El Gobierno venezolano ha convocado a diversos sectores de la sociedad venezolana a establecer un debate y asumir una actitud propositiva para transformar la economía. La superación de la realidad rentista, la adecuación de la política monetaria y la superación del actual ciclo inflacionario son algunos de los temas esenciales que imponen un sentido de urgencia en este momento económico.
Para efectos de la política monetaria, en los últimos cinco años todas las acciones implementadas por el Estado en el ámbito de la política de control de cambio han sido desfiguradas por la guerra. Al mismo tiempo, el tipo de cambio paralelo se ha consolidado como un factor claramente perturbador de todos los sistemas y subsistemas de la economía interna. Luce imparable, indetenible.
Lo que sigue es un conjunto de consideraciones sobre la política monetaria en medio de la trama económica vigente. Por lo tanto y para empezar, es importante hacer unas apreciaciones, primeramente políticas.
Un debate impostergable para el chavismo
El chavismo debe aproximarse a debatir con suma sinceridad las consideraciones que le han dado forma su incompleto y escueto ideario económico. Para algunos ese «ideario» va desde la proposición de construcción de un socialismo de cualidades mixtas, no obstante, hasta la fecha, el resultado de este modelo económico ha sido pulsear con dificultades la preservación del interés nacional para la distribución social de una parte de la renta petrolera. Y no mucho más que eso.
Durante años gran parte del chavismo y muchos sectores más allá de él, hemos asistido a la comodidad de una economía que hasta hace cinco años estaba respaldada por altos precios del petróleo e indiscutible bonanza. Pero esta sinergia vino de la mano con un esperpento político: el de una manutención discrecional del Estado al sector privado mediante los mecanismos de asignación de divisas preferenciales.
El modelo caló al punto de que los mecanismos de asignación se extendieron a particulares para financiar viajes y compras en el extranjero. Conocimos CADIVI, como un formidable nieto de RECADI, aquel recordado adefesio de los años 80. Mientras el petróleo navegaba a precios altos, a muchos no molestaba el frecuente y legal flagelo a la renta petrolera que era posible gracias al control cambiario.
Es indispensable admitir que la política de control de cambio sirvió para poder afinar con ella el abastecimiento y el control de precios. Indiscutiblemente funcionó, hasta que duró el efecto «mágico» de altos precios petroleros y sobrevino la guerra económica abierta.
Gracias a los atributos favorables que tuvieron el control de cambio, se posicionó la idea de que aquel es parte sustantiva, fundamental e irrenunciable, del «ideario» económico del chavismo. Asociando el libre cambio al neoliberalismo y los estragos de su aplicación durante la Cuarta República, asumimos que, por defecto, los tipos de cambio dinámicos y flexibles son un instrumento de rapaz neoliberalismo. Dada la historia económica venezolana, tiene total sentido ese razonamiento.
Pero el debate sobre la situación monetaria actual de Venezuela nos obliga a definir los instrumentos económicos como lo que son: instrumentos que se definen en su uso de acuerdo a la situación-contexto. ¿Qué son las políticas y modelos monetarios en sí? ¿El resumen de la totalidad de un modelo económico o un componente instrumental? Reflexionemos por medio de ejemplos.
Mauricio Macri ha aumentado las tasas de interés y aupado la compra de letras de la república, además ha colocado dólares propiedad de los argentinos al libre cambio para con ello intentar hacer bajar el valor del peso frente al dólar, sin lograr satisfacer la demanda de los grandes capitales que producen hoy día una estampida. ¿Es Macri un interesado en satisfacer el interés de las más grandes capas sociales? Al parecer no, pues los mismos grandes capitales auparon al gobierno a acudir al Fondo Monetario Internacional y el descalabro a las clases populares ya está en curso.
Estados Unidos ejecuta medidas feroces de proteccionismo comercial, medidas arancelarias fuertes contra materias primas y productos de China y otros países; en realidad son medidas que golean el libre mercado, catalogadas de acciones de guerra comercial, todo para aupar la producción estadounidense. ¿Podríamos afirmar que Trump aplica medidas para construir una economía donde el Estado sea el centro en vez del mercado? Muchos consideramos que no.
