Por DANIEL MENDOZA LEAL
@elquelosdelata
Asistente investigación: Marisol Orozco Cortés.
El primero que denunció a Álvaro Uribe Vélez por mafioso, fue el papá del hoy presidente uribista, Iván Duque. Don Iván Duque Escobar, cuando Ivancito aún era un niño, en despeño de sus labores como gobernador de Antioquia, programó viaje exclusivo para informar al presidente Turbay que el entonces joven burócrata, llegado de la secretaría general del Ministerio de trabajo Álvaro Uribe Vélez, era socio del Cartel Medellín y que desde su cargo recién estrenado como director de la Aeronáutica Civil, repartía licencias de vuelo y autorizaba las pistas de las tantas aeronaves que subían y bajaban preñadas de cocaína desde la nariz hasta el culo de aquella patria Colombiana, que en los 80 los mafiosos dominaban como si fuera una masoquista amordazada con una pelota de ping pong en la boca.
El papá de Iván Duque le llegó a Turbay con la tarea hecha, se quejó de lo que sucedía en Medellín, le dijo lo mismo que le diría a la revista Cromos en su momento, que era una ciudad decente que no gobernaba él, sino los 30 narcotraficantes que andaban rociando en cada esquina plomo y que caminaban en sus Toyotas como Pedro por su casa, a pesar de estar pedidos en extradición. Habló de los vínculos de la mafia con los empresarios, funcionarios públicos y políticos, antes de llegar al joven Uribe Vélez ochentero y hablar del historial que lo precedía. A Turbay, el Duque viejo y ya finado, se lo contó todo.
En palacio, el Gobernador no se limitó a hablar de las pistas y las licencias, sino que algo le dijo de su familia y amigos, le mencionó lo que todos sabían y que resalta Fabio Ochoa, el venerable abuelo del clan, en ese libro que no se consigue, que mandaron a desaparecer de bibliotecas y librerías como si fuera un sindicalista de bananera, pero que proveniente de algunas manos llegó a las mías y que no solo habla de caballos sino que, como su nombre lo delata, también habla de la vida.
De mi vida en el mundo de los caballos, hace un recuento del árbol genealógico de Álvaro Uribe Vélez y en didáctica narración Don Fabio nos revela que no es verdad lo que siempre ha dicho el expresidente, que a los Ochoa los conoció de pasada y por los caballos, sino que era familiar por varias puntas de todos ellos.
Su mamá era prima del Viejo Fabio que expone con lujo de detalles la relación filial de los Vélez Gonzales, de los Posada Vélez y de los Vélez Vélez y por supuesto de los Uribe Vélez, presentando desde niño a nuestro protagonista que tanto quería, a “Varito” como solía llamarlo, como una estrella de talla presidencial.
Y de ahí nace todo, de allí de donde viene Uribe, y de esa postulación como futuro gobernante que le hace el viejo Fabio al hijo de Alberto Uribe Sierra, un hombre pobre, repleto de deudas que vivía en arriendo con su esposa y sus tres hijos, Álvaro (Varito), Santiago y Jaime Alberto (El pecoso) en un segundo piso de una casa en el barrio Laureles, para esa época un barrio de clase media emergente de Medellín.
Si. Uribe, aquél matarife, a quien hoy apodan El Innombrable, nació pobre. Fue después, en los 70´S medianeros, cuando todo empezaba a pasar, que le fueron apareciendo al papá las manotadas de haciendas que llegó a tener, los caballos, las camionetas y los coches de lujo, los sembrados de arroz y palma y hasta los helicópteros, que también tienen su historia como huellas en el camino histórico de este nuestro prócer, que llegó a terciarse dos veces la banda presidencial y una tercera, así sea Duque quien la luzca en calidad de mandatario encargado que en las noches debe sentir como las lágrimas de su padre le caen del cielo.
