- Los nombres de Venezuela
- El rescate del pasado
- El carácter de hispanoamericanos
- El mestizaje definidor
- Bibliografía
INTRODUCCIÓN
La fisonomía que va tomando lentamente un país, su rostro,
es el resultado de todas esas tentativas exteriores e interiores
para concebirlo y expresarlo. Y los rostros de los países los
pintan o los crean los que los ven (descubridores, geógrafos,
historiadores) o los que los sienten (poetas, artistas).
Arturo Uslar Pietri
Venezuela, la identidad del venezolano, la imagen del país, en fin, la Venezolanidad fue un tema constante en las numerosas, diversas y enjundiosas reflexiones que realizó Uslar Pietri durante su larga y fructífera vida intelectual. Para el escritor «esa unidad de tierra, de hombres y de destino ha ido revelándose en distintos tiempos de distinta manera. Ha empezado por sentir su condición y luego ha comenzado a expresarla en confesiones y revelaciones. Ha habido primero una visión exterior de una realidad, de un enigma, ha habido luego una sensación interior de esa realidad, y, al final, ha habido las tentativas de expresión de esa realidad. Esto es lo que podríamos llamar el proceso de invención de Venezuela.»(Uslar Pietri.1986, 372)
En este sucinto ensayo, vamos a privilegiar la palabra del escritor para analizar, a partir de sus propios criterios, las expresiones de nuestra Venezolanidad de acuerdo con cuatro dimensiones conceptuales relevantes desarrolladas por el propio pensador, a saber: los nombres de Venezuela, el rescate del pasado, nuestro irremisible carácter de hispanoamericanos y, por último, el mestizaje como hecho fundamental de la identidad del venezolano.
- Quienes en tiempos de Felipe II dicen la palabra Venezuelaya no evocan a la histórica ciudad del Adriático. No les traeel recuerdo de canales y palacios de mármol, sino una visiónsalvaje de tierras, llanuras y ríos. Se han soldado sus sílabasdentro de un sonido nuevo y una nueva significación.Arturo Uslar PietriNo existe lo que no se nombra, nuestro país antes de llegar a ser la Venezuela que conocemos, otorgándonos gentilicio e identidad de venezolanos, fue designado con diversos vocablos que sirvieron para diferenciarlo de otras realidades geográficas y facilitarle, a la vez, pasajeras y efímeras identificaciones . Uslar Pietri se pasea por todas estas denominaciones, y en un texto titulado como este capítulo nos ofrece la diversidad de términos que afloraron o brotaron de la mente de los conquistadores para designar esa nueva realidad geográfica que ofrecía un mundo inédito, encontrado por efecto de la aventura y del azar.En su enjundioso texto, Uslar anuncia de entrada que «Venezuela pudo llamarse Tierra de Gracia. Así la nombró Colón, Almirante del Mar Océano. Y sus pobladores hubiéramos sido los graciteños. O hubieran sido los graciteños. Unas gentes seguramente distintas de lo que somos los venezolanos, porque el nombre no es cosa postiza y artificial, sino que tiene que ver con el ser del objeto y su destino.» (Uslar Pietri, 1986, 355)Pero esta denominación, aunque permaneció profundamente impresa en el corazón de los fervorosos creyentes que eran los españoles, duró poco, fue sin dudas el producto de una inspiración personal y de una profunda creencia religiosa arraigada también en el espíritu del Almirante del Mar Océano. El 31 de julio de 1498, Alonso Pérez, marinero natural de Huelva, encaramado en la gavia de la nao colombina divisó al poniente tres montañas; era un día martes y el Almirante anotó en su bitácora que : «yo la esperaba el lunes antes»; se acercaron a la tierra divisada y Colón la bautizó Isla de la Trinidad. Sin embargo, al decir de Isaac J. Pardo: «En este momento ocurre algo extrañamente simbólico. Colón buscaba la tierra firme