«A pesar de su frecuente honestidad y a pesar de sus sinceras declaraciones, el dirigente es objetivamente el defensor decidido de los intereses, ahora conjugados, de la burguesía nacional y de las antiguas compañías coloniales. Su honestidad, que era un puro estado de ánimo, se desvanece progresivamente. El contacto con las masas es tan irreal que el dirigente llega a convencerse de que se quiere atentar contra su autoridad y que se ponen en duda los servicios que prestó a la patria. El dirigente juzga duramente la ingratitud de las masas y se sitúa cada día un poco más resueltamente en el campo de los explotadores. Se transforma entonces, con conocimiento de causa, en cómplice de la nueva burguesía que se mueve en la corrupción y el disfrute».
Estas palabras de Franz Fanon (Los condenados de la tierra, FCE, 2da edición, México: 1973), parecieran sintetizar la forma como se está percibiendo a la mayoría de los altos dirigentes del proceso bolivariano en la actualidad.
Fanon se refiere a los períodos en que los países africanos alcanzaron formalmente, no aun enormes luchas y sacrificios, sus respectivas independencias nacionales, y en que sus jóvenes burguesías locales se estrenan como administradoras de gobiernos y empresas herederas del colonialismo europeo.
¿Será que estamos reeditando caricaturas de procesos históricos que creíamos sepultados por ese gran ensayo popular y victorioso, entusiasta y nivelador liderado por Hugo Chávez, quién nunca concibió el ejercicio de poder sino a partir de la premisa de gobernar obedeciendo?
Yo ya no soy Chávez, dijo muchas veces: soy un pueblo.
Vale la pena esta constatación con el ejemplo de Fanon, para preguntarse, finalmente, si la ANC va a dar el paso que todos esperamos: retomar el camino perdido, dignificar el poder originario y el ideario del Comandante Chávez.
¿Podremos rescatar de esta historia tan fresca enseñanzas que garanticen la persistencia de nuestra revolución?