La fuerza motorizada del chavismo es uno de los objetivos estadounidenses a demonizar (Foto: Henry Tesara / AVN)
8 Abr 2019
La primera vez que vi un colectivo en acción y de lo que es capaz, era yo muy carajito. Tendría como nueve, diez años tal vez. Eso nos lleva a 1969, en los cerros de Los Frailes de Catia, parte alta del barrio Macayapa, al pie del Waraira Repano.
El lugar donde se desarrollaba toda una actividad colectiva era la quebrada El Encanto, que cuando se crecía por las lluvias nos dejaba a unas ciento cincuenta familias aisladas debido al caudal que bajaba de la montaña de San Chorquis, de porai donde llaman el Camino de los Españoles. Eran casi cien hombres y mujeres alrededor de mí, allí en esa parte del cerro, activados, en movimiento, que no dejaban de cargar, subir cosas, pasar herramientas, vaciar tobos de concreto y piedras, mientras otros fijaban firmemente vigas de una orilla a la otra. Una inmensa olla de sancocho humeaba cerca.
Este recuerdo se me vino a la memoria al leer recientemente que altos voceros del gobierno de los Estados Unidos han solicitado que los movimientos populares organizados de Venezuela bajo la figura o voz de «colectivos» sean agregados a su larga lista de «organizaciones terroristas que son un peligro para el mundo». La campaña de satanización vía redes sociales y medios se dispara de inmediato. Se suman a las tareas de fabricar falsos positivos, imágenes trucadas para mal alimentar «circunstancias» que involucren a los colectivos y alienten al Norte, que anda con unas temerarias ganas de invadirnos, a endurecer aún más el bloqueo y asedio contra el pueblo venezolano.
Aquellas personas, de ese colectivo de mi infancia, traído a mi memoria, construían nada más y nada menos que un puente encima de la quebrada El Encanto para el barrio. Aún existe, perdido en esas montañas. Ni el tiempo, los deslaves o el uso han podido contra la infraestructura. Mi viejo, Augusto, lideraba el Colectivo de Macayapa. Luz, tuberías, resguardo y mantenimiento de los manantiales, principales fuentes de agua para la comunidad, apagar los incendios forestales, el deporte, construcción de escaleras, las fiestas anuales del barrio y, claro está, la seguridad del sector estaban a cargo de estos hombres y mujeres de este colectivo por aquellos tiempos en el cerro de Macayapa. Hoy serían incluidos junto a cientos de colectivos en la lista de terroristas de Washington, junto a mi viejo, porque su accionar no ha cambiado.
He perdido la cuenta de cuántos colectivos conozco a todo lo largo y ancho de mi país. Desde un Comité de Tierra Urbano (CTU), en lo alto de los Magallanes de Catia, donde se acaba el asfalto; el aguerrido Consejo Comunal del Caruto, en lo profundo de los llanos de Barinas, conformado solo por mujeres; o el Colectivo de Trabajo La Piedrita, con sus casi treinta y cinco años de organización comunitaria en el 23 de Enero. Imposible dejar de nombrar al el Movimiento Revolucionario Tupamaro, histórico colectivo de la parroquia, del barrio.
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Y de ellos pasamos a las más recientes: las células urbanas y rurales de gran resistencia en sus zonas populares: los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, mejor conocidos como CLAP. Están por todos lados. Es increíble. Su nivel de organización con los de abajo ha convertido esta estructura en un colectivo que se fortalece cada vez más. Lograr desviar la cadena de distribución capitalista para que el alimento llegue directamente a los hogares no es concha de ajo. Y eso es solo uno de sus significantes logros en las comunidades.
En mi chamba de comunicador de barrio he tenido el privilegio de compartir con esos hombres y mujeres organizados de las comunidades populares, pero no solo eso, sino que también he ido a sus espacios con cientos de visitantes de otros países que han compartido con ellos y que pueden, al leer esto, dar fe de que están nada más lejos estos movimientos de ser «células terroristas bajo las órdenes de un régimen». Pero también pueden contarles el gran poder de defensa y movilización que han logrado acumular estos colectivos a través de años de chamba comunitaria.
Hay dos sectores o colectivos ampliamente satanizados desde las redes sociales y repicadas estas falsedades por los medios: son los colectivos motorizados y los colectivos del barrio 23 de Enero. Unos, los primeros, forman parte de un gigantesco gremio laboral del país, en su mayoría abiertamente chavistas y de sectores populares; son del barrio. Son famosas sus incursiones motorizadas que logran convocar a cientos y cientos de ellos cuando hay marchas y concentraciones en apoyo al proceso bolivariano.
Los otros, en el 23 de Enero, como el Frente de Resistencia del Grupo de Trabajo Comunitario Ernesto Che Guevara o la Coordinadora Simón Bolívar o la Comuna El Panal de Alexis Vive, con una marcada y reconocida trayectoria revolucionaria y comunitaria aun antes de la llegada del comandante Hugo Chávez.
Es larga la lista que tendrá que elaborar Marco Rubio, el Departamento de Estado y el Departamento del Tesoro de su país, para incluir al chavismo dentro de las llamadas por ellos «organizaciones terroristas», porque aquí todas y todos somos un colectivo.