Leonardo Rossiello Ramírez | Arte/cultura
Dinora se encuentra con Julieta, que le dice que es una alegría volver a verla después de tantos años y le pregunta cómo hace para mantenerse tan joven. «Te diré mi secreto: nunca discuto con nadie» –responde Dinora–. «¡No puede ser!» –la contradice Julieta–. «Bueno –replica Dinora–, tienes razón: no puede ser».
Este chascarrillo, que también podría ser usado en ciertas controversias, estaba guardado en el recuerdo de quien escribe. Por suerte, agregamos, porque la memoria de los humanos está siendo amenazada por la facilidad que tenemos para encontrar respuestas y datos a través de los motores de búsqueda de Internet.
Hoy es posible encontrar en la red una cantidad enorme de «materiales» que podrían usarse en controversias, por ejemplo «frases» más o menos ingeniosas, más o menos sentenciosas, sobre casi cualquier tema. Están ahí, inventariadas por algoritmos que las hacen fácilmente accesibles. Así, Internet podría considerarse una forma contemporánea de la primera de las Partes de la Retórica, que, como vimos anteriormente, se ha llamado Inventio o Tópica.
Hacemos el experimento para corroborar nuestro aserto y ordenamos a un motor de búsqueda que encuentre materiales sobre «Frases sobre la discusión». En efecto, de inmediato aparecen unas cuantas que se dejan pensar. Elegimos tres y las examinamos con cierto detenimiento:
«Jamás hay que discutir con un superior, pues se corre el riesgo de tener razón».
Esta basa su fuerza argumentativa o, si se quiere, persuasiva, en la ironía, un recurso que se estructura en dos discursos; uno literal, esto es, lo que dice «al pie de la letra», y otro, oculto, cuyo sentido (o sentidos) por lo general es opuesto al discurso literal y se obtiene por inferencia a partir del contexto. En este caso, una interpretación posible sería: «Discute con tu jefe solo si estás seguro de tener razón, pues de otro modo corres el riesgo de que te despida». Otra posible es «A los jefes no les agrada que los subordinados les ganen en una discusión», etcétera.
«Es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla».
En este caso, la oración apela al ingenio al presentar una estructura de quiasmo (i.e.: tiene la forma de una equis), porque los términos «debatir/resolver» del comienzo aparecen en el final repetidos pero a la vez en un orden invertido, es decir, «resolver/debatir».
«Discutir en el peligro es apretar el dogal».
En este ejemplo, vemos que se apela a la fuerza del símbolo: hay una representación verbal de un objeto material y real (el dogal) que, en virtud del contexto, adquiere una significación determinada. Esta podría ser «Ante el peligro no hay que discutir sino actuar, buscando los medios para eliminarlo o alejarlo».
Ante estos ejemplos de utilización de la ironía, el quiasmo y el símbolo, surge la pregunta de qué tienen en común. No es difícil comprobar que dicen y postulan algo y que el mismo sentido que cada una tiene podría haber sido formulado de muchas otras maneras. Los tres ejemplos se alejan del horizonte de expectativas del destinatario (lector u oyente), desde que rompen la norma lingüística y presentan una expresión que logra cierta fuerza argumentativa en virtud de su forma. Utilizan, con otras palabras, recursos retóricos que pueden englobarse bajo la palabra «figuras». La palabra es interesante porque remite a la idea de algo que mentalmente puede visualizarse: son imágenes mentales.
Los antiguos se dieron cuenta de que las controversias en los juicios podían ganarse más fácilmente no solo si el orador aportaba pruebas, si era un ciudadano honrado y de buenas costumbres y si argumentaba adecuadamente, sino si, además, era capaz de «adornar» su discurso utilizando figuras retóricas. Las razones son varias. Por tratarse de imágenes mentales, las figuras son más fáciles de recordar, tanto por parte del propio orador como, sobre todo, por parte de los jueces. Además, quien tiene la palabra y las utiliza, cumple con uno de los tres «deberes del orador» que mencionamos en otra Controversia anterior, el «delectare», esto es, deleitar a los oyentes.
Recapitulando: de esa Tópica moderna que es Internet hemos tomado tres frases sobre la discusión en las que aparecen la ironía, el quiasmo y el símbolo. Pero son solo tres. El rigor lógico y también didáctico [1] de los antiguos rétores los llevó a distinguir, describir, estudiar y ordenar decenas y decenas de diferentes figuras, y a considerarlas en la que vino a ser la tercera de las Partes de la Retórica: la Elocutio.
Puesto a preparar un discurso en una controversia, el orador debía, pues, antes que nada, encontrar (Euresis) los materiales a usar en «lugares» de la Tópica. En segundo lugar, debía darles determinado orden (Taxis) en la Dispositio. Finalmente, debía ornare verbis (Lexis) es decir, agregarles «adornos», para lo cual acudía a las muy abundantes figuras retóricas, situándose ante una especie de panoplia muy rica y diversa en la funcionalidad.
Como ya adelantamos (véase «Los orígenes (III)» en nuestra anterior Controversia), se trató de un sofisticado arsenal de recursos que, a medida que los siglos fueron transcurriendo, se transformó en un mero repositorio de figuras.
Su conocimiento y memorización constituyeron la principal ocupación de quienes pretendían tener un dominio o, al menos, un conocimiento del arte de la elocuencia. Se trataba, a partir del nombre de determinada figura, de entregar una definición de la misma o bien lo contrario, dada determinada ocurrencia de una figura, ser capaz de darle su correcto nombre. Esto significó que la Retórica dejó de ser una tejné, es decir, un arte –no hay ninguno sin técnica– y un metalenguaje –un discurso sobre el discurso–, para degenerar en un aburrido listado de figuras retóricas. Como no podía ser de otra manera, ello propició el desprestigio y la decadencia de la Retórica. Sin embargo, desde principios del siglo pasado, ha visto un renacimiento acompañado de un interés creciente y de una mayor conciencia acerca de su capital importancia.
Ya en los orígenes, los teóricos consideraron la forma y el significado de las palabras. A partir de esa distinción clasificaron estos recursos retóricos de la Elocutio, agrupándolos en figuras de dicción y en figuras de pensamiento. Las primeras consisten en alteraciones de la envoltura fonológica (por ejemplo, en los trabalenguas) o morfológica de determinadas palabras o incluso de su orden (sintaxis), sea dentro de una oración o en fragmentos mayores de un discurso (por ejemplo, la elipsis u omisión: «El … que tenemos de presidente no encontró mejor idea que negar el cambio climático»).
Las figuras de pensamiento, por su parte, apuestan a la sintaxis, de tal manera que se destaque su significado. Por ejemplo, la paradoja: «El presidente es sabio: solo sabe que no sabe nada».
Si las tres Partes que hemos considerado hasta ahora, es decir, la Inventio o Tópica, la Dispositio y la Elocutio eran consideradas importantes herramientas a los efectos de ganar una determinada controversia, solo mediante la adecuada memorización del discurso podían alcanzar una eficacia razonable. Era necesario, por lo menos, que entrara en acción la cuarta de las Partes: la Mneme o Memoria.
Leonardo Rossiello Ramírez
Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.