El presidente Nicolás Maduro en un acto del Tribunal Supremo de Justicia (Foto: Prensa Presidencial)
9 Ago 2019
Ya es costumbre que «Venezuela» se convierta en el pan nuestro de cada día en los distintos procesos de campaña electoral en Nuestra América y más allá. La pregunta de los más connotados periodistas de los medios tradicionales de comunicación es sencilla: ¿Para usted Venezuela es una dictadura?
Pero esta historia no es nueva. En el año 2004 en Venezuela, bajo la atenta mirada del mundo, se desarrolló un hecho único en la historia política americana: Hugo Chávez, presidente electo y en ejercicio de su mandato, colocó su propia investidura de Primer Mandatario ante la voluntad del pueblo para saber si era ratificado, o no, en el ejercicio de su mandato.
Esta posibilidad está expresada en la Constitución del país que, para mayores señas, fue propuesta por el propio presidente Chávez. Esta elección se llevó a cabo en el marco de un ataque incesante e incansable por parte de los actores políticos liberales capitalistas y la prensa hegemónica mundial, que vociferaban rabiosos que en nuestro país había una cruenta dictadura sin parangón en la región.
El referéndum arrojó la victoria incuestionable del Comandante Chávez y de la Revolución Bolivariana y fue certificado y avalado, entre otros, por la parcializada OEA y el Centro Carter, a quien no le quedó más remedio que referirse sobre el sistema electoral venezolano como uno de los mejores y más seguros del mundo.
A este proceso asistió, en calidad de observador, el pensador e intelectual Eduardo Galeano, quien escribió las siguientes y preclaras líneas al respecto: «Extraño dictador este Hugo Chávez. Masoquista y suicida: creó una Constitución que permite que el pueblo lo eche, y se arriesgó a que eso ocurriera en un referéndum revocatorio que Venezuela ha realizado por primera vez en la historia universal».
No hubo castigo. Y esta resultó ser la octava elección que Chávez ha ganado en cinco años, con una transparencia que ya hubiera querido Bush para un día de fiesta.
Obediente a su propia Constitución, Chávez aceptó el referéndum, promovido por la oposición, y puso su cargo a disposición de la gente: «Decidan ustedes».
Hasta ahora, los presidentes interrumpían su gestión solamente por defunción, cuartelazo, pueblada o decisión parlamentaria. El referéndum ha inaugurado una forma inédita de democracia directa. Un acontecimiento extraordinario: ¿Cuántos presidentes, de cualquier país del mundo, se animarían a hacerlo? Y, ¿cuántos seguirían siendo presidentes después de hacerlo?
La interminable letanía sobre la cualidad democrática en nuestro país no se ha detenido durante dos décadas de elecciones. Es inexplicable conciliar el «falso positivo» de la dictadura en Venezuela con el hecho real, palpable y verificable de que en el país se han realizado 25 elecciones en 20 años de Revolución Bolivariana, de ellas 6 elecciones presidenciales, 4 parlamentarias, 5 elecciones a gobernadores, 5 elecciones municipales y Consejos Municipales, 2 elecciones constituyentes y 3 referendos nacionales.
Si hubiera una dictadura, cómo puede explicarse entonces la ampliación de la participación e inclusión social siendo que se han creado más de 3 mil comunas, más de 47 mil 748 consejos comunales, 741 núcleos de formación comunal, 866 bancos comunales, que han fomentado una participación activa en comunas y movimientos sociales con 2 millones 700 mil personas en todo el país.
Cómo explicar entonces que una «dictadura» ha facilitado la democratización de la cultura al incorporar más de 1 millón de niños y jóvenes de los sectores más humildes al Sistema de Coros y Orquestas de Venezuela; cómo se explica que se haya quintuplicado la matrícula escolar y a su vez Venezuela se posicionó como el quinto país del mundo con la mayor tasa de matrícula universitaria.
