Polar es el símbolo de clases (privilegiadas) que traza la gestión de la pandemia en Venezuela. Foto: Archivo
Está comprobado que la mayoría de los casos de coronavirus en Venezuela han venido desde afuera. Y no podría ser de otra forma: después de haber pasado por Wuhan (China), los focos de contagio de Covid-19 han recrudecido en los países capitalistas de Europa occidental, pero también en Estados Unidos, donde el comercio, el turismo y las finanzas corporativas viajan a una velocidad agobiante que ha impulsado la propagación del virus.
El 21 de marzo el ministro de Comunicación e Información del país, Jorge Rodríguez, subrayó que el 100% de los casos que se han comprobado son “importados de Europa, Colombia y Estados Unidos”. En ese entonces los casos se acercaban a los 100.
Citado por Europa Press, Rodríguez afirmó: “Tenemos dos casos críticos, que fueron de los primeros diagnosticados y están hospitalizados en centros clínicos privados (…) el Gobierno les proporciona Interferón y cloroquina, independientemente del poder adquisitivo”, para contribuir a la recuperación de los pacientes.
En la actualidad, Venezuela es el país con la menor cifra de contagios y muertes por la pandemia en la región, con 197 casos confirmados, 111 personas recuperadas y 9 fallecidos. Y esto se debe a varias razones.
El gobierno venezolano ha marcado una diferencia con respecto a otras administraciones de la región por su tratamiento oportuno de la pandemia. Las medidas de cuarentena tomadas a tiempo, el uso de herramientas de Big Data como el sistema Patria para masificar los test de pruebas, la atención casa a casa mediante brigadas médicas y la asistencia social directa a los trabajadores y pequeñas empresas, dista de las políticas de “sálvese quien pueda” aplicadas por gobiernos tan cercanos como Brasil y Colombia.
Ha sido una política común colocar el interés del capital por encima de la gente. Los sectores empresariales han sabido jugar sus cartas vendiendo la tesis de que la muerte que más podemos lamentar es la de la economía. Así ha ocurrido en Italia, recientemente en España, y en buena parte de los países latinoamericanos, donde la élite empresarial ha influido para que las restricciones no limiten los movimientos de mano de obra y capital.
Venezuela ha operado en una lógica política y de gestión de la crisis que se distancia del canon de los países capitalistas, colocando la vida de la gente en el primer plano. Y justamente por ello ha podido frenar el vértigo de la pandemia, en un cuadro nacional complicado que está signado por la caída de los precios del petróleo, el bloqueo estadounidense y las presiones geopolíticas de Washington para derrocar al gobierno.
Dado que el panorama está marcado por estos factores, la lucha de los venezolanos contra el Covid-19 adquiere mayor vigor y trascendencia internacional en estos momentos de coyuntura.
Así lo hizo notar el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, en una conversación telefónica con el presidente Nicolás Maduro hace una semana, donde afirmó que el país asiático “sigue de cerca la evolución de las actuales circunstancias en Venezuela y considera que el Gobierno venezolano ha tomado, sin demora, resueltas medidas con alto sentido de responsabilidad (…) estas medidas oportunas han demostrado el liderazgo del presidente Maduro ante la comunidad internacional”.
Genealogía de una relación de poder
En 1995, el para entonces príncipe y actual rey de España, Felipe VI, aterrizaba en el tepuy Sarisariñama ubicado en la intrincada selva de la Gran Sabana, al sur de Venezuela, tras una invitación realizada por Lorenzo Mendoza, el presidente del oligopolio de Empresas Polar.
El idílico viaje de la realeza narrado por un reportaje de ALnavío , selló las relaciones entre la Casa de los Borbones y el capitalista más encumbrado de Venezuela, y fue empañado por un accidente aéreo que todavía sigue sin esclarecerse del todo y que vinculó a un piloto, al personal técnico y a un trabajador que acompañaron la visita.
Tras el encuentro en los confines del sur venezolano, Mendoza había encontrado la llave para exportar sus productos en el mercado español, y lo haría gracias a su relación personal con el futuro jefe de la corona española, quien recientemente renunció a las asignaciones de su padre, Juan Carlos I, tras el sonoro caso de corrupción que vincula a la Casa Real con fundaciones opacas en Suiza.
En resumen, ese sería el principio de una relación entre el capitalista venezolano y la red de influencias empresariales de la Casa Real. Empresas Polar comenzó a colocar sus productos en el mercado español hace algunos años, pero recibió una dosis de la competencia capitalista que nunca encontró en Venezuela por su configuración monopólica y rentista: el gigante de los supermercados en España, Mercadona, sacó su propia línea de harinas y puso las ventas de Harina Pan en serios aprietos al expulsarla de sus establecimientos.
