tratados, la deuda) – no se verían afectados por su propio acuerdo con las izquierdas. El PS sólo podría proceder una vez que hubiera recibido luz verde de las instituciones europeas.
A pesar de que este acuerdo ha puesto fin al proceso de empobrecimiento masivo (que era el objetivo real del gobierno, en lugar de acabar con la austeridad como tal), sería ingenuo sugerir que todo esto ha puesto a Portugal en el camino de la recuperación económica. Los informes de los medios de prensa liberales, como el Financial Times [7] elogian el nuevo milagro portugués como una recuperación económica gracias al nuevo gobierno de izquierda, que ha reducido el déficit presupuestario a sólo el 2%. Sin embargo, si se quiere discutir seriamente la situación, hay que separar los hechos de la ficción, y entender lo que está sucediendo realmente a la economía portuguesa.
En primer lugar, es importante entender que en períodos de crisis, los déficits presupuestarios tienden a crecer: hay menos actividad económica, menos ingresos y más gastos del Estado (en la protección social, las prestaciones por desempleo, y el rescate de los bancos). La austeridad supuestamente corrige este crecimiento del déficit mediante la reducción de la inversión estatal y el gasto (en materia social, es decir – el gasto en el sector financiero continúa a paso acelerado) y el aumento de los impuestos con el fin de recaudar más ingresos fiscales.
Sin embargo, lejos de ser una solución, la austeridad agrava el problema, creando un círculo vicioso de salarios más bajos, menor consumo, aumento de los impuestos, y crecimiento de la deuda pública. Sin embargo, Portugal ha ganado algo de espacio para respirar, liberándolo de este bucle negativo.
Mientras que durante los años del memorándum el déficit público portugués fue disminuyendo lenta pero constantemente, la UE predijo un déficit del 2,7 por ciento para 2016, por encima del límite impuesto por el Tratado fiscal. El propio pronóstico del gobierno portugués para el déficit de 2016 fue del 2,2 por ciento, pero la cifra final fue en realidad un 2 por ciento – el déficit presupuestario más bajo de los últimos cuarenta años. Ahora espera que el déficit caiga al 0,9 por ciento (excluidos los costes de la recapitalización de la banca pública). Los números parecen indicar un cambio brusco de la política económica. Pero, ¿es así?
La respuesta, simplemente, es no, aunque también hay algunos factores complicados. Los tres presupuestos del gobierno socialista hasta el momento no han intentado revertir la austeridad, sino limitarla: de ahí el cambio de discurso, que se centra ahora en frenar el “empobrecimientoâ€. El hecho de que la austeridad ya no es tan dura ha permitido un muy pequeño rebote de los ingresos (principalmente para los trabajadores del sector público y los pensionistas), que ha comenzado lentamente a reconstruir una clase media desmantelada.
Los otros factores que explican la reducción del déficit han sido el enorme aumento del número de turistas (y la dinámica económica a corto plazo que impulsa), la caída del precio del petróleo (un factor decisivo para una economía que depende en gran medida de las importaciones de energía), y – más importante – un distanciamiento de la narrativa “no hay alternativa†a la austeridad.
La crisis y la austeridad producen miedo y también conservadurismo a nivel de consumo. Cuando un gobierno es capaz de asegurar un aumento del margen de maniobra y lograr un pequeño rebote de los ingresos, también puede cambiar la narrativa y con optimismo asegurar que “la austeridad ha terminado y todo será mejor de ahora en adelanteâ€. Esto también permite un cambio en los patrones de consumo, ya que la gente tiene menos miedo a gastar, comprar, o pedir crédito. Esto, a su vez, ayuda a la recuperación.
Portugal pasó por un período de profunda recesión. En tales períodos hay una gran cantidad de capacidad productiva subutilizada porque no hay mercado para ella. Pero el aumento del consumo interno (por los consumidores domésticos y especialmente extranjeros) hace posible producir más que durante el período de recesión, incluso sin que haya nueva inversión. La inversión pública ha estado en un mínimo histórico desde el inicio de este gobierno, sin cambios estructurales en la capacidad productiva del país y sólo con un pequeño aumento de la inversión privada. Sin embargo, ha habido un cierto crecimiento económico.
