Leonardo Rossiello Ramírez | Arte/cultura / CONTROVERSIA
La discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas es lo que se entiende por controversia. Opinar y discutir, es algo que remite a una fundamental actividad humana, aunque no necesariamente nos sitúa en el terreno de la racionalidad. Esto es así porque se puede opinar y discutir sobre la base de las emociones, los afectos y los gustos. Las opiniones y las discusiones total o parcialmente irracionales sobran, sin que por eso dejen de ser interesantes. También son peligrosas, sobre todo cuando se emplean argumentos que, en apariencia, parecen racionales pero no lo son: las llamadas falacias.
Cuando se usan, a veces inconscientemente, se trata más de persuadir o disuadir al oponente, apelando más a los sentimientos que a la lógica, que de convencerlo con argumentos racionales. Se entregan supuestas «razones» de por qué las cosas tienen que ser como creemos que son, pero sin un soporte aceptable desde el punto de vista de lo que es verdadero. Por ejemplo, afirmar que una noticia es cierta porque ha aparecido en un post del féisbuc, o que la mayoría de los violadores son extranjeros porque las tres últimas violaciones fueron cometidas por algunos de ellos.
Cuando en una controversia priman las falacias, nos acercamos al territorio del miedo, de la amenaza, de la violencia verbal. Bueno sería si quedara ahí, pero la Historia nos enseña con sobradas pruebas de que pueden abrir las compuertas del puñetazo, el garrote o aun del misil; que pueden intentar justificar el gueto, la antesala del campo de concentración (ese invento británico), y el exterminio, el holocausto, el genocidio; también, de que pueden crear un clima social que acredite la tortura, el asesinato y la dictadura.
No está de más echar una mirada hacia los orígenes de la controversia, de los que solo se puede decir algo a partir de los comienzos de la Historia, es decir, desde el invento tecnológico más importante de la humanidad: la escritura. Sobre la controversia en la Prehistoria solo nos resta conjeturar, puesto que quedan de ella pocos restos: algunas pinturas rupestres, hachas de sílex (elementos sin duda persuasivos) y pocos objetos más.
Hay que decir que la Retórica, tal como la conocemos, es uno de los tesoros culturales más valiosos de la humanidad. Es una creación sistemática europea, más específicamente griega. Sin duda otras culturas anteriores emplearon aspectos, técnicas y procedimientos que están recogidos en su riquísimo acervo, pero fueron los antiguos griegos quienes, mediante la observación y el estudio del discurso, los poemas épicos, el teatro y la oratoria, llegaron a transformarla en una disciplina. Ellos elaboraron una teoría, una descripción y una sistematización del arte y la técnica del discurso. Sus orígenes, significativamente, están vinculados a la propiedad privada y al usufructo de la tierra. La idea de enseñar al demandante a aducir sus razones y entregarlas de manera oral y convincente surgió a partir de una necesidad: la de convencer a un jurado que determinada parcela pertenecía a determinada persona y no a otra, y de la ausencia de la figura del abogado,
En el siglo V antes de nuestra era, algunas ciudades-Estado de Grecia comenzaron una expansión hacia el oeste. Fundaron colonias (la palabra no proviene de Colón, como algunos pueden estar tentados a creer) en islas y territorios que actualmente pertenecen a Italia. En Sicilia, fundaron entre otras la ciudad de Siracusa. Hacia mediados del siglo estaba gobernada por dos hermanos tiranos, Hierón y Gelón, que confiscaron tierras a los colonos para poder financiar el salario de soldados mercenarios, con cuya ayuda habían vencido a cartagineses y etruscos.
No contentos los colonos con las medidas confiscatorias, organizaron revueltas. Hierón fue sucedido por otro de sus hermanos, Trasíbulo, pero finalmente los colonos despojados implantaron la democracia y pudieron presentar sus reclamos ante tribunales. Allí había además otros actores importantes, no solo en y para las controversias, sino también en y para la oratoria: el público y el jurado. Entre los participantes, de acuerdo con fuentes posteriores (Platón, Aristóteles, Cicerón), se encontraban dos de los fundadores de la Retórica: Córax y su discípulo, Tisias, el futuro maestro de Isócrates.