Uribe Sierra, Don Alberto, persiguiendo la visión fatídica de Don Fabio y por supuesto con la ayuda de todos esos grandes amigos empalagados de dólares, que en Antioquia gobernaban a los gobernantes, ubica a su hijo abogado de la Universidad de su departamento, como funcionario público de la administración regional en las Empresas Públicas de Medellín EPM. De allí pasa a ser secretario en el Ministerio del Trabajo durante el gobierno de Alfonso López, antes de dar el brinco al cargo que le puso dinamita a su carrera cuando fue convenientemente seleccionado para ser el director en jefe de la Aeronautica Civil, entidad que en palabras de Lara Bonilla, durante la administración de Uribe fue puesta al servicio del narcotráfico, al punto de que ordenó suspender la flota de aeronaves que desde allí, el gobierno le había permitido operar a Pablo Escobar y Carlos Ledher, quienes tenían hangares en el aeropuerto de Medellín y permiso de operación para sus 57 aviones de última tecnología. Álvaro Uribe Vélez, entre pistas y aeronaves, le entregó a la mafia más de 200 licencias. El Cartel de Medellín jamás hubiera sido lo que llegó a ser sin este empujón, que en muy buen momento le dio su miembro más notable, culto y respetado.
En la Aeronautica civil nombra a Cesar Villegas, alias “El Bandí”, como su mano derecha en la oficina de planeación y relacionista público con las altas esferas de la mafia. Con Villegas monta la empresa VC Maderas, en la que, según Joseph Contreras, corresponsal de Newsweek, él era socio en la sombra. Villegas, después de convertirse en uno más de esos multimillonarios nacientes, termina condenado por enriquecimiento ilícito, lavado de activos y narcotráfico hasta que encuentra la muerte el cuatro de marzo de 2002, cuando es abaleado el día anterior a la reunión que tenía en la Embajada Americana para declarar en contra de Uribe. He aquí al primero del reguero de muertos que, por bocones, han terminado desparramados en el oscuro camino del señor expresidente.
No fue Villegas quien le presentó a Pablo Escobar y a los demás representantes de los carteles de la cocaína en Colombia. Alpher Rojas, el periodista, en un artículo habla de las tardes doradas de la mafia y de forma explicita como testigo presencial de los hechos, a Uribe lo sienta en medio de Pablo Escobar y Rodríguez Gacha, con whisky en mano, en una feria de ganado en Armenia.
A Pablo Escobar lo siguió tratando, después de que su padre, siempre presente en el camino de su hijo predilecto, le compra a Belisario Betancourt en una subasta de arte que tenía como fin recaudar fondos para su campaña, un cuadro por 20 millones de pesos de 1982 que bien pueden ser un par de miles de ahora. Esa compra le merece a Varito su nombramiento como alcalde de Medellín, para la época en que no era el voto popular sino el guiño presidencial el que designaba a los mandatarios regionales. De la alcaldía, en palabras del corresponsal de Newsweek ya mencionado, lo echa el mismo Belisario que le pide la renuncia protocolaria cuando se entera que la mafia lo había mandado recoger en helicóptero, para que asistiera a una cumbre del Cartel de Medellín, a la que asistieron Pablo Escobar, Carlos Lehder, los Ochoa y Rodríguez Gacha.
En la Alcaldía sólo dura cuatro meses, que le bastaron para permitir que Medellín sin Tugurios, el programa social de Pablo Escobar se tomara la ciudad, en especial cientos de terrenos del distrito que eran ocupados por los habitantes y urbanizados por Escobar, cada uno con su respectiva cancha de futbol. Medellín sin Tugurios era dirigido y coordinado entre el alcalde Uribe y Pablo, que supo demostrarle su agradecimiento, con aviso de prensa en primera página invitando al sepelio de su padre, al que llegó esa avioneta que como gesto de condolencia roció de claveles rojos y margaritas blancas a los asistentes. A Pablo le agradece muy especialmente lo del otro helicóptero del que tanto se ha hablado.
El helicóptero que Pablo Escobar le prestó a Uribe el 14 de Junio de 1983, día en que le mataron al papá en la Hacienda Guacharacas, cuando llegó la guerrilla a secuestrarlo y se hizo matar, enfrentándose con una pistola a 30 guerrilleros armados hasta los dientes.
