Alfredo Maneiro fue un hombre de ideas, pero de igual modo fue también un constructor político de una lucidez en la que se conjugaban unas virtudes excepcionales y, seguramente, paradigmáticas en la historia política contemporánea de Venezuela.
Un revolucionario debido a la palabra, al verbo encendido, comprometido y lúcido y a la acción transformadora de las relaciones humanas y a lo que él a veces calificaba como “el sueño del hombreâ€.
Un filósofo que pensaba y actuaba a la vez, en simultáneo con la praxis, como lo definió mi hermano Wladimir Ilich: un filósofo generador de un sistema de criterios que estaba concebido no sólo para descifrar la realidad, sino para transformarla, como lo planteó Marx.
Por eso Alfredo reivindica a Maquiavelo en el sentido de asumir la filosofía política en un concepto pragmático y revolucionario, otorgándole la tarea de contribuir a la creación de un nuevo Estado sobre las estructuras caducas de otro estado decadente. Maneiro fue, en sí mismo, la representación de lo que Marx le cuestionó a los filósofos clásicos en aquella máxima: no se trata der interpretar al mundo, sino de transformarlo.
Nadie como él supo -y pudo- penetrar con tanta lucidez más allá incluso de la urdimbre de la naturaleza de las cosas, para mostrar la carnadura de lo ínfimo, el casi imperceptible hilo de la madeja, el punto y el curso de ese hilo invisible que teje la realidad y sus matices, su materia viscosa y ambigua, descodificando lo que podía resultar obvio y reforzador de determinados intereses de clase; ese discurso ampuloso implícito en la narrativa de los poderosos o en sus corolarios demagógicos –de izquierda o progresistas- sostenes de la mascarada y las falacias que nutren la perversión y las injusticias sociales.
En la Venezuela encandilada por el sobre ingreso petrolero, iniciándose la década del 70, durante gobierno de Carlos Andrés Pérez, Maneiro le tomó el pulso al estado de debilidad del movimiento popular y al repliegue de la izquierda derrotada por Rómulo Betancourt pero acomodada en el reparto de los negocios petroleros, asociada también a una intelectualidad domesticada por el consenso de esa riqueza artificial, y dio las puntadas claves para reinventar, desde el naufragio existente, un modo de hacer política y propiciar lo que él llamaba “el encuentro de los igualesâ€.
Wladimir lo dijo en ocasión del prólogo a la edición de Notas Políticas: organizó juegos de pelotas de goma en Catia; se reunía con los obreros de SIDOR; buscaba con lupa a algún intelectual que pudiera servir de interlocutor con los sectores populares y de allí surgió la Casa del Agua Mansa y la Letra R; viajaba a Maracay para conocer al entonces subteniente Hugo Chávez; criticaba la escasa estatura moral y política de la izquierda; escribía y elaboraba teoría política y filosófica; estudiaba a Maquiavelo; buscó saltar la barrera con Jorge Olavarría; se desligó del modelo soviético. Estas, entre tantas otras actividades de su vida, estaban orientadas a un fin: construir una organización para transformar la sociedad venezolana.
Alfredo –como lo dijo Pedro Duno en 1989- era la palabra viva, la palabra como un pescozón, un puño tirado a los dientes sorpresivamente, siempre en combate.
Creo que aún estamos en mora con su legado, su ideario y su pensamiento.
Ese fue Alfredo, como lo define Gustavo Pereira: Suprema inteligencia, destello del pensamiento, cántaro inagotable y desasosiego. Hoy, desde el Elefante Bocarriba, rendimos tributo a su memoria. FRT
LA CALIDAD REVOLUCIONARIA – WLADIMIR RUIZ TIRADO
El pasado 24 de octubre se cumplió 30 años de la desaparición física de Alfredo Maneiro, quien legó a la humanidad entera un patrimonio político de incalculable trascendencia, filósofo de la praxis, discípulo del florentino Maquiavelo, y principal impulsor de un proyecto político que se deba a los movimientos populares, como movimiento de movimientos.
Decía Maneiro que cualquier organización política con no importa qué ideología puede llegar a ser eficaz políticamente, es decir, alcanzar posiciones de gobierno o de poder. Sin embargo, ello no es una condición suficiente para calificar la calidad de un proyecto de cambio revolucionario, si se entiende como tal, la capacidad para transformar realmente a la sociedad y los miembros de la organización como sujetos de cambio.
