Enjuto. En sus ojos cabía todo lo que un poeta puede ver en un instante. Cabellera y barba abundantes, en ellas hundía sus dedos largos de mûsico y escritor, como quien busca notas y palabras extraviadas. Voz de río crecido o de trueno cercano, nutrientes ambos de su ritmo poético, el cual , junto a los de Pedro Parayma y Eddy Rafael Pérez … Y en ocasiones el catire Hernández D’ Jesús, hacen brillante estela del telurismo resonante en nuestros Andes con la batuta armónica del viejo lobo Ramón Palomares.
Excelente lector y contertulio, se ocupó en difundir cine como extensionista de la ULA. Nacido en Tovar, hizo de Mérida la ciudad de sus quehaceres . A partir de la organización del Congreso Cultural Cabimas 70 , paseó a Chaplin por todo el país. En el cine también hizo de actor en varias ocasiones.
Fue el alma de las cruzadas poéticas que realizamos desde finales de los años sesenta , hasta entrado el nuevo siglo, cuando irrumpió la tormenta que aún nos abate.
Al llegar a Mérida, su casa la hacía mía. Generosa y solícita , Iraides, su esposa, abundaba en atenciones, y en gracias Bayardito, el Nené y Samantha. Y allí, a pocos pasos, estaba el Chama, el de friolentas aguas, sobre cuyas piedras conversàbamos , largos en tragos y palabras que nos llevaban a la contemplación aguda del país.
Una noche,mientras regresábamos de casa de Luis Cornejo, en el pequeño automóvil de Agujita , como lo distinguíamos en alusión a su delgadez, entre curvas cerradas y marcada neblina, osé preguntarle : Bayardo,.. ¿ vos creéis en Dios ? Rápido y seguro, respondió : pues claro hermano, ah rigor, no cree usted que en este carrito, con este camino y con lo ingerido, yo estaría vivo si Dios no me echara una manito… Dios es de nuestro equipo…
Cincuenta años después de esa respuesta, pienso que Venezuela es una cantera de poetas, y Dios ha logrado mantenernos vivos en estos veinte años confusos y tristones..
BAYARDO, UNA TALLA DE LA MUCUY
Federico Ruiz Tirado
Una tarde de diciembre, allá en la Asociación de Profesores de la ULA, llegué a mi oficina con un pullover rojo. Bayardo estaba, como siempre, buscando respuestas a los defectos del motor de su vieja camioneta. Cuando me vio me dijo: «Poeta, yo no creo en esas cosas, pero por momentos pensé que eras San Nicolás».
Acostumbrados como estábamos a hablar de múltiples y variadas cosas (en su mayoría embustes), me quedé observándolo detenidamente y él, curioso, me preguntó a qué se debía esa mirada tan fija sobre su esqueleto. Le dije:
«Es que, de pronto, así de flaco, te m,e pareciste a una talla de las muditas de la Mucuy».
Risas. Café. Cigarro y mucha tos.
Me llamó a Caracas antes de morir para decirme que ya, que ya se iba… Y se fue. Pero aquí lo recordamos.