No es un milagro: es la combinación de factores internos (un pequeño crecimiento de los ingresos, un giro de la narrativa en torno a la austeridad y, por lo tanto, de los patrones de consumo) y, lo más importante, de factores políticos externos. No sólo una parte de las instituciones europeas apoyan al gobierno del PS, también Portugal se ha beneficiado de la crisis política en el Medio Oriente, en el sentido de que ha provocado una caída del precio del petróleo (un factor importante para una economía basada en importaciones) y ha desviado el turismo de esta región hacia destinos como Portugal.
Si analizamos bien, podemos ver otros problemas de este gobierno. Las leyes laborales de la troika siguen intactas, la negociación colectiva casi ha desaparecido, y la precariedad va en aumento. Un estudio realizado por el Observatorio de las Desigualdades coloca la tasa real de desempleo en el 17,5 por ciento – mucho menos que el 28 por ciento en 2013, pero muy por encima de las cifras oficiales del gobierno (8,5 por ciento) [8]. Casi todos los nuevos empleos que se han creado son precarios. Los servicios públicos están desmoronándose: la salud y la educación han sufrido numerosos recortes y están al borde del colapso. El sistema bancario portugués es una bomba de tiempo, con más bancos rescatados con dinero público, pero no bajo control público, haciéndolos más vulnerables a cambios de política en el centro de Europa que en 2008. La cuestión central de la deuda de hecho ha desaparecido del debate público.
No obstante, el ministro portugués de Finanzas, Mario Centeno, a quien el comisario europeo de Asuntos economicos y financieros, Pierre Moscovici, calificó de el “Ronaldo de Finanzas portuguésâ€, fue elegido presidente del Eurogrupo. Es una decisión simbólica inteligente, no sólo para demostrar a las contrapartes del PS lo que podría ser la revitalización de la socialdemocracia europea, sino también para elogiar al “buen estudianteâ€, en la periferia, que obedece las reglas del centro. Tácticamente, el PS jugó sus cartas bien: no sólo obtuvo sus mejores resultados de la historia en las elecciones locales de 2017, sino que se acerca en las encuestas a la mayoría absoluta en las elecciones generales de 2019.
Las izquierdas, más allá del Acuerdo y de la austeridad
En toda Europa, los partidos de centro tradicionales se encuentran en una encrucijada [9] . Los terribles resultados electorales de estos partidos en la mayoría de los países de Europa occidental, además de las elecciones europeas de 2019, ponen de relieve un dilema estratégico difícil. Por un lado, la época del contrato social se ha terminado, pero Portugal sugiere que un giro hacia políticas más sociales es la única manera de que la socialdemocracia pueda renacer. El debate ideológico más interesantes en Portugal está teniendo lugar dentro de la dirección del Partido Socialista: un ala presiona para que continúen y se profundicen las políticas sociales, mientras que las otras presionan a favor de una tercera vía, el estilo de del partido y el programa político de Blair [10].
A medida que los partidos de la Internacional Socialista abandonan cada vez más el espacio político que ocuparon en la izquierda, la derecha crece en toda Europa. Si bien el giro neoliberal de la socialdemocracia tradicional creó el espacio político para el crecimiento de la derecha, estos partidos, incluso ahora, argumentan que la gente debe asumir sus programas neoliberales o resignarse a abrir el camino a las fuerzas reaccionarias emergentes. Tal es el “mal menor†actual en Europea [11]. En este contexto, la izquierda no está ganando terreno. A medida que el crecimiento iniciado en 2015 se agota, hay menos posibilidades para los partidos de izquierda que en los últimos años.
Si Portugal sirve de ejemplo para un posible giro de los partidos socialdemócratas, también es una advertencia para la izquierda radical.
Hubiera sido difícil para el Bloque de Izquierda negarse a ayudar a la formación del gobierno encabezado por los socialistas. Pero las necesidades de supervivencia del Partido Socialista también ofrecían al Bloque de Izquierda más margen para negociar que el que en última instancia utilizó. Participar en este acuerdo exigía una estrategia fuerte para hacer frente a lo que era una situación muy peligrosa. Esa estrategia debería haber acentuado las contradicciones del gobierno del Partido Socialista, a través de una estrategia dentro-fuera centrada en impulsar las reivindicaciones esenciales para una retirada real de la austeridad y acumular las fuerzas del descontento. Era necesario dejar abierta la posibilidad de romper el acuerdo, llegado el caso, aunque fuese a costa de reveses electorales temporales.
