El tratado sobre el Arte de la guerra, escrito hace más de 2.300 años por el general chino Sun Tzu, todavía ofrece pistas para entender los conflictos modernos, incluso los asimétricos y no convencionales: «A medida que el agua adapta su movimiento al suelo, la victoria en la guerra se logra adaptándose al enemigo», dice el general. Una indicación tomada por el gobierno bolivariano para romper el cerco al que está sometido, tanto interna como internacionalmente.
La estrategia de asedio – a través de la asfixia económica, financiera, comercial, diplomática y mediática -, es de hecho fundamental incluso en la guerras de 4ª generación, que sin embargo destacan una constante: la reticencia del imperialismo para emplear a sus tropas en un choque de tierras, donde ciertos conflictos podrían resolverse en su beneficio basándose en la superioridad numérica y tecnológica, pero las pérdidas serían difíciles de asimilar en países acostumbrados a la opulencia.
Sin lugar a dudas, los Estados Unidos no olvidan la lección recibida en Vietnam en el siglo XX. Pero también hay otro factor: en la percepción del mundo occidental, si es compatible que aumente el número de muertes en el trabajo (obreros de fábricas o de andamios), pero es inaceptable que el soldado profesional o el policía tomen en cuenta la muerte como un riesgo inherente en su rol.
¿Cómo pueden morir si las guerras de agresión son «humanitarias» y «quirúrgicas», los asesinatos «selectivos» y «dirigidos», y la sangre se mantiene alejada de la vista del ciudadano promedio «civilizado»? ¿Cómo pueden morir si las misiones militares se presentan como actos de asistencia humanitaria a las poblaciones necesitadas? Visto desde lejos, el «objetivo», debidamente demonizado e incorpóreo, adquiere una connotación virtual: matar al «tirano» y sabotear el sistema eléctrico de los países considerados «forajidos», golpear a niños palestinos que lanzan piedras, se convierte en un videojuego como los que se comercializan contra Venezuela.
A medida que las sociedades occidentales se vuelven «complejas», llenas de dudas y claroscuros, especialmente a la izquierda, más se simplifican los mensajes dominantes. Así, a los gobiernos que no les gustan al Occidente imperialista, se les llama «regímenes», los que se ajustan a sus reglas, los aliados, son gobiernos «democráticos», incluso si segregan a las mujeres o ponen a los niños en la cárcel.
Contra Venezuela, que se ha atrevido a oponerse a «la voz del amo», ahora estalla una guerra con contornos fluidos y alucinados, detrás de los cuales, sin embargo, pasan verdaderos enfrentamientos de intereses, representados por grupos y personas de carne y hueso. Tomemos la gran mentira sobre la “crisis humanitaria†y la «ayuda humanitaria», que vimos el 23 de febrero: un intento de enmascarar la invasión armada, que intentaron implementar por mar y por tierra.
Un aspecto poco relatado fue el asedio por mar y el papel central desempeñado por Europa a través de Holanda, un país que posee intereses imperialistas a partir de tres islas consideradas sus territorios «autónomos», muy cerca de Venezuela: Aruba, Bonaire y Curazao.
Un enviado de la BBC contó sobre un viaje realizado a bordo de un barco de «ayuda humanitaria» organizado por Voluntad Popular, procedente de Puerto Rico y con la bandera australiana. La «ayuda» de Miami todavía se almacena en Curazao. Las fotos que se diseminan revelan su verdadero propósito en el escrito que se muestra en las cajas: USAID.
Visto desde Italia, un país en el que el ataque a Venezuela ha reunido casi todos los partidos políticos, la operación muestra los verdaderos intereses a partir del perfil de las personas que lo dirige y de las organizaciones que lo llevan adelante. Uno de los centros más activos está en Abruzzo, una región donde residen los grandes constructores italianos que hicieron fortuna en Venezuela y se oponen al proceso bolivariano. En esa región, los presuntos periodistas que regresan de América del Sur describen a una Venezuela descuidada, presa de los «escuadrones de la muerte» identificados en los colectivos y presentan al país como si estuviera al nivel de Somalia. En Italia, los vergonzosos prófugos de la justicia venezolana encuentran apoyo político y respaldo mediático. El joven nazi Lorent Saleh también pasó por aquí, como defensor de la «libertad de opinión», papel que le atribuye el Premio Sakharov.
Para apoyar esta peligrosa puesta en escena, están muchas figuras de extrema derecha que por cierto no tienen un camino «humanitario». El 13 de febrero, durante el viaje a Italia de la delegación del «autoproclamado», se celebró una reunión en Roma que juntó a un parterre inconfundible en el color político: el ex alcalde de la Gran Caracas, Antonio Ledezma, ahora prófugo de la justicia, el diputado de la AN en desacato José Sucre Gifuni, la francesa Marie Le Pen, el representante europeo de Venezuela para la ayuda humanitaria, Rodrigo Diamanti, y el secretario general del sindicato Ugl (de derecha) Paolo Capone, quien fue a Cúcuta a fines de febrero para distribuir «ayuda humanitaria» con su delegación.
Ahora, la farsa de la ayuda humanitaria ha vuelto a la altura, alimentada por las declaraciones resonantes de la Conferencia Episcopal de Venezuela, del «autoproclamado» y por el representante de la Cruz Roja Italiana, que había declarado en una rueda de prensa celebrada en Roma una distribución de ayuda de mayores proporciones a lo realizado en Siria. Para desactivar un nuevo torpedo, Maduro hizo bien en recibir a los representantes de la Cruz Roja Internacional.
Adaptándose al enemigo «a medida que el agua se adapta al terreno», el gobierno bolivariano, por un lado, deja al autoproclamado «cocinar en su caldo», por el otro intenta dirigir este tipo de operación en los circuitos legales: reiterando que los canales asignados a la entrada de ayuda son los establecidos por la cooperación internacional (con la ONU o con la OMS), que nunca han fallado y que pueden desplegarse únicamente por voluntad del legítimo presidente, Nicolás Maduro.
Un concepto reiterado en la ONU por el embajador Samuel Moncada, quien denunció las intenciones criminales de Estados Unidos, su «experimento macabro de destrucción», expuesto en un organismo internacional que tendría la tarea de preservar la paz. Venezuela se encuentra en el centro de un choque geopolítico global entre el antiguo campo de fuerzas unipolar, en crisis de hegemonía, y los nuevos actores decididos a contenerlo, en la reconfiguración de un mundo multipolar. Ahora el Fondo Monetario Internacional también ha entrado en el campo, declarando que, «frente a la crisis humanitaria en Venezuela†está considerando «si reconocer a Guaidó como presidente».
Central tanto por sus inmensos recursos como por las relaciones sur-sur construidas en los últimos veinte años, y por la implementación de un modelo alternativo al capitalismo, Venezuela está experimentando una situación sin precedentes, estableciendo elementos generalizables que van más allá de sus fronteras y construyendo una barrera común contra la barbarie prevaleciente.
Revisión Gabriela Pereira