En eso hay que ser objetivos. Valiente y arriesgado siempre fue Don Alberto, que había aterrizado en la mañana en otro helicóptero, uno más pequeño que el que Escobar le prestó a su hijo Álvaro, pero que era suyo, un Huges 500 Modelo 363 Matricula HK 2704, que con los años, entre viaje y viaje, termina decomisado junto con 6 aviones cuyas licencias las había otorgado el propio Uribe Vélez desde la Aerocivil, en el publicitado golpe de Tranquilandia, el laboratorio y complejo de distribución de cocaína propiedad del Cartel de Medellín, más grande que ha existido en la historia del narcotráfico y que para el día de la operación figuraba a nombre de los Uribe Vélez, “Fue que mi papá se lo había prestado a un amigo que nunca lo devolvió” con esas le salió el expresidente Uribe a Enrique Parejo, quien para la época era Ministro de Justicia.
Un tiro en la cabeza se le llevó la vida a Alberto Uribe Sierra. Santiago, su hijo que lo acompañaba, recibió uno el pecho que no lo mató, dejándole el trozo de existencia necesario para llegar hasta la carretera, en la que más muerto que vivo lo recogió un camión que lo llevó al hospital. Hasta donde pudo llegar el ex alcalde gracias a ese aparato con hélices que había puesto a su servicio el capo más poderoso y peligroso del mundo, el único que podía tener esa aeronave como no había otra en Colombia, cuya tecnología le permitía llegar a donde ninguna podía llegar y a la hora que a ninguna otra le era permitido, a menos de que tuviera ese permiso especial de vuelo, expedido especialmente para ese viaje que a las 7 noche culminó con un Uribe bajándose del aparato enceguecido del odio, ese odio que lo generó todo.
El odio unido a esa personalidad tan megalonamana como sociopática, deslinderada en su afán de poder, formada y deformada entre los valores de una comunidad clandestina y sangrienta, hacen del expresidente Uribe lo que es: El gestor del aparato organizado de poder criminal más devastador en la historia de latinoamerica. El mismo que los abogados de Uribe pretenden que los magistrados pasen por alto. Aquél que quiere ocultarle a la Corte Suprema de Justicia Colombiana a como dé lugar, para lo cual monta una empresa delictiva anexa, cuya finalidad es silenciar cualquier boca que se atreva a mover los labios y contagiar con esa enfermedad tan rara, padecida por muchos de los testigos que han declarado en su contra, quienes siempre terminan contagiados de aquellas fatídicas gripas de plomo que aniquilan hasta al más corpulento Goliat.
Empieza a gestarse en quien, hasta ahora había sido una pieza más del engranaje mafioso en Colombia, la idea de organizar entidades rurales dedicadas a matar guerrilleros, que como eran difícil de agarrar en el monte, había que hacerlos sufrir como él sufrió, matándoles a sus familiares y conocidos que venían siendo todos esos campesinos que en la frente llevaban el inri de colaboradores de la subversión.
Con la muerte de su padre empiezan los asesinatos selectivos en el municipio de San Roque al noreste de Antioquia, lugar donde se edificó la hacienda que fue la génesis de todo pero cuando a Álvaro Uribe Vélez lo eligen de Gobernador, es cuando el infierno cae a la tierra. Los hitos históricos se entrelazan de tal forma que el 2 de enero, al otro día de su nombramiento, los guerrilleros vuelven a Guacharacas, asesinan al administrador de la hacienda, le prenden fuego y se roban más de 600 cabezas de ganado.
Bien caro pagó Antioquia dicha afrenta: Vino la retaliación de aquellos grupos que durante mucho tiempo se denominaron solo “Fuerzas Oscuras” porque para esa época los paramilitares eran los mismos hacendados asociados narcocriminalmente con el ejército.
De los asesinatos selectivos vinieron las masacres. 14 muertos en Valdivia, 10 en Cáceres, 15 en Segovia, 10 en Apartadó, 32 en Chigorodó, en Uraba 6 masacres que sumaron 86 muertos, más de 100 cadáveres pertenecientes a miembros de la UP, en el nororiente a machetazos 26 personas, 952 asesinatos selectivos …y más y más y más, podría llenar paginas infinitas con aquellos números despersonalizados que terminan regados en las estadísticas.