La sociedad venezolana en la última década del siglo XX comenzó a ver y sentir la privatización de todos los servicios y estaba al borde de ver la privatización y negación total de sus derechos sociales: salud, educación, seguridad social. La Revolución frenó esos procesos y evitó que la dictadura del capital privado se apropiara de la vida del pueblo. Hoy esa misma sociedad ha visto democratizarse ampliamente, universalizarse, como jamás imaginó, esos derechos sociales y ha sido protagonista del surgimiento de otros tantos, producto de su organización y protagonismo político.
Pero esas no son las cifras que merecen la atención del sistema hegemónico global, que se maneja bajo parámetros de balanzas de pago crecimiento económico y explotación del hombre por el hombre.
No importa cuántas veces el pueblo venezolano se exprese políticamente en las urnas y en las calles en el ejercicio diario de democracia comunal. No vale para los ojos ciegos y oídos sordos del capitalismo mundial, la extraordinaria disciplina de una sociedad que no ha pisado el peine de la guerra interna inducida por más provocaciones disparadas desde todas las latitudes del planeta. Sólo existe una voz válida para aquellos que quieren ver arrodillado al pueblo venezolano, y es la «verdad» que emana de los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos.
Debería resultar sospechoso que con no poca frecuencia, este «democracionómetro» que se pretende aplicar utilizando a Venezuela, se alinea con intereses geopolíticos o económicos del capitalismo mundial, a menudo ambos a la vez. Así, una vez habiendo declarado la «incompetencia democrática» de sus semejantes, enfilan de inmediato su artillería de guerra contra los «presuntos indiciados» sometiéndolos a cualquier tipo de atropellos que vulneran el Derecho Internacional Público con el mayor cinismo del mundo.
Las acciones que desarrolla Estados Unidos a través de intervenciones militares, sanciones económicas coercitivas unilaterales y demás artilugios de soberbia imperialista, colocan a este país al margen de la democracia planetaria.
En 2017, el presidente Maduro dio respuesta democrática a la agresión más prolongada de violencia política de calle financiada por Washington en Venezuela. La elección, contra viento y marea, de la Asamblea Nacional Constituyente le devolvió a la sociedad el clima de paz política, que aún hoy disfrutamos. Los votos vencieron a las balas y al terror.
Si en algo se ha especializado Estados Unidos a lo largo de la historia es en su capacidad para acabar con la democracia en cualquier lugar donde sus intereses son amenazados. América Latina es el espacio más intervenido en su particular ejercicio de proyección política.
Desde principios del siglo XX, cuando se supo con el poder militar suficiente como para hacer valer su peso y aplicar el llamado «Corolario Roosevelt», que no era más que la posibilidad real de hacer letra viva lo expresado 74 años atrás por la Doctrina Monroe: «América para los americanos».
Con la política del garrote y el uso del dólar como mecanismo de coerción, fueron derrumbando democracias y voluntades en Centroamérica y el Caribe.
Cuando hablamos de promoción de dictaduras nadie le gana a Estados Unidos y su maquinaria
Más adelante, en pleno apogeo de Guerra Fría, necesitaban darle cuerpo teórico al ejercicio dictatorial en la región, así que crearon la tristemente célebre Escuela de las Américas. Allí se formaron sistemáticamente, usando manuales provenientes de la guerra de Vietnam y el resto de los conflictos en los cuales solía entrometerse sus tropas invasoras, los esbirros y torturadores que llenaron de horror y sangre la región durante al menos dos décadas.
Algunas cifras de las dictaduras más brutales de América del Sur arrojan luces de lo que realmente supone un régimen dictatorial. De acuerdo con estudios especializados, se estima que en Uruguay hubo aproximadamente unos 18 procesados por la justicia militar y 31 presos políticos por cada 10 mil habitantes, es decir, para un país con una población cercana a 3 millones de habitantes, hubo 8 mil 370 presos políticos.
En Argentina, según algunos informes, se estima en 35 mil los desaparecidos de la dictadura militar.