Como quiera que, en su concepto, tal realización sólo podría ejecutarse desde una posición de gobierno, en su tiempo, la única vía era diferenciar el análisis y el estudio de las organizaciones existentes las características no deseables para una organización revolucionaria. Y así lo hizo. Criticó acerbamente aquellas organizaciones que se constituían en unos aparatos concebidos como un fin en sí mismos, convirtiendo el ejercicio de la militancia en una pesada obediencia burocrática, limitando severamente las capacidades creadoras de ella, a la vez que restringiendo su espíritu crítico. No se puede, señalaba, confundir obediencia con disciplina porque ello implica atrofiar el libre juego de las ideas.
El tema de la calidad revolucionaria debe ser abordado sin complejos, sin temor a traumas. Si no queremos reproducir los modelos de organizaciones que terminaron reproduciendo lo que querían cambiar éste es un tema necesario de la agenda política de hoy.
El otro tiene que ver con la calidad de la gestión de gobierno. Si el propio presidente reclama persistentemente a sus funcionarios, tanto el marcado burocratismo como la ineficacia en el cumplimiento de los objetivos, ello debe ser motivo de gran preocupación entre todos aquellos que apostamos al futuro y a la consolidación de la revolución.
Por razones de espacio no podemos analizar con detalle este asunto, sólo queremos decir que en materia de agenda política, la evaluación de la calidad de gestión del gobierno es primera prioridad. Estimamos que la creación de un ministerio para tal fin pueda contribuir a ello. Honraremos así la herencia política de Maneiro.
Caracas, julio 2006
ALFREDO MANEIRO, UN FILÓSOFO
–WLADIMIR RUIZ TIRADO
Fue un filósofo. Alfredo Maneiro fue ante todo un auténtico filósofo. No al estilo de los constructores de grandes sistemas interpretativos, aquellos quienes han pretendido abarcar el conocimiento de todo lo existente, reduciendo la actividad filosófica a un ejercicio meramente intelectual, sino definiendo un campo de estudio cuya razón es producir criterios, es decir, perfeccionándolos y adecuándolos para un fin determinado.
Esa fue la tarea que se impuso. Por eso, la clave, o al menos una de ellas, para encontrar las pistas de la vigencia de su pensamiento y de su propuesta está precisamente el considerar que la filosofía, a diferencia de la ciencia, trabaja en la dirección de producir un sistema de criterios en vez de uno de conocimientos.
Adentrándose en la polémica acerca del uso práctico de la filosofía, llegó a la conclusión según la cual el campo de utilidad de la misma es la de producir criterios políticos refinados, esto es, asumir la filosofía de la praxis “no sólo como supuesto, como fin y como objeto sino además, como conocimientoâ€. Es por ello que Maneiro destaca que esta filosofía incluye el cálculo de su propia realización dentro de los términos de su reflexión.
En su obra Maquiavelo, política y filosofía reivindica el carácter de pionero que tuvo el florentino en el surgimiento de la filosofía política, pero, además, le permite concluir que si bien existe una rama de este pensamiento de corte evolutiva y conservadora, existe otra, de carácter revolucionaria cuando su tarea es dar origen a un nuevo Estado o modificar su precedente. Aunque señala que Maquiavelo enlaza ambas concepciones nos dice que en las condiciones que le tocó actuar, él asume la segunda.
Lo anteriormente expuesto explica el por qué en Maneiro existe una plena coherencia, una fluida relación entre teoría y práctica. No hay campo para la retórica ni para la fraseología hueca, mucho menos para la especulación discursiva. Cuando asumió el proyecto de construir un instrumento político para transformar la sociedad lo hizo con coordenadas bien claras, absolutamente definidas. Sus pasos, tanto teóricos como prácticos, estaban milimétricamente elaborados. Hay quienes admiran su sagacidad y su genio para actuar y desenvolverse en las condiciones más adversas posibles, como efectivamente ocurrió, sin embargo, además de eso, nosotros subrayamos su carácter de visionario, de hombre con el talento y el talante adecuado para aportar una concepción del mundo que trascendiera su época.
Quien lea el libro Notas Políticas, sin ser un avisado cuadro político o sin tener referencias puntuales acerca de la importancia del mismo, tendrá entre sus conclusiones que allí no hay lugar para la improvisación o el azar. Cada uno de sus escritos, sean ensayos, entrevistas, artículos de opinión o documentos, están en perfecta sintonía con los problemas o situaciones políticas a resolver.
