Nos han hecho creer que la Constituyente trajo la paz de ipso facto cuando más de ocho millones de personas acudimos al llamado realizado por el Presidente Maduro, y fuimos a varios centros de votación con comportamientos heroicos. Se atravesaron montañas, ríos, trochas, a lo largo y ancho de Venezuela, desafiando la violencia guarimbera, bebiendo agua de avena, tomando café recolado, muchos con la barriga estragada por el hambre, pues ya para ese momento comer alimentos sustanciosos era una proeza o un acto que nos inmovilizaba ante el alto costo de la carne vacuna o de cualquier otro alimento proteico.
Quienes nos han hecho creer que logramos la paz, no lo hacen por mala fe, sino que ellos también lo creen. Quizás es así porque no alzan la mirada ni se asoman al balcón.
Pero no, la paz no se ha logrado; en contrario, la guerra y la violencia se ha incrementado, sólo que cambió de forma y modo y continúa produciendo bajas fatales. ¿Cuántas personas habrán muerto por falta de atención oportuna y adecuada en los centros médicos? ¿Cuántas personas que padecen enfermedades crónicas habrán fallecidos por falta de sus medicamentos? ¿Cuántas personas habrán entregado sus vidas cuando se trasladan en camiones y «perreras» que no cumplen las mínimas condiciones de seguridad? ¿Cuántas personas cuyas defensas biológicas naturales han disminuido por falta de una alimentación adecuada o por estrés, habrán adquirido enfermedades oportunistas u otras de mayor morbilidad y complicación?
Sin conocer las estadísticas para responder la estas preguntas, sé que las víctimas fatales deben superar con creces a las víctimas de las últimas guarimbas. ¿El aumento atroz de los productos alimenticios, medicamentos, productos de limpieza e higiene personal, el lockout masivo y extendido de los transportistas ¿ no son guarimbas mutantes?
Yo creo que si. Estas muertes no han merecido ni siquiera el rango de materia de análisis y menos aun son focalizadas por el gobierno. Se trata de un hecho sin precedentes y hay que decirlo sin pendejadas: son personas -y muchas- desasidas y vulnerables, que la crisis ha sumergido en ese prolongado y doloroso silencio. Nadie los ve, nadie los oye, nadie sabe de su existencia o de sus penurias. Ni siquiera cuando la tragedia toca las puertas de la vida.
La pelota está en el campo del gobierno y de los dirigentes de este proceso. Una buena parte de la población respondió al llamado del Presidente y luego más de seis millones votaron por su reelección. Pero ahora resistimos con estoicismo y esperamos que la llamada vanguardia actúe y salga del marasmo y/o anomia. ¿O es que no va a hacer nada, sino a seguir convocando elecciones y a bonificar cada mes esta avasalladora indefensión?
El tiempo apremia y se agota como lo expresó JVR en el editorial de su programa de ayer domingo.
A la pelota se le puede estropear aún más el plástico cuando ya el cloruro polivinilo desaparezca.