La corrupción se apodera del país, se naturaliza, forma parte de la cotidianidad y cual poder real y simbólico nos somete a sus diferentes manifestaciones: política, económica administrativa, judicial, moral…
La corrupción, supuestamente negativa, ilegal e ilegítima, se ha ido erigiendo en una suerte de institución, arraigada culturalmente. Lentamente ha ocurrido un proceso de normalización y legitimación social del fenómeno. Un entramado corrupto se instaura, se impone y corroe los fundamentos éticos de la sociedad venezolana. Trama que se aloja y pervierte tanto el espacio público como el privado; red de complicidades que se expresa en la micro y macro corrupción, formando un todo.
Frente a la corrupción se levantan voces denunciándola como un fenómeno social grave, extraordinario y negativo; sin embargo, en la ciudadanía se instaura la creencia opuesta en tanto situación normal cotidiana que está en todas partes.
Nos hemos habituado a las alcabalas y peajes que emanan de la burocratización, rígidos procedimientos, operaciones repetitivas innecesarias, redundantes, retraso en toma de decisiones. Nos hemos habituado al entramado corrupto que pervierte normas, reglas y usos; perturba la cotidianidad y la convivencia; especialmente el recorrido de bienes de consumo hasta llegar a manos de los bachaqueros…Nos hemos habituado al pillaje generalizado
Cuando se realiza una valoración de la corrupción, sin desconocer sus efectos negativos, hay voces que destacan la función social que cumple. Afirman que lo importante es que resulte “funcional†política y económicamente al sistema. Y, en ese sentido, plantean que, además de ser un mecanismo económico, es también un proceso reivindicativo y de nivelación social que, además de asegurar la subsistencia, neutraliza la tensión social. En consecuencia, cumple una función de nivelación social que impide se desborde la desigualdad social y se constituya en una alternativa violenta.
Derrotado o neutralizado cualquier intento de instaurar un “frente éticoâ€, reina impunemente una cultura de la corrupción. Se observa en la ciudadanía un proceso de habituación, sumisión y pasividad, que denuncia unas reservas morales debilitadas y en peligro de extinción… La cotidianidad y la misma subsistencia atentan contra cualquier posición crítica. Y ante ello, nos preguntamos ¿Qué pasó con la capacidad de interpelar, de rebelarnos?
*Fuente: Últimas Noticias
@maryclens