Como ejemplos de lo anterior podemos tomar dos. En un primer caso, Notas Negativas, el subtítulo es elocuente en lo que afirmamos: “¿Por qué y para quiénes son estas notas?†Allí, Maneiro acotaba perfectamente cual era el sentido y los destinatarios de este ensayo, escrito en medio de la división del partido comunista y cuyo objeto era plantearse los problemas políticos y organizativos de ese entonces. El otro, fue el documento político Ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, publicado el 02-06-1974, en el cual no sólo hace un diagnostico atinado del país, sino que desnuda la disminuida estatura de la izquierda de la época y propone una política como fue la reducción drástica de la producción petrolera.
Igualmente, de ambos textos, anteriormente precitados, podemos retomar algunas de las contribuciones políticas más importantes, tanto de la época que le tocó vivir, como para constatar su vigencia plena en la Venezuela de hoy.
La primera de ellas, en Notas Negativas, tiene que ver con la creación y desarrollo de la categoría: calidad revolucionaria. Decía Maneiro que cualquier organización política con no importa que ideología puede llegar a ser eficaz políticamente, es decir, alcanzar posiciones de gobierno o de poder. Sin embargo, ello no es una condición suficiente para calificar la calidad de un proyecto de cambio revolucionario, si se entiende como tal, la capacidad de los miembros de una organización para transformar realmente a la sociedad y a ellos mismos como sujetos del cambio.
Como quiera que, en su concepto, tal realización sólo podría ejecutarse desde una posición de gobierno, en su tiempo, la única vía era diferenciar con el análisis y el estudio de las organizaciones existentes las características no deseables para una organización revolucionaria. Y así lo hizo. Criticó acerbamente aquellas organizaciones que se constituían en unos aparatos concebidos como un fin en sí mismos, convirtiendo el ejercicio de la militancia en una pesada obediencia burocrática, limitando severamente las capacidades creadoras de ella, a la vez que restringiendo su espíritu crítico. No se puede, señalaba, confundir obediencia con disciplina porque ello implica atrofiar el libre juego de las ideas y las opiniones en el seno de un colectivo o de una organización política determinada.
A la luz de las realidades de hoy, donde el proceso político ha permitido a diversas fuerzas políticas, sociales y militares asumir posiciones de gobierno y de poder, vale la pena dar una ojeada a las características generales de la dirección política de la misma. Ensayando, por supuesto, y bajo nuestra absoluta responsabilidad, la utilización del termómetro de la calidad revolucionaria.
Una de ellas tiene que ver con la dirección política del proceso. Si alguna característica se ha manifestado en relación al tema de la dirección entre los actores revolucionarios en el proceso político venezolano, luego del golpe de estado del 11 de Abril, y en forma más patente, durante la segunda intentona, con el paro petrolero de 2002-2003, y en algunos otros eventos políticos subsiguientes, ha sido el de su incoherencia y dispersión.
Incoherencia y dispersión que se manifiestan en la inexistencia de una dirección unificada, colectiva, con unidad de propósitos y, sobre todo, con un programa político único. A éste proceso lo ha venido salvando el olfato político de parte de su dirigencia y la incuestionable presencia del liderazgo de Chávez, se ha necesitado mucho de lo anterior para superar o, al menos minimizar, el tremendo impacto de los golpes opositores.
De la misma manera se manifiesta una relación asimétrica y desigual entre los principales actores que fungen como rectores del proceso. En el cuadro general de la dirección encontramos: actores con mucha fuerza física y militar sin la pericia y la formación para el liderazgo político; con mucha fuerza social, influencia política en las bases sociales pero sin la visión estratégica del proceso; con clara visión política y fuerte formación pero sin arraigo social desarrollado; un liderazgo como el del Presidente Chávez con un enorme peso específico en la conducción del proceso pero con excesiva valoración personal de su papel en la dirección; en fin, múltiples variedades de roles y papeles por diferentes agentes del proceso que han derivado en un cuadro muy disperso para centralizar políticas.