Hagamos la misma reflexión desde otra óptica: el gobierno boliviano ha ejecutado, como ningún otro, acciones económicas para experimentar y desarrollar un modelo de gestión que Evo Morales ha catalogado como «Socialismo del Siglo XXI».
El PIB de Bolivia fue el de más alto crecimiento del continente en 2017 con 3,9% y ha generado reversiones enormes en las tasas de pobreza. Pero en Bolivia funciona un tipo de cambio flexible. Esa economía fuertemente aupada por los hidrocarburos en manos del Estado, rentista (en menor medida que Venezuela, pero rentista), tiene un sistema dinámico de cambio monetario, que ha servido para revaluar la moneda nacional. Como parte de los resultados de esa política monetaria, Bolivia tiene una inflación que en 2017 fue apenas de 2,7%. Debemos preguntarnos, ¿es Evo Morales un promotor y ejecutor del neoliberalismo? Muchos consideraríamos que no.
Lo que caracteriza la aplicación de las políticas monetarias en muchos países del mundo es su viabilidad acorde al contexto. No obstante, esta se encuentra calculada acorde al más duro pragmatismo dentro del marco programático de gestión económica.
Otro elemento esencial a debatir es si las formas de regulación cambiaria que han sido instrumentadas por el Gobierno, todas dentro del sistema de control de cambio o de fijación por el Estado, han generado los resultados esperados en los últimos años de coyuntura. Debemos preguntarnos seriamente si, manteniendo la misma política monetaria, podemos esperar resultados distintos. El sentido común nos dice que cualquier cosa que no esté cumpliendo las funciones para lo que fue creado, pierde sentido.
CADIVI, SIMADI, DIPRO, DICOM, han generado resultados por debajo de lo esperado. El sentido principal de estas adecuaciones de la política de cambio controlado implementadas en tiempos del presidente Maduro son, por defecto, espasmos e intentos de preservar un esquema que en épocas anteriores funcionó, pero que ya fue totalmente avasallado por las circunstancias y al día de hoy parece irrecuperable. ¿Qué hacer?
¿Cuál política monetaria es viable en nuestro actual tiempo económico? Las circunstancias actuales obligan a repensar los instrumentos en el modelo de gestión económica. Partiendo del principio de que las actuales circunstancias son excepcionales, por lo que las respuestas deben seguir ese espíritu.
Las imposiciones que consolidó la guerra
Las grandes incertidumbres de la actualidad confluyen en la pérdida de la normalidad económica. Pero la realidad nos demuestra con crudeza que no hay sentido de la normalidad en una guerra. Nadie puede aspirar a estar en medio de una guerra y pretender que puede desenvolverse como si no la hubiera.
¿Hemos pensado alguna vez en la ejecución de otro modelo de cambio monetario?
La pregunta que debemos hacernos sobre el cambio monetario consiste en si éste puede continuar «normal», es decir, controlado, como lo hemos conocido en los últimos 15 años, en tiempos de guerra económica, pérdida del precio petrolero, pérdida de producción petrolera y bloqueo estadounidense.
Tal vez podemos afirmar que eso puede ser posible, pero ha sido un error económico colectivo en el que hemos incurrido de manera transversal en años recientes. Hemos creído que es posible sostener un sistema de control de cambio de determinación discrecional por el Estado en momentos en que el dólar paralelo campea, desmembrando el tejido económico real.
Una guerra hay que entenderla como lo que es. En instancias como las actuales, el Estado y la sociedad han sido en gran medida recelosos de legitimar las imposiciones del paralelo. Ello equivale a estar en medio de un bombardeo y no reconocer que existe, y que tal situación nos atrinchera. Y que a consecuencia de él, las acciones que debemos tomar son difíciles.