con desesperación y pretendía tener en sus cálculos errores no mayores de un día, de un lunes para un martes. Pero a la altura de la costa sur de Trinidad y con la proa al Occidente, enfermó de la vista. ‘Nunca – escribe – se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y de tanto dolor como agora’. Al llegar a la punta del Arenal en el extremo sud-occidental de la isla, divisó el poniente y la llamó Tierra de Gracia. «(Pardo, 1988, 22)A la larga, sin embargo, más pudieron la certeza del navegante y la intuición de geógrafo del Almirante sobre sus hondas convicciones cristianas que motivaron, en un momento de éxtasis espiritual, al propio Colón a escribir en su célebre Carta a los Reyes Católicos: «Torno a mi propósito referente a la Tierra de Gracia, al río y al lago que allí hallé, tan grande que más se le puede llamar mar que lago, y en siendo grande se llama mar, por lo que se les llama de esa manera al de Galilea y al Muerto. Y digo que este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no he tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal.» En efecto, según los cronistas e historiadores de este periodo de contacto entusiasta y del posterior desencanto de Colón con la supuesta tierra firme y supuesto paraíso terrenal, su Tierra de Gracia: «…el descubridor enceguecido, que había tomado la isla de Cuba por tierra firme, nunca estuvo muy seguro de lo que pudiera ser aquella Tierra de Gracia. Más tarde habría de llamarla Isla Santa.» (Pardo, 1988, 22)Por muy poco tiempo fueron graciteños los pobladores de aquella presunta Tierra de Gracia que tanto entusiasmó a un Colón afectado por la conjuntivitis, ya que la misma pasó a conocerse prontamente, por efecto ahora de la fonética y no de las creencias religiosas, como Paria. En efecto, como bien lo recuerda Uslar: «Hubo también la oportunidad que nos llamáramos Paria: Era un buen nombre indígena con una fonética clara fácilmente adaptable a las principales lenguas occidentales. Paria era todo el desconocido territorio que se abría desde la costa de los esclavos y de la sal para los sedientos y codiciosos pobladores de la Cubagua de las perlas.» (Uslar Pietri, 1986, 355)Isaac Pardo, como si hubiese sido un marinero protagonista de ese desembarco y testigo privilegiado de la entrada en vigencia del nuevo y súbito nombre de Paria en la conciencia de los conquistadores nos informa: «Y navegando por aguas ‘cada vez más dulces y más sabrosas’ Llegó la nave a un paraje de la Tierra de Gracia donde parecía que había labranzas. Colón no se movió a causa de sus ojos enfermos, mas hizo bajar a la gente (…) Sólo más adelante pudieron alcanzar a unos nativos y los descubridores supieron que aquella región se llamaba Paria.» (Pardo, 1988, 22)Al igual que el nombre de Tierra de Gracia, la denominación de Paria, a pesar de ser el nombre más difundido de la costa, tampoco habría de durar mucho en las bocas de los conquistadores para designar definitivamente a aquella dimensión geográfica que continuaba careciendo de una identidad permanente y asentada. Los historiadores señalan que no los conservan ni Alonso de Ojeda ni Américo Vespucci, quienes recorren ahora toda la costa de punta a punta hasta llegar al Lago de Maracaibo y como buenos cartógrafos van dando cuenta de los accidentes geográficos, de las peculiaridades del paisaje y de algunos nombres locales de lugares y aldeas.Sin embargo, en una de sus famosas cartas familiares, Vespucci se concentra más en narrar algunos incidentes que les acontecieron en la actual Isla de Curazao, de Los Gigantes según la primera nomenclatura de mítica reminiscencia, y otro que aconteció cerca de Paria. Según la narración de Uslar: «abordaron una canoa donde unos indios llevaban atados a otros