Plantearse estos problemas supone la evaluación crítica de las organizaciones políticas que se asumen como dirección del proceso. El debate es necesario, a éste proceso político le falta la confrontación sana de ideas en esta materia. El tema de la calidad revolucionaria debe ser abordado sin complejos, sin temor a traumas. Si no queremos copiar los modelos de organizaciones que terminaron reproduciendo lo que pretendían cambiar éste es un tema necesario de la agenda política revolucionaria de hoy. El tema de la unidad, tan machacado por el Presidente Chávez, sobre todo recientemente, está igualmente asociado estrechamente al de la calidad revolucionaria.
La otra tiene que ver con la gestión de gobierno, es decir, la calidad de ella. Si el propio Presidente reclama persistentemente a sus funcionarios, tanto el marcado burocratismo como la ineficacia en el cumplimiento de los objetivos, ello debe ser motivo de gran preocupación entre todos aquellos quienes apostamos al futuro y a la consolidación de la revolución. En el año 2004 se hizo un taller de alto nivel para producir las ideas y objetivos del salto adelante; está uno pendiente, por efectuarse, éste es uno de los escenarios para una evaluación, ampliación y corrección de políticas públicas. Escenario apropiado para la elaboración de criterios políticos refinados como lo subrayamos al comienzo. Por razones de espacio no podemos analizar con detalle este tema, sólo queremos decir que, en materia de agenda política, la evaluación de la calidad de gestión del gobierno es primera prioridad. Honraremos con ello la herencia política de Maneiro.
En relación al segundo documento al cual hicimos referencia: Ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, sólo queremos acotar lo siguiente. Si en aquella oportunidad Maneiro retrató al país, resaltó su condición petrolera y, sobre todo, vaticinó la debacle económica, política y moral de la república como consecuencia de la bonanza petrolera, alertándonos acerca del espejismo que representaba la riqueza fácil, y, en especial a los revolucionarios acerca de la difícil circunstancia para emprender el camino de la revolución, hoy, más que nunca está vigente este alerta. Por una doble razón. En primer término, porque estamos en una posición de gobierno, en una circunstancia donde se está repitiendo una coyuntura de gruesos excedentes petroleros y, si bien es cierto que se ha reiterado que ellos serán utilizados como palancas para la transformación social, también lo es el que los peligros del envilecimiento del proceso están al acecho, vale aquí el “ojo pelaoâ€.
Sería largo inventariar la obra completa de Maneiro. Una temática rica y compleja para el desarrollo de la filosofía política. Sería más bien materia para un estudio de unas proporciones distintas a un prólogo, sin embargo, hay que señalar que toda ella, vista en su conjunto, ofrece al estudioso de los procesos políticos de la Venezuela contemporánea una herramienta de primer orden. De igual manera, es una propuesta metodológica para afinar el ejercicio de la política y la elaboración teórica de la misma y, a la vez, un aporte que ha enriquecido su patrimonio mundial. Sobran las razones para una reedición de esta obra que prologamos, pero hay una que resalta sobremanera: salvo excepciones, hay escasa producción y elaboración de obras teóricas y políticas que estén a la altura de los grandes desafíos de hoy, el ensayo permanente de la relación entre teoría y práctica, valga decir, el desarrollo de una filosofía de la praxis. Es decir, la continuidad de la obra de Maneiro. Puede interpretarse esta edición como una invitación para hacerlo.
(Extracto del Prólogo a Notas Políticas, Edit. El Perro y la Rana)
CHÁVEZ Y MANEIRO
INTELECTUALES DEL SIGLO XXI NUESTROAMERICANO – KLORIAMEL YÉPEZ OLIVEROS
No hay otra transición distinta a la que actualmente vivenciamos nosotros y nosotras, sobrevivientes eventuales; habitantes fortuitos de este Mundo; testigos y protagonistas obligadas(os), y circunstanciales, del papel que asume la lucha de clases en esta “transición global†con sus evidentes, irreconciliables y, catastróficas contradicciones de fin de mundo. Fin de mundo imperial, hegemónico burgués, supremacista fondomonetarista, monocapitalista y monopolar septentrional. La única transición vigente en esta hora en punto, es la transición entre una civilización y otra. Esa transición es la que está sacudiendo los cimientos de todo cuanto hallamos conocido, y casi sin darnos cuenta nos postramos ante ella, nos dejamos paralizar por ella.