Cuando eran bondadosos los agraciaban con un tiro en la nuca, a algunos, padre e hijo, marido y mujer, hermanos o a la familia entera, los cogieron de blanco en prácticas de polígono, a muchos los rebanaron con motosierras en presencia de su familia, jugaban con sus cuerpos aún estando vivos en extensos rituales de tortura que no perseguían ningún fin. Nadie sabía nada de nada, no eran guerrilleros, eran campesinos que los conocían, que quizás los habían engendrado, pero que como se lo explicó Carlos Castaño al filósofo francés Bernard Henri Levy, todos eran culpables, “Si un hombre tiene aunque solo sea una vaga vinculación con la guerrilla, dejan de ser civiles, para convertirse en guerrilleros vestidos de civil y, por lo tanto, merecen ser torturados, degollados, o son merecedores de que les cosan un gallo vivo en el vientre”
No me extraña la conclusión a la que llega el francés, con la que terminó descifrando nuestra realidad al afirmar que Colombia estaba en manos de una banda de crueles mafiosos locos, después de estar sentado con Castaño a quién describe como un ser desequilibrado, de ojos chisposos que a veces se le querían salir y que durante el encuentro parecía montado en un vagón que subía y bajaba sobre una montaña rusa construida sobre esa personalidad bipolar y psicótica.
Uribe de gobernador, parado ya en ese cargo omnipotente que lo hacía dueño de las fuerzas armadas y de la policía de todo el departamento, estructura una serie de aparatos de poder regional, amparándose en el marco jurídico de un decreto perdido proferido por Cesar Gaviria. Viste de legalidad la criminalidad. Institucionaliza los ejércitos homicidas de sus amigos mafiosos, muchos de los cuales lo habían apoyado en su vertiginosa carrera política, transformándolos en bandas de asesinos en serie auspiciadas por la Gobernación de Antioquia a través de las Convivir.
Nadie podría describir mejor el fenómeno que el propio Castaño en Mi Confesión, ese libro en el que se autodescribe como el Mesías redentor, pacificador de esta patria picha y despernancada en la que cometí el error imperdonable de nacer “No voy a negar que a las autodefensas les sirvieron a las Convivir, pero quienes más las aprovecharon fueron los narcotraficantes, que se dedicaron a montar pequeñas Convivir en sus fincas. Era habitual ver cinco camionetas Toyota con un “narco” adentro escoltado de manera impresionante y sus guardaespaladas portando armas amparadas por el Estado”
Nos lo advirtieron a gritos. En el 94 Amnistía Internacional conoció del decreto y profirió una sentencia profética: “Amnistía Internacional teme que el resultado final de esa labor de “Vigilancia rural” no sea otra cosa que una repetición de la historia: La formación, nuevamente, de grupos de autodefensa moldeados por las fuerzas armadas para asumir un papel central en la guerra sucia”
En efecto así terminó siendo todo, estas bandolas de asesinos armados hasta los dientes como guerreros apocalípticos adornados de poncho y carriel, jeans desteñidos, sus ojos calzados con gafas negras y sus pies con Adidas, fueron entrenadas en la mítica y tan mentada hacienda Guacharacas de los Uribe Vélez con el apoyo del ejercito que por temporadas la tenía como base militar. El ejercito recibía ordenes directas del secretario del Gobernador, Pedro Juan Moreno, que se comunicaba con el comandante de la 17 Brigada, Rito Alejo del Rio, quien fuese condenado a 25 años de cárcel por todos estos hechos en los que todos sabían quién dictaba las ordenes, aunque solo hayan sido condenados quienes las ejecutaban.
Porque eso es lo que caracteriza un aparato organizado de poder. Se gesta como una organización Estatal amparada por una legalidad ficticia que tiene como finalidad violar el Estado de Derecho y atentar en contra de los derechos humanos con total impunidad. Las organizaciones de este tipo, persiguen las finalidades de quien ostenta la dirección y dominio de los hechos dentro de un organigrama criminal diseñado de forma vertical. Es precisamente porque quienes lo estructuran son agentes del estado que ostentan el poder, que por lo general han sido el mecanismo por excelencia para la ejecución de los más grandes genocidios de la historia. El holocausto judío y el régimen del terror que impusieron los militares en Argentina, son solo algunos ejemplos de las formas que han tomado estos aparatos organizados de poder. El derecho ha hecho historia aplicando esta tesis y logrando así las merecidas condenas de los responsables.