prisioneros. Los prisioneros eran tiernos jóvenes que sangraban de las heridas de una fresca castración. Vespucci los vio con espanto. Los que los llevaban eran los temibles caníbales, los cambali, como decía él en su pintoresco italiano.» (Uslar Pietri, 1988, 355)En opinión de Uslar Pietri, esta designación de tierra de los cambali, es en rigor la única denominación colectiva que Vespucci propone en relación con la costa recorrida. Según el escritor, el navegante florentino «…para nada se refiere a aquella aldea de chozas sobre estacas que vieron en el Lago de Maracaibo y a la que nombraron Venezuela. Para Vespucci no pasó probablemente de ser una humorada olvidada».Para Luigi Avonto, Vespucci si parece haberle puesto un énfasis especial al futuro nombre de nuestro país. Refiriéndose al mismo periplo marino de Vespucci, Avonto expresa: «De la isla de los Gigantes, los expedicionarios pasaron luego a otra ‘comarcana de aquélla a diez leguas’, donde encontraron una grandísima población que tenía sus casas edificadas en el mar como Venecia, con mucha arte. Según Magnaghi esta isla sería la de Aruba, pero es más probable que se trate de la península de Paraguaná tomada por una isla. Fue precisamente de este descubrimiento que tuvo origen el nombre de Venezuela, o sea «pequeña venecia» (nombre que en la mente de un italiano como Amerigo surgiría con total espontaneidad en semejante circunstancia), más tarde extendido a todo el país que aun así se denomina.» (Avonto, 1999,161 y 162)Es verdad que otras calificaciones van a durar más en el tiempo, como la Tierra Firme o Costa Firme durante todo el siglo XVII e incluso parte del XIX, pero lo absolutamente cierto es que la denominación de Venezuela, esa que se derivó de la precaria realidad de unas veinte casas construidas en forma de campanas no erigidas en tierra firme, sino asentadas sobre estacas en el fondo de las aguas del golfo Coquivacoa y que trajo de inmediato a la mente del navegante florentino a la gran ciudad del Adriático, es la que logró, en definitiva y para siempre, imponerse en la conciencia y en el afecto de los habitantes de esas nuevas tierras.Uslar Pietri expresa con meridiana claridad la aceptación colectiva y la emotiva preferencia que el término Venezuela despertó en los hombres y mujeres que nos precedieron:»Ya Aguado, el viejo historiador de siglo XVI, nos dice con sorpresa cómo ese nombre aparentemente absurdo e insignificante se ha ido imponiendo sobre todos los otros. Es un nombre que pierde pronto su desdeñoso sentido de comparación. Que adquiere una resonancia propia y distinta. Que no sólo en realidad llega a independizarse de su origen, sino además a identificarse por entero con una cosa nueva. «(Uslar Pietri, 1988, 355)El nombre de Venezuela resiste en el tiempo, no sólo en el de la Colonia española sino también durante el proceso de la Independencia americana, sobrevive y se consolida al desarticularse el proyecto político integracionista del Libertador, la Gran Colombia; mientras la antigua Presidencia de Quito terminará llamándose Ecuador y el Alto Perú será definitivamente conocido como Bolivia, Venezuela sigue para siempre siendo Venezuela, Como bien lo expresa Uslar: «Con el mismo extraño e inexplicable nombre que le empezó a crecer desde el día en que brotó por azar, sin escribano ni acta, en un olvidado rincón de las riberas del Lago de Maracaibo.» (Uslar Pietri, 1988, 356)
- Los nombres de Venezuela
- El rescate del pasado
La tierra se hace historia desde que el hombre la toca.
Arturo Uslar Pietri
Para el escritor nuestra Venezolanidad debe asentarse, entre otras cosas, en un genuino y auténtico rescate del pasado que se traduzca sobre todo «en rastrear en el presente las grandes presencias del pasado.»