La transición, direccionada y globalizada por el Águila de 5 garras y su gestor histórico -el capital acumulado-, ha hecho invivible éste planeta para las clases dominantes, por eso la burguesía transnacional lo está destruyendo sistemáticamente, porque según sus cálculos “si este mundo no es para ella, este mundo no es para nadieâ€.
Por el otro lado, desde los sures de Nuestramérica emergen del vientre de la tierra milenaria, las semillas fecundadas por el Sol, con sus hijos y sus hijas de los vientos, de los ríos, de los mares, de las selvas y los montes. De este otro lado del mundo, el que parió a Bolívar, al Che, a Chávez, y a unos cuantos millones más, estamos empeñados desde hace varios siglos, en conservar viva y pura la maravillosa vida planetaria, en poblar la Tierra con nuestras hijas y nuestros hijos, sin importar apellidos; con el único fin de llenar de risas y alegrías ésta ínfima partícula cósmica donde orbitamos: nuestra vivienda. Nuestra de todos y de todas.
Por eso será que desde aquí dice Bolívar, “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar América de miseria a nombre de la libertadâ€, y un poquito más allá oímos al Che, “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: Los Estados Unidos de Norteaméricaâ€â€¦ y desde aquí Chávez sacudió el mundo con la Revolución Bolivariana, para que echaran pelos las ranas imperiales, los gatopardos se pusieran pelucas, y el mundo al revés siguiera así pero a favor de nosotros los muchos, que al revés nos gusta porque al derecho ha estado siempre, por lo menos desde Colón que era tan derechito como la Inquisición, Torquemada y los Reyes Católicos.
Maneiro y Chávez no encajan en ningún derecho ni en ningún revés, su pensamiento fluye cuando es preciso el fluir de las ideas; justo cuando el hacer lo requiere, exactamente cuando la acción lo apremia, dosificado por los tiempos, por la gente y por las exigencias políticas mediatas e inmediatas. Sin el pensamiento transformador de Maneiro y de Chávez, sin sus lúcidas reflexiones, sin la franqueza expresiva de Hugo y de Alfredo, sin el genio comunicador de ambos, no habríamos arribado intelectualmente al siglo XXI, ni tendríamos -hablando en términos políticos continentales-, nuestro propio siglo XXI.
Chávez y Maneiro, teóricos orgánicos forjados en la práctica revolucionaria cotidiana de observar al detalle y muy de cerca, los fenómenos y cada una de sus particularidades, para activar las repuestas económicas, políticas, organizativas, que los detonantes coyunturales de un proceso transformador, condujeran hacia adelante.
La inteligencia sensible, la perspicacia política, el humor ágil, la disciplina personal, el mirar generoso dirigido a la otredad, la conciencia del ser y del estar, y otros rasgos de Chávez y de Maneiro, evidentes a simple vista, ratifican el título de este texto.
Chávez y Maneiro no se encontraron; la historia los encontró a ellos para abrirse camino hasta el siglo XXI venezolano.
ALFREDO MANEIRO
Y LA REVOLUCIÓN COMO OBJETIVO – FARRUCO SESTO
Pienso mucho en Alfredo. Me refiero a mi amigo Alfredo Maneiro quien me convenció, en un momento dado de mi vida, de que la revolución es posible.
Y no sólo me convenció de eso, de que es posible, sino de que es lo que hay que hacer, planteándola como objetivo concreto. Pues cualquier otro trabajo político que no tenga a la revolución como horizonte de lo deseable, en verdad carece de interés y no vale la pena. Sólo la revolución concebida como una transformación profunda e irreversible de las relaciones humanas merece nuestro desvelo.
Para eso ganó Alfredo mi voluntad y me hizo militante de su proyecto. Para lograr hacer la revolución.
De todas las lecciones que retuve de él, del conjunto de su pensamiento político, y que aprendí a valorar a través de su filosofía de la praxis, pienso que esa es la más importante, la que yo rescataría sin duda en este momento que vivimos, para enarbolarla como bandera.
Y por eso mi apego personal a la revolución bolivariana.
Con todos sus avances y retrocesos, con todas sus vueltas y revueltas, este proceso nuestro destaca entre otros muchos, justamente, por su voluntad irrenunciable de ir al fondo, hasta lograr transformar radicalmente la realidad.
Y eso, lo queramos o no, en este convulso mundo de luces y de sombras enfrentadas, y de claroscuros abundantes, nos sitúa en la escala planetaria, o por mejor decirlo, en el centro de la batalla general por la “causa humana†para usar una expresión de Chávez.