Álvaro Uribe Vélez, a través de las Convivir amparó a los paramilitares y sabía perfectamente lo que hacían. Las declaraciones abundan, a la gobernación llegaban las cartas desesperadas que narraban los hechos, además de las que ya dio Monsalve y los demás testigos que alcanzaron a declarar antes de que los mataran, existe la voz de campesinos que recrean las palabras de los paramilitares después de las masacres: “ni modo de denunciar porque nosotros venimos directamente pagados por el gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez; nosotros somos (sic) directamente mandados por él”
Las Convivir de Álvaro Uribe, fueron sindicadas de múltiples delitos, crueles asesinatos y masacres planeadas y ejecutadas bajo el amparo de aquella corporación delictiva en que se había convertido la Gobernación de Antioquia. Con permiso estatal, papeles en regla y el beneplácito de aquellos ojos tenebrosos de monaguillo que lucía el gobernador detrás de los lentes, la Convivir los Girasoles, extorsionaba campesinos, asaltaba los camiones antes de que llegaran a la plaza y se corroboró su participación en decenas de asesinatos. Las denuncias hablan del ingreso frecuente de camionetas a las poblaciones en las que obligaban a subir jóvenes campesinos, que aparecían regados en trozos a la orilla del camino.
Los miembros de la Convivir Acepal fueron llevados a juicio por una masacre frente a la iglesia La Veracruz de Medellín. Convivir Las Garzas, de acuerdo con la Seccional de Fiscalías de Antioquia, fue la responsable del asesinato de varias familias en el Municipio de Amaga. Del paramilitar José Alirio Vásques Arcila se obtuvieron extensas declaraciones en las que narraba el accionar de la Convivir los Sables, perteneciente al municipio de ciudad Bolívar ubicado al sureste antioqueño. Diligencias ante un fiscal aterrado en las que el paramilitar dio fe de su participación directa en más de 40 asesinatos y en las que sindicó a dos militares, el capitán Ciro Alfonso Vargas y un sargento Castro, de haber participado en la elaboración de una lista de 60 campesinos, jóvenes adolescentes, hombres trabajadores y madres de familia, con direcciones y hasta algunas fotografías, personas que fueron torturadas, asesinadas y desaparecidas.
El paramilitar dejó en claro dos hechos relevantes: Que todas las Convivir y las autodefensas de Carlos Castaño eran prácticamente lo mismo, operaban de forma conjunta, sostenían reuniones periódicas, eran entrenadas al tiempo, intercambiaban y se prestaban personal, y que sus acciones eran reportadas previamente a los comandantes de la IV Brigada del Ejército, específicamente al Mayor Oscar Zuluaga y al Sargento de Inteligencia B-2 Miguel Salinas.
A Luis Alberto Villegas Uribe, uno de los mejores amigos de Álvaro Uribe Vélez, hacendado vecino de Guacharacas con quien había hecho negocios durante más de media vida, también le fue otorgada su licencia suscrita directamente por el señor Gobernador.
Villegas monta la Convivir las Garzas implicada en decenas de masacres, antes de que lo mandara a matar Julián Bolívar, ex jefe del Bloque Central Bolívar, por montar un laboratorio de procesamiento de cocaína sin su autorización, durante el juicio en que Bolívar acepta el homicidio, se dictamina que Villegas es un miembro más de las autodefensas, un participe activo de la organización paramilitar y que la Convivir Las Garzas era una entidad con personería jurídica que servía para delinquir. El hermano del difunto Luis Alberto, es Juan Guillermo Villegas, el mismo al que graban hablando con Uribe cuando lo intercepta la Corte manipulándolo para que diera una declaración.
Y allí sobre tanta sangre y coca, entre las sábanas de normas socarronas y de una constitución que le servía solo a aquellos que la violaban todos los días, gobernaba una sola persona, aquel ser envenenado que jalaba los hilos y que lo observaba todo, que lo supo siempre todo, antes incluso de que sucediera. Uribe no puede negar las denuncias de los defensores de derechos humanos que con precisión alquímica predijeron con anterioridad muchas de las masacres. José María Valle, presidente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia le avisó al Gobernador de las dos de las matanzas por las cuales hoy se le investiga, el Aro y La Granja, y lo que recibió como respuesta gubernamental fueron dos balazos en la cabeza y uno en la mitad del pecho.