No tiene empachos Uslar, al sostener que el rescate del pasado, frase que utilizó para denominar su Discurso de Incorporación a al Academia Venezolana de la Historia, debe ser realizado prescindiendo de concepciones de la historia patria que distorsionan el pasado y lo reducen a determinadas dimensiones que el escritor rechaza categóricamente. En este sentido, Uslar Pietri insiste en desechar visiones imperantes de nuestra historia como las siguientes:
- » Los viejos historiadores solían decir que la historia es la maestra de la vida y con ello apuntaban, más con un propósito moral que histórico, a la conveniencia de estudiar el pasado para no incurrir de nuevo en los mismos errores del presente.» (Uslar Pietri, 1988, 314)
- Si la historia no debe ser concebida con intenciones morales, mucho menos debe promover una visión heroica. Sobre esta extendida y cada vez más exaltada perspectiva de nuestra historia nacional como gesta épica y sobrehumana, Uslar expresa: «Si la imagen que la historia da a un pueblo de su propio ser colectivo y de su quehacer fundamental en los tiempos es una visión de orgulloso sacrificio y entrega a ideales intemporales, será difícil llevarlo a acometer las ordinarias tareas del taller, del camino y del mercado que es la ocupación de la gente organizada y productiva.» (Uslar Pietri, 1988, 314)
- El autor lamenta que la imagen de nuestro pasado sea generalmente «el resultado de una operación de mutilaciones, preferencias y prejuicios que los historiadores han hecho sobre la materia historiable (…) La historia de Venezuela, en la forma en que más activamente influye sobre la mente del venezolano medio, que es precisamente la de los manuales elementales que aprenden nuestros niños, es un relato parabólico segmentado en tres tiempos: Es decir, una historia caprichosamente organizada en torno a una perspectiva arbitraria, con un borroso arranque, una culminación breve y fulgurante y una interminable decadencia.» (Uslar Pietri,1988, 314 y 315)
A la luz de estas apreciaciones, el escritor propone una historiografía nacional diferente que sea capaz de rescatar efectivamente nuestro pasado, de «escribir una historia sin intenciones, que sea a la vez el reflejo y la explicación del quehacer humano en todas sus dimensiones y variedades, donde junto a la fuerza del hecho económico, esté el poder de la creencia, donde junto a la acción del héroe esté la del medio, donde junto a las técnicas del trabajo estén las obras del pensamiento; donde junto a la estructura social esté la concepción cultural; una historia de los trabajos, de las acciones, de los pensamientos y de las creaciones; una historia de los grandes hechos y de las diarias tareas, una historia en que esté lo universal junto a lo peculiar de cada pueblo. Una historia del hombre entero para la comprensión completa del hombre.» (Uslar Pietri, 1988, 314 y 315)
En coherencia con su particular visión historiográfica, el escritor desecha que nuestro pasado, como ya lo hemos indicado, sea reducido a esos tres tiempos que describe como «un borroso arranque, una culminación breve y fulgurante y una interminable decadencia». En este orden de ideas, confiesa con intimo tono que: «Muchas veces me he detenido a reflexionar sobre esta manera de sentir y narrar la propia historia y sobre todas las grandes consecuencias que involucra. No es de extrañar que influidos por ella tantos venezolanos hayan mirado con injustificado desdén la gran labor constructiva de la época colonial, o hayan sentido que todo lo que ocurrió después de la muerte del Libertador, es tan sólo el melancólico recuento de una especie de degeneración nacional.» (Uslar Pietri, 1988, 315 y 316)
El múltiple y abierto rescate de nuestro variado y rico pasado, es considerado por nuestro pensador como uno de los requisitos fundamentales para la construcción de nuestra identidad como venezolanos y para una mejor comprensión de nuestra Venezolanidad. Enfático insiste: «Si carecemos de una visión del pasado, suficiente para mirar nuestro ser nacional en toda su compleja extensión y hechura, carecemos de historia en dos sentidos, de historia como explicación del pasado y de historia como empresa de creación del futuro en el presente:» (Uslar Pietri, 1988,321)
- No sólo la lengua, sino una gran parte de las emocionesy nociones de nuestra alma colectiva son herencia dela Edad Media Castellana.Arturo Uslar PietriEl reconocimiento de nuestra hispanoamericanidad es otro de los elementos fundamentales de la Venezolanidad. Uslar Pietri así lo concibe y sin vacilaciones lo expresa: «Somos y no podemos ser otra cosa que hispanoamericanos (…) Somos hispanoamericanos y es esto y no otra cosa lo que nos da dignidad, valor y presencia ante el mundo.» (Uslar Pietri.1986, 330)Este carácter de hispanoamericanos, definitorio también de nuestra manera de ser hombres y gentes a la venezolana se expresa de muchas maneras. Nuestro escritor es minucioso al detallar esas expresiones.En una apretada síntesis, expone los rasgos y elementos de la influencia de España en la conformación de nuestro ser nacional. Así expresa que además de la lengua, del idioma que nos permite comunicarnos sin mayores dificultades ni limitaciones con España y las demás comunidades hispano parlantes, otros conceptos, sentimientos e instituciones son producto directo e inmediato de esa influencia hispánica: «El concepto de la ciudad y la familia, la figura del alcalde y la del cura, la invocación de los santos patronos y la forma de las fiestas populares.La casa de zaguán y de ventana entejada, el estrado de las mujeres, el refrán ‘que dice la vieja detrás del fuego’, el concepto de la autoridad, de la obediencia, del honor y del buen orden. La idea de la riqueza y la importancia de la salvación del alma, el menosprecio del trabajo servil y el ideal de una vida señorial y caballeresca, todo eso surge y resurge, como la ola en la playa, en el combatido drama de nuestra historia nos viene por derecha vía, de los castellanos de la Edad Media.» (Uslar Pietri.1986.318)
- El carácter de hispanoamericanos
- El mestizaje definidor
Es sobre la base de este mestizaje fecundo y poderoso
donde puede afirmarse la personalidad de la América hispana,
su originalidad y su tarea creadora. Con todo lo que le llega
del pasado y del presente, puede la América hispana definir un
nuevo tiempo, un nuevo rumbo y un nuevo lenguaje para la
expresión del hombre, sin adulterar lo más constante y valioso
de su ser colectivo, que es su aptitud para el mestizaje
viviente y creador.
Arturo Uslar Pietri
Enfáticamente Uslar Pietri afirma que «lo verdaderamente importante y significativo fue el encuentro de hombres de distintas culturas en el sorprendente escenario de la América. Este y no otro es el hecho definidor del Nuevo Mundo.» Esta insistencia del escritor no implica, sin embargo, el desconocimiento u omisión del hecho sanguíneo, es decir, el mestizaje entre seres humanos provenientes de etnias diferentes: la indígena con marcados rasgos de tipo mongoloide, que era la originaría de las tierras encontradas; la caucásica que vino de Europa y la negroide que – forzada – provino del África.
De estos encuentros interraciales surge, en su momento, el término mestizo para nominar a los primeros vástagos provenientes del cruce entre blancos y aborígenes. Según la opinión de Garcilaso, el Inca: «A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias, y por ser nombres impuestos por nuestros padres y por su significación, me llamo yo a boca llena y me honro con él.»
De esta extendida mezcla étnica emerge, desde los mismos albores de la América Hispana, una sociedad multirracial, una miscegenación que dependiendo de las circunstancias de espacio y tiempo de la conquista y la colonización, estuvo determinada por factores de diversa naturaleza y envergadura: densidad demográfica de la población indígena, estructura social aborigen, sistemas de explotación colonial más o menos desarrollados, entre otros. Este mestizaje sanguíneo, en criterio de Uslar Pietri, «tiene su innegable importancia desde el punto de vista antropológico y muy favorables aspectos desde el punto de vista político,» aunque tajante insiste en que: «el gran proceso creador del mestizaje americano no pudo ni puede estar limitado al mero mestizaje sanguíneo. «
Este mestizaje étnico tuvo como elementos conformadores las razas o etnias ya comentadas: la blanca, la india y la negra, cada una de ellas, al decir de Uslar, le otorgará también características propias para que el mestizaje sea uno de los principales componentes de nuestra Venezolanidad.
- Los Blancos
Recordemos que la discusión sobre la denominada raza blanca, sobre el llamado hombre blanco es, al decir de Luis Moreno Gómez, «tan genérica como la que se produce alrededor de cualquier otro color para denominar a los seres humanos.» En efecto, esta denominación, hace ya un tiempo dejada de lado por antropólogos y etnólogos continúa, sin embargo, siendo utilizada por aquellos que buscan establecer una diferenciación entre seres humanos de origen caucásico y de origen negro – africano. En el caso de la Conquista y Colonización de América, la raza blanca estuvo representada, en primer término, por españoles – originarios fundamentalmente de Al – Andalus y de Extremadura – que salieron durante los primeros años de la Empresa de Indias por los puertos de Cádiz y Sevilla, en búsqueda de una nueva ruta para dirigirse a las Indias, y se toparon súbitamente con este nuevo, desconocido y desconcertante continente, ampliando así la visión del ecumene que para chinos, árabes y europeos estaba representada exclusivamente por el viejo mundo, al que ahora habría que incorporar este Nuevo Mundo inédito, ignoto y sin nomenclatura, producto del encuentro fortuito entre dos razas, dos civilizaciones, la blanca y la indígena, a la que más tarde se añadiría la africana.