La causa humana, que es la causa de todas las causas, y donde nuestra lucha emancipadora adquiere plenamente su sentido.
Eso aprendí de Alfredo y volví a redescubrirlo con Hugo. Ambos viven en mí y en muchos de mis camaradas.
Vigo, 23 de Octubre de 2018
ALFREDO MANEIRO,
LA VENTANA QUE LA IZQUIERDA NO VE – ROGER CAPELLA MATEO
En 1971, después de haber sido comandante guerrillero y antes, en 1958, electo diputado suplente por el Estado Zulia, a la edad de 21 años, en 1960 miembro de la FCU de la UCV y con otros camaradas haber sustraído el maletín del diplomático gringo Moscoso, cuando estuvo de visita en la Universidad Central, de donde sacaron los datos que posteriormente el Che Guevara leyera desde la reunión de Punta del Este, en una de sus obras, Notas Negativas, afirmaba Maneiro: “En los últimos 10-15 años la sociedad Venezolana se ha transformado en una medida tan completa e irreversible que solo por un escrúpulo cientificista, impide calificar de radical…
..En un período tan corto como el señalado, Venezuela se ha convertido de país rural en urbano, de campesino en industrial, de “atrasado†en “modernoâ€. Para adelantarnos a una discusión rigurosa de estas categorías digamos que, en nuestra opinión, Venezuela ha llegado a ser todo lo urbano y moderno que podía ser en condiciones de dependencia.
Esta afirmación sobre la transformación del país tiene por lo menos, un sentido político preciso, si ella es cierta, se hacía y se hace necesario entonces reelaborar a tono con ella toda la crítica social revolucionariaâ€.
Estas afirmaciones críticas y otras tantas autocríticas, suscitaron un sin número de desmedidos comentarios negativos y descalificaciones desde buena parte de la diversa izquierda.
Así las cosas, en 1972, Alfredo me propone participar en la construcción de un proyecto político revolucionario, pero diferenciado de la izquierda existente y una organización de nuevo tipo. Le respondí que no, que veía al MAS con mayores posibilidades de llegar al poder.
Cuando me expulsan del MAS en el 78 y es publicada la noticia en El Nacional, la primera llamada que recibí fue de José Lira, proponiéndome una conversación con Maneiro. Acepté, fue en Caracas, y lo primero que me dijo fue: ..â€te das cuenta que no existe ningún socialismo a la vuelta de la esquina, que el esfuerzo debe ser colosal y en mediano a largo plazo. Te invito de nuevoâ€, y acepté.
Los cuatro años siguientes hasta su ausencia física fue un extraordinario proceso de formación política revolucionaria donde renové y especialmente reformulé todo lo que había aprendido en mis primeros 18 años de militancia comunista. Hoy lo agradezco con la absoluta convicción de que, ese hombre sabio, humano culto, maestro moldeó mi pensamiento actual.
Recuerdo que se discutía en ese entonces un tema de interés nacional y la izquierda variopinta opinaba de forma similar. Alfredo nos dijo: …â€esa es la mejor señal de que la razón política es al contrario de lo que indica esa izquierdaâ€.
En una ocasión, en una reunión en la plaza Bolívar de la población de Miranda, le informaba que ya teníamos en Carabobo 6 locales del partido. Se levantó de inmediato y me dijo: “pero es que tú crees que la causa es una inmobiliaria? No chico, esto es en esencia una política en la calle, que si es acertada el pueblo la apoya, la impulsa, la acompaña y es con ese pueblo que se discute y se aplicaâ€. Otro compañero preguntó: y entonces, aquí no dan carnet? “Nooo, dijo Alfredo, la Causa R es una forma de pensar, de comportarse, una forma de vida. Para que carnet?
-No tienes por qué autocalificarte, tu conducta lo hace sola.. Lo mismo que nuestros equipos de dirección no se eligen por votación. ¡ Y entonces? Bueno, como ocurre en una caimanera de pelota, cada quien juega su posición según su talento y el reconocimiento que haga la militancia de él, su liderazgo, no se impone, se construye, nos dijoEn aquella década de los 60 la discusión ideológica y política se redujo a lo indispensable. La lógica de: “el poder surge del fusil†se impuso en todo. De ahí que las conversaciones con Alfredo Maneiro fueron refrescantes, como un bálsamo, una luz permanente.