Mendoza pudo repuntar limitando el uso de maíz transgénico en sus productos, pero no ha sido suficiente. Sin embargo, su esquema de relaciones dentro de España le ha permitido encontrar otros tentáculos de inversión.
Una aventura que podría salir mal
En enero de este año, Empresas Polar anunció la compra de la empresa venezolana Antojos Araguaney, que produce tequeños y quesos en sus fábricas en Madrid y Tenerife, aunque la dirección de la empresa y un porcentaje del 20% de las acciones de la misma seguirán en manos de sus creadores originales.
Esta adquisición, según el portal La Tabla, requirió de constantes viajes de la capa directiva de la empresa desde Madrid a Caracas y viceversa. Los viajes ocurrieron cuando la pandemia se expandía por España y el gobierno de Pedro Sánchez aún no había tomado las medidas de confinamiento.
El flujo de dinero basado en las alianzas constituidas entre Lorenzo Mendoza y los Borbones, construyeron un pasadizo para la importación de la epidemia desde uno de sus principales focos europeos.
Se ha comprobado que la empresa de seguridad y escoltas 365, que trabaja para Polar, tiene trabajadores contagiados. Esto coloca el punto de mira en las empresas de Lorenzo Mendoza y en su red de industrias y trabajadores comerciales (denominados “franquiciados” bajo una mirada neofeudal), porque allí podría estar cocinándose un foco de contagio que podría expandirse de forma caótica.
El “comercio” de la pandemia
Desde algún tiempo, Empresas Polar ha venido mutando a una empresa subsidiaria de fondos y bancos privados extranjeros con el objetivo de ganar posiciones en el mercado internacional y proteger sus capitales fuera de las fronteras venezolanas. Pero como afirma el medio ALnavío, Empresas Polar depende en un 70% de los ingresos que dan sus ventas en Venezuela, lo que lo obliga a mantener la producción y el comercio de sus productos, e igualmente, su posicionamiento internacional.
Venezuela se asemeja a la realidad relatada por el escritor Daniel Bernabé en el contexto español:
“El virus se expandió en Europa desde Alemania, con sus hombres de negocios, y desde el Reino Unido, con sus turistas ebrios, además desde Suiza, con sus banqueros y maletines”.
El caso de Empresas Polar nos muestra la anatomía de la pandemia y un diagrama sobre el transporte del virus: los vínculos entre la Corona española y Mendoza, y los negocios transnacionales de la empresa privada más grande de Venezuela, todos subordinados por los que están más arriba y ya habían contagiado a España a principios de enero como lo relata Bernabé, facilitaron la importación del virus en forma de intercambio comercial, compra de empresas riesgosas y expansión de la cartera de inversión de los negocios de Mendoza.
Puede afirmarse que la aventura del capitalista venezolano abrió una especie de canal de importación de la pandemia, muy asentada en su tradicional comportamiento empresarial como importador neto de materias primas, tecnología y bienes de capital para darle realismo a su atrofiado mensaje publicitario de “Hecho en Venezuela”.
Mendoza ya ha hablado preocupado por su situación y augura que se levante la cuarentena para poder vender su “cervecita”. No hay que olvidar que en el norte de Italia, por ejemplo, uno de los factores que impulsó los contagios y las muertes por coronavirus fue la presión de los empresarios en la ciudad de Bérgamo para mantener las fábricas abiertas, sorteando las medidas de confinamiento.
El movimiento de mano de obra y capital se mantuvo de manera ininterrumpida y ahí están los resultados: miles de muertes porque las fábricas y los centros de trabajo masivos representan hornos bastante eficaces para propagar el virus.
Riesgo y éxtasis del capital
Así, Lorenzo Mendoza habla en nombre de la élite venezolana y pone sobre la mesa una declaración de propósitos compartida por toda una burguesía tradicionalmente importadora y comercial: que la maquinaria siga funcionando, porque al final lo que importa es sostener el ritmo de trabajo en sus industrias y su red de franquiciados, mas no revertir la curva de contagios y salvar a la mayor cantidad de gente posible, y menos aún si eso pasa por sacrificar temporalmente su tasa de beneficios.
Eso resume su “Hecho en Venezuela”.
En su obra Modernidad Líquida, el sociólogo Zygmunt Bauman advertía que las transformaciones contemporáneas del capitalismo habían traído consigo la escisión del tiempo con relación al espacio. Atañe que la velocidad de las comunicaciones, de las nuevas tecnologías de la información y la alucinante interconexión de las finanzas y el comercio, han sido los motores de un proceso de onda larga que dinamitó la distancia y el espacio en términos de poder, economía y cultura.
Con la erosión de la distancia y el espacio, los capitales se despojarían de sus marcos nacionales, viajarían libremente donde sea que estuviese la rentabilidad y no encontrarían ninguna resistencia estatal para ejercer dominio. El peso de esta transformación aplanó las fronteras nacionales y dio al capital global su forma vigente: extraterritorial, flexible, especulativo y evasivo de los controles nacionales.