En el caso de Venezuela, podemos afirmar entonces que nuestra historia blanca comienza en 1498, cuando en su tercer viaje a las Indias Occidentales, Colón se encuentra con la entonces denominada Tierra de Gracia.
Uslar Pietri, al referirse al español que llegó a aportar tanto su sangre como su concepción imperante del mundo al Nuevo Mundo, nos recuerda: » Los hombres que llegaron detrás de Colón eran los portadores de un complejo pasado cultural. Eran castellanos, cristianos viejos, hijos de la historia mediterránea. (…) Estos castellanos que vinieron a establecerse en la nueva tierra representaban la hora en que la Romania, salida de la Edad Media, creaba el Renacimiento. Eran hijos de las empresas y de los motivos de esa hora, pero a la manera castellana.» (Uslar Pietri, 1986, 316 y 317)
2. Los indios
A los blancos provenientes de España inevitablemente se unieron, en ese indetenible proceso de entrevero racial, los habitantes originales de América, los indígenas amerindios, quienes, en pasadas épocas, llegaron al continente americano provenientes del Asia y de las Islas del Pacífico, tal como lo evidencian las investigaciones históricas, y en especial las genéticas, como la desarrollada por el Dr. Tulio Arends, quien denominó Diego a un factor sanguíneo encontrado tanto en la sangre de los indios venezolanos como en otros contingentes humanos de diversos países asiáticos.
Los aborígenes del Nuevo Mundo pertenecían a muy variadas y diversas etnias que, en algunos casos, como ocurrió básicamente con los incas y los aztecas, eran dueños de verdaderos imperios, de imponentes civilizaciones, que podían competir en pie de igualdad, en términos de organización social y política, de construcciones e infraestructura, de protocolos y riquezas, de gastronomía, con las de los europeos que contaban, empero, con una mejor preparación para la guerra, y con mejores instrumentos para el combate y la exterminación de sus semejantes. Recordemos entonces que a lo largo de la conquista de América, los españoles se encontraron con tres grandes áreas o civilizaciones de distinto nivel de desarrollo desde el punto de vista artístico, cultural, organizativo, urbano y científico, a saber: Área mesoamericana: comprendía gran parte del actual México, Guatemala, Honduras y parte de Nicaragua.
En todas estas regiones existieron rasgos comunes y manifestaciones culturales parecidas. Entre ellos se encuentran: las pirámides escalonadas; los patios recubiertos de estuco; los juegos de pelota; el sistema numérico vigésimal y los meses de veinte días; el doble calendario solar y litúrgico (el tonalpuhalli): los ciclos de 52 años; el cultivo del cacao en casi toda el área y también del maguey con el que fabricaban papel, y una escritura jeroglífica. Área circuncaribe: su centro de actividad estaba situado en las tierras del Caribe, las Antillas, los países meridionales de Mezo América y costas del Caribe de Colombia y Venezuela. Los principales elementos culturales de esta área eran: el trabajo del oro y la tumbaga; el cultivo de la mandioca; una común ausencia de construcciones de piedra y el trabajo artesanal de la madera. Eran altamente guerreros y de carácter nómada. Área andina: se extendió a lo largo de la Cordillera de los Andes, desde Colombia hasta el Norte de Chile y Argentina. En toda la región se practicó el culto a los muertos y la conservación de cadáveres en envoltorios y las tumbas en pozos; trabajan el cobre y el bronce; su sistema numérico se asentaba en un conjunto de nudos, el quipo, dispuesto de acuerdo con reglas precisas. Cultivaban la coca, la papa, el maíz.