Dado que todavía no existían los abogados, los demandantes tenían que presentar las pruebas ellos mismos, hablar ante los miembros del jurado y convencerlos. Córax tuvo una idea que iba a ser fundamental en la historia ulterior de la humanidad: enseñar a los litigantes a hablar bien, a ser elocuentes, a organizar su discurso en partes, a memorizar lo que iban a decir. Él y su discípulo no buscaron la verdad absoluta, sino el modo y las técnicas de convencer al público y al jurado de que las pruebas y lo que el demandante adujera, estuviera vestido con apariencia de verdad.
La verosimilitud pasó así a jugar un rol importante; ellos desarrollaron la argumentación basada en el eikos, lo que es probable y verosímil. Por ello, son hoy considerados los primeros sofistas. De hecho, según Cicerón, habrían escrito un libro en conjunto, Arte. Pero no todos estuvieron de acuerdo con esa postura; Platón fue quizá el más conocido de sus detractores. La controversia acerca del valor de lo que es verdadero y lo que solo tiene apariencia de tal ha recorrido, hasta nuestros días, la teoría y la práctica de la Retórica y las de su hija, la oratoria.
Después de Córax y Tisias surgieron otros nombres fundamentales en lo que atañe a la teoría y la técnica de la controversia, la oratoria y la Retórica: Gorgias, quien le dio unas pinceladas de relativismo; Protágoras, que la espolvoreó con filosofía y enseñó que detrás de cada asunto hay por lo menos dos perspectivas diferentes; Isócrates, promotor de la ética en las controversias; Platón, quien odió a quienes solo buscaban la persuasión y negó que la Retórica tuviese algo que ver con la filosofía y, para terminar por ahora con esta enumeración, el acaso más importante de todos, el mayor teórico y sistematizador de la Retórica griega: Aristóteles.
En otra entrega de «Controversia» explicaremos las razones de este aserto. Ahora, para finalizar, veamos una disputa entre Córax y Tisias. Ha sido entregada primero por el médico y filósofo griego Sexto Empírico, en el siglo I de nuestra era, y recogida por la tradición; quizá nunca tuvo lugar, pero es ilustrativa del poder de los argumentos.
En Siracusa, Tisias buscó ser discípulo de Córax en el arte de la Retórica; Córax aceptó. Acordaron que Tisias le pagaría las clases cuando ganara (es de suponer, en calidad de consejero de litigante) su primer juicio. Pasaron años y Tisias no quería litigar, dizque para evitar pagarle a su maestro. Córax le pidió un día que le pagara, pero Tisias adujo que nunca había tenido un demandante que aconsejar ni había tenido nunca un juicio, y que el acuerdo había sido que le pagaría solo cuando hubiera ganado su primer juicio. Córax quería cobrar, por lo que resolvió demandarlo. Le dijo que iba a pagarle, sí o sí. Porque ese juicio solo podía él, Tisias, ganarlo o perderlo (aquí usaba lo que se conoce como argumentación caso a caso: si A, tal cosa; si B, tal otra). Si lo ganaba, habría demostrado que sus enseñanzas habían dado buenos resultados y estaría en situación de tener que pagarle, por haber ganado su primer juicio. Y si lo perdía, querría decir que él, Córax, había ganado: el tribunal le daría la razón y obligaría a Tisias a pagarle.
Tisias repicó que no iba a pagarle. De ningún modo. Porque ese juicio solo podía, en efecto, ganarlo o perderlo. Si lo ganaba, el jurado lo eximiría de pagarle al demandante, Córax; y en cambio este habría perdido y tendría que pagar él los gastos del juicio. Y si lo perdía, habría demostrado que las enseñanzas de Córax no habían dado su fruto y además estaría aún en la circunstancia de no haber ganado su primer juicio. Por lo tanto, el acuerdo seguiría vigente: Córax tendría que seguir esperando por la paga.
Se deja pensar. ¿Quién tenía razón? A lo mejor hay controversias así, sin vencidos ni vencedores.
Leonardo Rossiello Ramírez
Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.