También hoy resulta un tanto difícil temas relativos a nuestro proceso Bolivariano y Chavista.
Hace algunas semanas el ministro Wilmar Castro Soteldo hizo un comentario sobre una posible burguesía revolucionaria. Quizás fue el momento para realizar un debate serio, libre de preconceptos, contextualizado. Pero se produjo una oleada de opiniones que no condujo sino a desviar la posibilidad de debatir seriamente y con profundidad acerca del carácter de nuestro proceso y del papel de cada sector social y político y de sus liderazgos.
Recordé a Alfredo Maneiro y su decidida y audaz voluntad para encarar el debate. No cometería la temeridad o irresponsabilidad de señalar lo que hubiese dicho Alfredo Maneiro en relación a este tema. Pero si tengo la certeza de que hubiese sido muy interesante, sorprendente e incisivo.
A 36 años de tu ausencia física Alfredo Maneiro, te extraño inmensamente.
“REUNIR LA LEÑA PARA EL INCENDIO QUE VIENE†–ROBERTO MALAVER
En lo que antes fue una residencia estudiantil, funciona la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela –UCV-.
Es 1981 y Alfredo Maneiro pasa por allí caminando apuradito, como siempre, y Marisol Rodríguez dice: “Vamos a clases, que llegó el profesor.
Y comienza la clase. Alfredo Maneiro fuma y habla y camina alrededor del escritorio mientras explica el concepto de democracia en los griegos. La materia es Problemas Filosóficos Contemporáneos. Todos los martes a las 5 y 15 de la tarde.
Mucho antes, Alfredo Maneiro en una entrevista con Agustín Blanco Muñoz, había dicho acerca de los años de la lucha armada en Venezuela donde se le conoció como el Comandante Tomás. Y decía que era un período cancelado… “ahora bien, por período cancelado no quiero que se entienda, por favor, no repetible. Lo que quiero decir es que en esta época la tarea no es soplar las brasas que quedaron del incendio, sino reunir la leña para el incendio que vieneâ€.
Después, cuando termina la clase, Alfredo sale con nosotros al cafetín de la escuela de comunicación. Allí seguimos conversando. Algunos alumnos de otras escuelas llegan y lo saludan. Alfredo insiste conmigo: “tienes que ir a ciudad Guayana, Malaver, para que conozcas a Andrésâ€.
Lo acompaño a su wolvagen y allí me regala una revista Resumen donde está Andrés Velásquez en la portada. Está contento Alfredo.
Pablo Medina, quien lo acompañó en aquella gesta del Matancero en Ciudad Guayana, dice en su libro Testimonios, en una entrevista que le hace Farruco: “Alfredo conoció a Chávez en Maracay. Hasta allá lo llevé yo. Y Alfredo le decía que no se apurara, que eso lleva tiempo. Después, cuando salimos, Alfredo me dijo. “Esta carajo va a echar una vainaâ€.
Es otro martes y termina la clase de Problemas Filosóficos Contemporáneos. Alfredo me dice que lo acompañe a Sabana Grande. Y salimos rumbo a un café de Sabana Grande. En el camino le digo: “Alfredo, algún día bajaran esos cerros con Teodoro Petkoff al frente dirigiéndolos hasta tomar el poderâ€. Alfredo sonríe y no cae en provocaciones…
Un 24 de octubre de 1982, repicó el teléfono en la casa de mi tía, era mi amigo Delfín Pérez, quien me dijo que Alfredo estaba muy mal en el hospital universitario, y que me esperaba en la UCV para ir a verlo. Llegamos hasta el hospital, en el piso tres del Clínico, y por allí pasaron unos enfermeros con una camilla donde llevaban “su pequeño cadáver de capitán valienteâ€.
Más adelante, cuando Chávez llega al poder y de vez en cuando nombraba a Alfredo Maneiro, cuando decía que “tenemos que ser eficientes, como decía Alfredo Maneiroâ€. Yo tenía el presentimiento de que Alfredo lo había conocido. De que había conversado con él.
Después, cuando volví a leer su entrevista con Agustín Blanco Muñoz, me reía, dándole, como siempre la razón, porque cuando Alfredo decía eso de “reunir la leña para el incendio que vieneâ€, tengo la plena seguridad de que estaba hablando de Chávez.