Aporofobia o desintegración regional: lo que revela la violencia contra los venezolanos

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Las noticias de violencia, discriminación y xenofobia contra venezolanos en Perú, Ecuador, Chile y Colombia vuelven a reflotar el debate sobre cuáles son las verdaderas razones que mueven estas prácticas selectivas de odio.

Algunos usuarios de redes digitales han adelantado que es posible que la aporofobia sea un componente clave para entender lo que ocurre. Sin embargo, este concepto no parece explicar toda la situación.

Una hipótesis que solo el tiempo podrá corroborar es la siguiente: la persecución brutal contra venezolanos en Suramérica forma parte de un rediseño psicológico de todo el espectro de las relaciones en el continente. Una ingeniería social para derrotar a largo plazo cualquier futuro intento de integración latinoamericana.

Evitar que se repita la experiencia inédita de avance regional que se logró cuando el progresismo encarnado por Chávez, Lula, los Kirchner, Evo y Correa gobernó durante más de una década.

Nunca olvidemos que ya en 1823, John Quincy Adams reconocía a la Gran Colombia como «una de las naciones más poderosas de la tierra». Una suerte de polo que podría competir de igual a igual con las aspiraciones de influencia regional de Estados Unidos. ¿Podría interesarle a Washington que existiera Unasur y esas temibles instancias llamadas Consejo de Defensa Suramericano y Banco del Sur? Simplemente, no podía permitirlo.

De la violencia

No se trata solo de abultar «el expediente contra Venezuela» usando la migración como excusa para una intervención humanitaria multinacional o que la roída oposición extremista venezolana desee promover por la fuerza el retorno de su rabiosa base electoral: quieren las imágenes de persecuciones, linchamientos, detenciones, golpizas. Lo han convertido en una estrategia de shock para ahogar la región en una espiral de violencia y degradación moral de los pueblos.

Piénsese que mientras la opinión pública peruana busca la causa de sus males en los venezolanos, la corrupción política le arranca al presupuesto público más de 5.200 millones de dólares anuales e incluso lleva al papa Francisco a preguntar, durante una visita a Lima, «¿Qué le pasa a este país que todos sus presidentes acaban presos?».

Mientras las transnacionales arrasan la selva amazónica, los medios de difusión brasileños se dedican a Venezuela. Mientras los carabineros chilenos aplastan brutalmente las protestas estudiantiles, Bachelet y Piñera señalan su dedo acusador hacia la tierra de Bolívar. Conforme crece la producción de cocaína en Colombia y «se han asesinado más de 620 líderes sociales desde la firma de los acuerdos de paz», la agenda mediática de nuevo busca los demonios fuera de sus paredes.

Cualquier excusa es buena para que los pueblos suramericanos dejen de mirarse a sí mismos y desistan de cambiar sus destinos.

Solo catalogar como «aporofobia» aquello que mueve la violencia contra los venezolanos es olvidar el nuevo mapa estratégico del Pentágono. Ese que hace ya muchísimos años delimitó los países suramericanos que serían territorios de caos social y violencia.

Nada pasa por azar y mucho menos cuando se trata de los planes de la élite mundial. Las ruedas del molino imperial se mueven lentas sí, «pero muelen hasta el último grano», diríamos.

Las confrontaciones que estamos apreciando son el umbral de una gran herida que si no se ataja a tiempo dejará huellas en la memoria de todos. Las diferencias diplomáticas o políticas podrían dar paso a distancias de tono identitarios y culturales, algo sumamente peligroso y que en otras latitudes ha generado revanchismos étnicos de dramáticas consecuencias.

Al César lo que es del César…

Sin embargo, el que el plan global exista no implica que pasemos por alto a quienes han actuado en Venezuela como cómplices necesarios.

20 años de 'fake news' en Venezuela
© REUTERS / MARCO BELLO

En abril del 2018, se apuntaba en el artículo de investigación «¿Qué hay detrás de la violencia contra los venezolanos en EEUU?» sobre cómo las operaciones psicológicas alentadas por actores políticos, como Julio Borges, y mediáticos, como Alberto Ravell y J.J Rendón, iban pronto a volverse contra la base de oposición venezolana que había emigrado.

Esto se debió a que por más de veinte años apoyaron a «que se desprestigiara al país. Que se creara una percepción negativa y odio irracional contra todo lo que fuese Venezuela. Ahora, dichas acciones se revierten en su contra. Pueden que creyesen que solo lo hacían ‘para debilitar la imagen del chavismo’. Pero afuera, en la ‘realidad real’ de ser emigrante, lo único que se entiende es que eres venezolano, simple y llanamente, sin sutilezas, sin profundidades.

Fue de esta manera que las operaciones psicológicas distorsionaron la psiquis de muchos venezolanos al interior del país, pero también hacia el exterior, especialmente en aquellos que observaban la situación del país suramericano a través de los monopolios informativos. Tenemos la impresión de que en el instante en que la migración ya nos les sirva como argumento para apalancar la invasión bajo el pretexto de la ‘crisis humanitaria’ o esta comience a afectar a sus aliados en la región, como a Colombia o Chile, Estados Unidos, a través del control que ejerce en algunos Gobiernos de Suramérica, hará cada vez más complicado para el venezolano salir del país».

Una de las aristas más importantes del plan de «cerco y asfixia» concebido por Washington contra la nación venezolana, contemplaba la destrucción del modo de vida venezolano, es decir, la degradación del bienestar económico y además la instalación de la desesperanza como factor que imposibilitaba encontrar salidas racionales a la crisis económica vivida.

Ahora, dicho ahorcamiento parece extenderse más allá de las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo económico, llevar la desesperación al extremo. Eliminar por completo las posibilidades de resiliencia del venezolano, en las que la migración, era una de ellas.Boicotear el programa de retorno de venezolanos a su país, negarles la entrada en las fronteras, legitimar la persecución es fomentar quizá buscar un incidente lo suficientemente poderoso como para que se obligue a «tomar medidas drásticas contra Venezuela».

​Pero aún, algo peor, sembrar al interior de Venezuela un mensaje de revanchismo que puede significar la antesala de un ataque de falsa bandera, como lo sería el ataque a alguna minoría peruana o ecuatoriana en el país. Esa sería una excusa apetecida por los asesores norteamericanos para activar las máximas instancias de Derechos Humanos y avanzar en algo que legitime una respuesta militar más contundente.

El Gobierno venezolano debe estar vigilante de esta clase de operaciones y mantener al país como lo que siempre ha sido, un territorio pacífico, libre de las macabras corrientes de odio que lamentablemente sí son muy cotidianas en otras naciones del mundo.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK