4 Feb 2019.
Si yo fuera el invasor tendría ya organizadas las acciones de penetración de tropas multinacionales, listas para actuar y atacar dentro del territorio de Venezuela. Esas tropas vendrían organizadas en batallones bajo el aspecto de simples cargadores de bolsas y cajas, presunta o hipotéticamente contentivas de alimentos y comida. Algunos se pondrían el respectivo uniforme de la Cruz Roja Internacional, otros el de religiosos y otros más el de diplomáticos. No olvidar que esta es la conspiración de los disfraces: si el figurín para efectos de las redes y medios de «información» es un soplaverga cualquiera a quien Trump disfrazó de presidente, de ahí para abajo cualquiera puede disfrazarse de lo que no es: presto para invadir con máscaras, disfraces, simulacros y hologramas.
Como eso de disfrazarse incluye la profusión de anuncios mentirosos y fintas que disfrazan los planes con palabras, si yo fuera el invasor andaría llenándome la jeta diciendo que voy a entrar por Cúcuta, pero a última hora intentaría una irrupción por cualquier punto de los 2 mil 200 kilómetros de frontera común.
Si yo fuera el invasor ya tendría clara en la mente la intención y alcances de la jugada: me presento en varios puntos de las fronteras norte, sur y oeste (¿y la este?) con las respectivas tropas, y comenzaría el desafío: si me dejan entrar, ya están invadidos; si me detienes, habrá disparos y la opinión pública internacional se pondrá de nuestro lado («Maduro no dejó entrar 800 toneladas de alimentos y medicinas que su pueblo necesita, qué tipo tan malo»). Y si hay algún muertico (cosa fácil de conseguir mediante una simple provocación) entonces tendrán el despliegue guerrerista que todos estamos esperando.
Si yo fuera el invasor estaría ensayando desde hace semanas la entrada en acción de los receptores de aquellas cajas o bolsas: toda la estructura de guarimberos y activadores de los partidos antichavistas y antivenezolanos, sospechosamente desactivada o en reposo cuando se suponía que iba a estar más activa, pudiera reaparecer por allá con una enorme sonrisa recibiendo el regalo del día de los enamorados (alguien ya mencionó la fecha 14 de febrero). Tal como en los ensayos terroristas de 2014 y 2017, Voluntad Popular, Primero Justicia, Vente María Corina y demás sectas sifrinas, acompañada de gente de los barrios subcontratada para tareas sucias y de acción directa, carne de cañón como siempre, estarían preparándose para entrar en acción en aquellos parajes adonde se darán el abrazo de la traición con asesinos colombianos, brasileños y estadounidenses.
Si yo fuera el invasor tendría preparada la escena para un «trabajo» ya ensayado antes: show para las redes y los medios en las ciudades de Venezuela. Un puñado de performances que incluirían quema de basura, de bienes y de personas, enfrentamiento con los cuerpos policiales y la inmolación de algún idiota por andar jugando con pólvora (a ese idiota le tendría el afiche preparado: la cara del muchacho pendejo con el cielo y la bandera de fondo).
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Si yo fuera el invasor ya tendría el gran titular que se repetirá en varios medios del mundo, sólo hay que copiarlo y pegarlo: «Maduro asesina a venezolanos por protestar pacíficamente». Es bueno siempre crearle varios frentes al enemigo, así sean frentes mediáticos y escandalosos, aptos para que los camarógrafos con ínfulas de reporteros de guerra se luzcan.
Si yo fuera el invasor ya tendría amoladita la narrativa de los derechos humanos violados de mis delincuentes. Asesino a quien liquiden en la calle por atentar contra la vida de otros, será presentado ante el mundo como el humilde libertador del pueblo venezolano, como un ciudadano con derechos a quienes la dictadura asesinó mientras él iba pasando y enfrentó al régimen con un ramo de rosas en las manos y unos cánticos del grupo ABBA en los labios. Iba a ponerse a cantar «Dancing Queen» y un esbirro comunista lo mató «con la explosión de una bomba lacrimógena» (esa arma de destrucción masiva de neuronas ya me ha funcionado antes; funcionará otra vez).
Si yo fuera el invasor ya tendría catalogados a los voceros y habladores de los grupos de derechos humanos, incluso a aquellos que dicen ser chavistas y dicen que rechazan la invasión a Venezuela, pero que cuando ven a un criminal muerto por andar jugando a la guerra (matando a los demás) entonces se lanzan rudísimas declaraciones. Tienen una imagen que cuidar; si no hablan lo suficientemente feo del régimen de Maduro, pudieran perder puntos en su gremio, y también pudieran perder fuentes de financiamiento.
Si yo fuera el invasor tendría ya operando en los organismos de inteligencia a los creadores del SEBIN del gobierno paralelo. Ya los efectivos de ese cuerpo (que ya no se llamaría así) estaría trabajando para la tarea de la limpieza y barrido que vendría. Poseen información profusa y valiosa sobre cada jerarca y militante chavista de las instituciones y las bases, y el Gobierno Bolivariano les paga por tenerla al día y organizada; son los espías perfectos.
Si yo fuera el invasor tendría en la mira también, como potenciales aliados de la invasión, al fragmento de opinadores y surfeadores de redes sociales que se hacen llamar chavistas, pero a quienes fue fácil convencerlos de que Estados Unidos y sus satélites atacarán a Venezuela porque su gobierno es corrupto. Ya los convencí de que a la Administración Trump le importa demasiado la pulcritud del gobierno de Venezuela y por eso es que voy a derrocarlo. Después de eso ya puedo convencerlos de cualquier otra cosa.