Veámoslo por medio de este ejemplo: supongamos que en una guerra convencional es ocupado un importante territorio nuestro. Es invadido, lo hemos perdido momentáneamente. Los ocupantes han permanecido en él durante años. Parte de la población apoya a los ocupantes y otra (la mayoría) es sometida a los designios de ellos. Los invasores consolidan el espacio tomado, lo adecúan, lo transforman. Colocan, donde no lo había, barricadas, trincheras, minas, dispositivos antiaéreos, artillería pasada, vehículos blindados, personal militar, etc.
Lo cierto es que, para recuperar ese espacio, nuestro deber es hacer un uso proporcional de la fuerza, acorde a la que el enemigo ya instaló allí. Eso indica que el apresto nuestro debe ser conforme para luchar por el control de ese espacio peleando en los términos y condiciones que ya consolidó el ocupante.
Ahora, asumamos que en términos económicos nuestro espacio perdido es el espacio de la regularidad monetaria y el de la gobernanza económica y la estabilidad del bolívar frente al dólar. ¿Qué supone esta afirmación? Que en tiempos de desfiguración total de las medidas anteriormente ejecutadas para sostener los sistemas de cambio que hemos conocido, es tiempo inexorable de ejecutar otras acciones de flexibilización, apertura y adecuación de la política monetaria para contrarrestar los desmanes del dólar paralelo, desacelerar la inflación, regularizar coyunturalmente la política monetaria y ganar por cuotas un espacio que hoy tenemos perdido de facto.
¿Es complejo? Sí. Pero frente al desgarre de la realidad, ¿qué podemos perder? Es un debate que necesariamente debemos dar. Reconocer la dimensión real de la guerra es urgente. Es indispensable, además, asumir que la guerra es la que impone los términos, la que impone sus condiciones.
Liberación cambiaria o control de cambio. ¿Y si discutimos sobre algo más?
Por supuesto que todo lo anterior supone que «la cura» que yo quisiera proponer viene de la mano de una propuesta de liberación cambiaria, al estilo de los modelos que ya han regido la economía de nuestro país. Pero no, no es eso lo que quiero proponer.
Resulta que nuestro imaginario económico y las formas de conocimiento económico que predominan en Venezuela están signadas por una pobreza teórica notable. Y es así porque el control de cambio y el libre cambio, como los hemos conocido, ambos son una trampa económica. Ambos modelos son expresiones del mismo esquema diseñado para facilitar el desarrollo de una cultura económica parasitaria y dependiente de la renta petrolera.
Si miramos al detalle, en tiempos de control cambiario, el Estado emplea su figura paternal para adjudicar divisas preferenciales acorde a una tasa usualmente sobrevaluada y artificial del bolívar frente al dólar. Parte del resultado nefasto es que, con ello, se facilita la corrupción que desemboca en el desvío de divisas y su fuga del país. Por otro lado, en tiempos de libre cambio, la élite que capta ingentes cantidades de bolívares tiene rol de preferencia para adquirir discrecionalmente enormes cantidades de dólares, de los cuales una gran cantidad de ellos los fugan del país.
En control de cambio, es el Estado el que carteliza la adjudicación y la fijación del precio. En libre cambio, son las casas de bolsa las que cartelizan la captación de los dólares y la fijación de la tasa, manipulando la oferta y la demanda para generar cuotas de beneficios a los grandes capitales. En ambos modelos el resultado es el mismo: el vaciamiento de la renta venezolana y la fuga de divisas.
Si la guerra nos impone sus inercias económicas, y con ello la necesidad de repensar integralmente la vida económica del país, el atrevimiento deja de ser un capricho y se convierte en una urgencia.
¿Hemos pensado alguna vez en la ejecución de otro modelo de cambio monetario para superar la trampa histórica y maniquea de los sistemas que hemos conocido?
Desde este espacio de opinión, propondría la ejecución de un sistema de cambio abierto y dinámico, un tipo de cambio reptante, de flexible fijación, mediante los mecanismos de transparencia ofrecidos por las plataformas de cadena de bloques para la cotización de la moneda, en un marco de nacionalización y uso discrecional del Estado de las divisas que son exclusivamente generadas por renta petrolera. ¿Hemos pensado algo así para la economía venezolana hasta ahora?
Ofreceremos más detalles en la siguiente entrega.