Mendoza, así como las estructuras de sus empresas, son testimonios de estas transformaciones de época, donde los capitales se vierten en aventuras riesgosas y especulativas. Ante la crisis de la “cervecita”, ¿Mendoza recortará el personal de las industrias para intentar salvar su aventura del tequeño y la cachapa en España? El prontuario de los ricos bobos venezolanos podría predecir un futuro trágico a lo Cisneros: esas inversiones para comprar marcas en Estados Unidos y México que se apalancaron con dinero público y que luego nos legaron el “viernes negro” y la crisis financiera del 94.
Esos días cuando los banqueros salvaron sus vidas a costa de la gente.
Mendoza es el businessmanbisagra entre el deforme capitalismo industrial-importador y el capitalismo financiarizado y mafioso que tomó su forma definitiva con el saqueo de Cadivi. Las aventuras empresariales de los 12 apóstoles de Carlos Andrés Pérez vuelven a hacerse presente pero en forma de Covid-19, como recordatorio de la forma de pensar de una élite que de venezolana tiene poco.
EEUU y el fracaso de la clase dominante
Lo de Mendoza es síntoma que abarca la heterogénea clase capitalista venezolana. El Covid-19 ha traído la paralización de actividades económicas, lo que ha expuesto las vulnerabilidades de un esquema de negocios basado en la apertura de bodegones, en el comercio rápido y agitado para captar el creciente número de divisas que circulan en las ciudades, ante lo cual la producción subvencionada en el campo y la desinversión en el parque industrial se han convertido en la norma.
La clase dominante ha tenido que adaptarse a la dinámica económica del bloqueo y la pérdida de ingresos petroleros, viéndose obligada a inyectar, gradualmente, capitales en el país pero siempre en los renglones que supongan rentabilidad y ganancias rápidas, a saber, comercio, importación o reventa de divisas.
Es el estilo Mendoza el que marca la pauta: invertir en industrias y producción afuera mientras acá los negocios se limitan a vender cerveza.
En vista de la situación, el gremio empresarial representado por la tríada Fedecámaras, Conindustria y Consecomercio, ha colmado de comunicados la opinión pública anunciando la disolución y cierre de empresas, marcando un tono de rechazo de la cuarentena ordenada por el Estado venezolano.
La nueva escalada inflacionaria es la manifestación práctica de este reclamo y se condimenta con los llamados a establecer un “gobierno de emergencia” para “resolver” los efectos económicos de la pandemia, lo que pasa por llevar a cabo la fantasía estadounidense de ver un cambio de régimen en Venezuela.
Mientras esto ocurre, en los bolsillos de los pobres está el dinero para surfear los efectos nocivos de una economía sitiada.
Desde arriba la Administración Trump ha apretado las tuercas reabriendo un ciclo de tensión económica que yace en la disminución del ingreso petrolero, el bloqueo a la importación de gasolina, y en general, en la crisis de dinero disponible para cubrir las necesidades sanitarias y alimentarias del país.
El efecto de estas presiones se transfiere a capas del capital local generando reacciones que no van en una misma dirección. Los capitalistas del agro exigen la subvención directa del Estado, los comerciantes claman por el levantamiento de la cuarentena, mientras que los industriales apuestan más frontalmente por la caída del gobierno.
Las sanciones estadounidenses han generado un conflicto interno dentro de la clase dominante, lo que se manifiesta en el verbo comedido de unos sectores que se han beneficiado con la dolarización aguas abajo de los últimos meses, y de otros que esperan el derrocamiento del Gobierno para reabrir la economía pero con las leyes nacionales que protegen a los trabajadores desmanteladas.
En ambos casos, la clase empresarial recibe el efecto búmeran de la política exterior de Trump y lo traduce de acuerdo a sus intereses inmediatos.
En una complicada situación financiera que ha vinculado la tormenta petrolera con la cambiaria y la productiva, el Gobierno venezolano continúa con su apuesta de atender económicamente a la población en medio de la pandemia, incluyendo también a las pequeñas y medianas empresas.
Frente a eso, los empresarios vinculados a la industria, la importación y el comercio responden al unísono con el discurso harto conocido de la “crisis de confianza” que impide que las inversiones lleguen, cuando lo que en realidad quieren reafirmar, en criollo, es que la cuarentena ha puesto nuevamente en evidencia la fragilidad de sus negocios, la dependencia de las importaciones y la inversión parasitaria en la especulación comercial. El fracaso modelo Polar.
El dinero como expresión de poder y cultura tiene un lenguaje propio, y lo que nos intenta decir en estos instantes es que frenar el Covid-19 no es la prioridad, sino prolongar un esquema perverso de parasitismo empresarial que pronto cumplirá 40 años de fracaso.
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