Por el contrario, la izquierda radical se encuentra hoy en una situación de la que es casi incapaz de salir. Si el PS propone un nuevo acuerdo de gobierno, ¿sobre qué base política lo rechazaría la izquierda? Si en 2015 el “miedo a la derecha†sirvió para justificar todo tipo de compromisos, cual sería el pretexto en 2019?
La verdad es que el Bloque de Izquierda es hoy rehén del PS. Se ha debilitado a muchos niveles, desde el número de afiliados hasta su nivel de actividad y su programa. Y, a pesar de la dificultad de la situación actual, el partido se muestra escéptico de la necesidad de un debate estratégico serio y tampoco hay divergencias internas de ningún tipo.
El debate estratégico necesario no es sobre la cuestión de si debemos o no luchar por el poder de las instituciones, sino qué papel en particular y qué prioridad debe otorgar la izquierda radical a esta esfera. Si nuestro análisis nos dice que la política institucional puede servir como amplificador de las reivindicaciones políticas, pero que en última instancia no puede transformar toda la sociedad, entonces es evidente la necesidad de construir instrumentos de organización política que funcionen dentro de las instituciones, y aprendan de la actividad en este campo, pero ello no elimina la necesidad de construir también fuera de estos lugares de poder. Incluso en un momento en que las movilizaciones sociales se encuentran temporalmente en reflujo, la izquierda radical tiene la responsabilidad de reconstruir estos movimientos, conectarlos entre sí y acumular fuerzas para las confrontaciones necesarias con el poder establecido.
Para que esto suceda, necesitamos partidos que den voz y poder a las bases, que crean múltiples protagonistas, y profundicen los procesos democráticos.
Sólo entonces podremos combinar las bases descontentas e indignadas de los viejos partidos socialdemócratas con los movimientos y las fuerzas anticapitalistas en la sociedad. Pero si los partidos de la izquierda radical se adaptan a las orientaciones estratégicas que simplemente ayudan a revitalizar a los partidos socialdemócratas, se desconectan de los sectores más críticos de estos partidos, y se pierden en dilemas institucionales, van a comenzar a reproducir formas, comportamientos y procesos de la democracia burguesa. Por temor a unos resultados electorales pobres, evitarán desarrollar una estrategia capaz de transformar la sociedad, y menos aún construir un instrumento político capaz de hacerlo.
Esto exige un replanteamiento radical de nuestras prioridades. La izquierda radical tiene que trabajar desde abajo, reinventar su democracia, crecer desde la base, y reconstruir los movimientos populares. Debe ayudar a que florezcan colectivos auto-organizados, trabajar para reactivar el movimiento obrero, y construir un frente social y político que combata la austeridad-lite, así como sus variantes más duras. El momento presente no es una aberración. Pero si nos conformamos con los horizontes de posibilidad existentes, en lugar de crear las condiciones para el cambio que necesitamos y queremos, nuestra situación será aún más difícil.
Notas:
[1] FEES (artículo 44750), Portugal y de Bloco Anti-Austeridad Gamble .
[3] https://ec.europa.eu/info/publications/fiscal-compact-taking-stock_en
[4] http://europa.eu/rapid/press-release_IP-16-2625_en.htm
[ 6 ] FEES (artículo 36300), la esperanza para la izquierda portuguesa – “resquicio de esperanza de la elección vino de las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia†.
[7] https://www.ft.com/content/3e5482e4-e334-11e7-97e2-916d4fbac0da
[9] FEES (artículo 35908), hacer las preguntas correctas – en los desafíos que enfrenta la izquierda en Europa .
[10] https://www.jacobinmag.com/2017/11/labour-party-jeremy-corbyn-blair-unions
[11] FEES (artículo 40887), El Frente Nacional y elecciones francesas: Macron 2017 = 2022 Le Pen .
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Traducción:Enrique García