Lo hubiera podido evitar todo. Pero cómo iba hacerlo si él mismo fue quien lo generó. Podían haber faltado todos los sicarios empacados en las Toyotas, igual la mafia los producía como si fuera una fábrica de salchichas. Podían no haber estado ni Castaño ni Mancuso, igual se hubieran conseguido a otros para envalentonar las tropas. Todos en la organización eran piezas de poner y quitar. Solo había alguien esencial, quien de verdad dominaba los hechos: Álvaro Uribe Vélez. Él era la razón de ser del aparato organizado. Y en este sentido, así como lo han concluido tribunales de todo el mundo cuando se juzgan genocidios estatales, es como si el Gobernador hubiera entrado a las poblaciones y hubiera escogido desde su caballo a los campesinos, como si hubiera prendido las motosierras y las hubiera dirigido al pescuezo, cómo si al palo hubiera amarrado al papá junto al hijo, hubiera caminado de vuelta los 100 metros con el fusil terciado y hubiera alcanzado a escuchar el grito de dolor del campesino descamisado al ver como a su hijo el primer impacto le desbarataba vientre.
Así tendría que construirse el fallo de la Corte, porque se lo debe a la humanidad que no puede tolerar estos hechos. El fallo no tiene relación exclusiva con esta esquina tropical, el fallo en este caso, con la declaratoria de lesa humanidad, tiene como principal finalidad amparar a la raza humana del auto exterminio. Porque a la muerte genocida la razón, que es el alma de las normas, es la única que capaz de hacerle zancadilla y lo que sucedió en Colombia bien puede repetirse en cualquier lugar del planeta que ya está cansado de esta costumbre que tienen aquellos Calígulas acrisolados, a los que el poder los convierte en bestias voraces que lo quieren devastar todo.
Y es por esto que Álvaro Uribe Vélez tiene ahora que montar otra empresa criminal, una filial, la otra sucursal que está investigando la Corte, aquella que se relaciona con el concierto para delinquir en el que están implicados sus abogados, funcionarios públicos y hasta políticos, y que ya no tiene como finalidad el genocidio indiscriminado de campesinos, sino silenciar los testigos de estas horrorosas masacres a como dé lugar, matándolos, comprándolos o amedrentándolos, tal y como lo dan a conocer las entrevistas, videos y grabaciones que guarda la Corte en el expediente, y es por eso que Álvaro Uribe Vélez tuvo que montar a Duque, el enano de su corte en la presidencia, porque como en la Alemania Nazi, necesita ficcionar el apoyo de la democracia, pretendiendo legitimar los crímenes que cometió y aquellos que tendrá que cometer para mantenerse donde está. Por eso es que a él solo le basta el todo, porque todo es lo que necesita. No menos: Todo el Senado, una reforma constitucional que le entregue toda la justicia, toda la fiscalía para que persiga y hostigue a los que nos atrevemos a hablar y para que no haga nada si nos matan. A todos los altos oficiales que no han dejado estar a sus órdenes para que junto a sus ejércitos de crueles paramilitares, continúen sembrando el terror, asesinando indígenas, devastando poblaciones raizales y asesinando indiscriminadamente líderes sociales y a todos los empresarios, ganaderos y terratenientes, enriqueciéndose con la corrupción para así solventar su régimen que siempre se ha nutrido de la miseria intelectual y la desigualdad de un país que ya empieza a despertar.
Duque no es más que una marioneta en un Palacio, es el capataz que puso a administrar su marranera. El Senado es una puta a la que tirándole monedas, el gobierno acomoda como quiera y donde quiera. Al ejercito puede ponerlo a degollar cristianos como lo hizo en el pasado. Los empresarios le limpian las botas con la lengua. La mitad de las tierras del país son de él y la otra mitad de sus amigos. Lo único que no es de él, es la consciencia colectiva que ha salido a marchar a la calle, la misma que está inoculada en el alma de cualquiera de esos jóvenes cuando muy berraco le grita paraco. Por eso que está desesperado dándole órdenes a sus batallones de criminales que se han vuelto más salvajes, amenazando a los periodistas, a los magistrados, a los líderes sociales, a sus adversarios y hasta a los twiteros, porque sabe que esta vez no va a ganar, porque no hay nada que doblegue a un pueblo cuando está furioso y unido, después de haberle arrancado la máscara al tirano.