Por su parte, la cruenta dictadura de Pinochet en Chile habría supuesto cerca de 40 mil víctimas, de ellas 3 mil 65 fueron muertas o desaparecidas corroborándose una política sistemática de exterminio contra opositores políticos de izquierda.
La dictadura de Stroessner en Paraguay, supuso 18 mil 772 personas torturadas y 107 mil 987 víctimas indirectas.
Cuando hablamos de promoción de dictaduras nadie le gana a Estados Unidos y su maquinaria.
Sorprende que nuestro país esté siempre en la agenda política de algunos gobiernos vecinos que se han dedicado a vulnerar deliberadamente, amparados y aupados por la soberbia de Estados Unidos, los asuntos que sólo tienen que ver con la soberanía venezolana. Nuestra doctrina siempre ha sido la hermandad Nuestroamericana.
Desde los fundamentos profundos del Libertador Simón Bolívar, que visualizó en la Carta de Jamaica la necesidad de la unión de nuestros pueblos como requisito indispensable para la verdadera libertad del hemisferio. Para nosotros, el pensamiento bolivariano está plasmado en la esencia del ejercicio democrático y se traduce en el texto constitucional.
Fuimos y seremos un país amigo de los pueblos necesitados. Siempre recibimos con las puertas abiertas a los desplazados de numerosos conflictos del mundo entero, de los perseguidos políticos de las dictaduras promovidas por los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. En nuestro país hacen vida numerosas colonias que jamás se han visto afectadas por campañas de odio xenófobo como hoy promueven gobiernos de otras latitudes tan cercanas que avergüenzan nuestra historia común. Todo lo contrario, nuestro espíritu se basa en las más profundas raíces de solidaridad y buena vecindad.
Nuestro sistema democrático tal vez no se parezca al de Estados Unidos, pero podemos asegurar sin temor a equivocarnos que es nuestro y que es más democrático que aquel.
Los intereses imperialistas de Estados Unidos pretenden quebrar al pueblo venezolano y su decisión soberana de definir su destino económico, político y social. Por medio de la opinión publicada tratan de arropar la verdad con el único propósito de saquear una vez más nuestras riquezas, aquellas que con tanto esfuerzo la Revolución Bolivariana ha devuelto al pueblo a través de un sistema de «justa distribución de la riqueza», como bien lo dice la Constitución de 1999.
No faltan tampoco las voces cómplices de la oligarquía nacional que se hacen eco irreflexivo para entregar en bandeja de plata los recursos del pueblo al imperialismo norteamericano. Pero la acción decidida y constante del pueblo, la voluntad inquebrantable del presidente Nicolás Maduro, nos llevarán una vez más a incuestionables victorias.
Por más que nos azoten con sanciones y bloqueos, por más que aúllen con el propósito de acallar la verdad de nuestro ejercicio político democrático e incluyente, seguiremos adelante con la firmeza de siempre para preservar nuestra independencia, nuestra soberanía y coadyuvar con los pueblos y las naciones libres del mundo a la restitución de un sistema democrático mundial que derrote de una vez y para siempre la soberbia y el cinismo de los Estados Unidos en su afán de apoderarse del mundo.
Una humilde sugerencia para quienes se ven sometidos a la inquisición mediática utilizando a Venezuela como tema distractor: no cedan al chantaje, cíñanse al respeto al Derecho Internacional, traten de informarse mejor sobre la realidad de nuestra democracia de nuevo tipo y no caigan en la trampa de la dictadura comunicacional, que a su vez responde y sustenta en la feroz dictadura mundial del capital.
En la República Bolivariana de Venezuela creemos en el diálogo político como esencia de la democracia participativa y protagónica que nos hemos dado.
No crean en cuentos de camino, ni se dejen desviar del centro de sus propuestas electorales. El dilema sobre el sistema político venezolano termina siendo una trampa caza bobos, muy bien elaborada en los laboratorios de la CIA.
En democracia, con nuestro pueblo organizado en Venezuela, derrotaremos toda agresión, toda injerencia y toda intervención.