En Venezuela, como acertadamente lo recuerda Moreno Gómez: «contrariamente a lo que sucedió en Perú y en México, no hubo un imperio incaico ni azteca (…) Lo cierto es que el indio venezolano está allí desde el Génesis y toma sus diferentes nombres según sus tribus u organizaciones primitivas, organizaciones ad hoc para su entorno, sus necesidades, sus aspiraciones y su comprensión del mundo y del universo al cual pertenecen. Hablan su propio idioma, que no es siempre el mismo entre todos los grupos según las regiones donde están establecidos. Tienen sus nombres propios, los cuales resultaron ser castellanizados…» (Moreno Gómez, 1988, 2002)
En el caso específico de Venezuela, recordemos que al momento del encuentro de esos dos mundos, existía un conjunto de etnias indígenas que pertenecía a las familias Arahuac, caribe y chibcha con una menor representación de la familia tupí-guaraní. En la actualidad, persisten alrededor de treinta etnias indígenas que representan aproximadamente el 2% de la población venezolana, a saber:
Acahuayo: también llamados akawaio o waika de la familia lingüística Caribe. Están ubicados en la frontera del estado Bolívar con la Guayana y de características culturales semejantes a los Pemones.
Arachuac del Delta Amacuro: de la familia Arawak. Se trata de un grupo muy aculturado, que vive en la frontera de Delta Amacuro con la Guayana.
Arahuac del Río Negro: conocidos también como baniva, baré, guarequena, curripaco y piapoco, de la familia Arawak. Son un grupo muy aculturado e integrados en una economía basada en la explotación del chiquichique, (un tipo de fibra) y el pendare (tipo de goma). Viven en la frontera del Territorio Amazonas con Colombia.
Arutani: también Anaké. Es un grupo casi extinto de filiación desconocida, ubicados en el Alto Paragua, estado Bolívar.
Bari: también conocidos como motilones bravos, su familia lingüística es la chibcha. Es un grupo poco aculturado, situado en la Sierra de Perijá, estado Zulia, cerca de la frontera entre Colombia y Venezuela. Excelentes agricultores, portadores de la cultura bastante integrada. Sus contactos con el elemento criollo fueron violentos hasta el año 1960. Desde entonces ha tenido lugar un pequeño incremento demográfico, inclusive en Colombia.
Cariña: viven en pequeños enclaves en el centro y sur del estado Anzoátegui y norte del estado Bolívar. Se trata de grupos agrícolas muy aculturados, provistos de una buena organización social, pero sin una capa dirigente propiamente dicha.
Guajibo: llamados igualmente guahibo, chiricoa, cuiva son independientes de otras familias. Se localizan al sur del estado Apure y al noroeste del Territorio Amazonas (sin contar la región del Meta y del Vichada en Colombia). En Apure, también se les conoce con el nombre de Chiricoas y Cuibas. Se trata de un grupo de extracción sabanera originalmente dedicado a la recolección. Presenta un alto grado de aculturación en las cercanías de los centros urbanos (Puerto Ayacucho, San Juan de Manapiare, El Amparo, etc.).
Guajiro: (Arawak): ubicados principalmente en el estado Zulia y en Colombia. La incidencia de la cultura nacional es alta en las zonas urbanas como Maracaibo, Santa Bárbara, Sinamaica y Paraguaipoa, y escasa en la península de la Guajira.
Guarao o Warao: viven en el Delta del Orinoco, en Delta Amacuro, al este de Monagas y sur de Sucre y en Guayana. Viven generalmente a orillas de los caños, dedicados a la recolección, pesca y, en menor grado, a la agricultura y la caza.
Guayqueri: es un grupo muy aculturado que vive en «El Poblado» isla de Margarita, estado Nueva Esparta.
Mapoyo o Yahuana: son de la familia Caribe. Se encuentran al norte del estado Amazonas.
Maquiritare o yecuana: de la familia Caribe, están ubicados en el este del estado Amazonas y sur del estado Bolívar. Grupo agrícola medianamente aculturado y de fuerte personalidad étnica. Se localizan por las márgenes de los ríos Cunucunumo, Erebato, Caura, entre otros.
Panare: zona noroeste del estado Bolívar (Caicara, La Urbana, Turbia). A pesar de sus frecuentes contactos con la población criolla, se trata de un grupo poco aculturado de economía recolectora y en menor medida agrícola.
Paraujano: (Arawak). Viven en el norte del estado Zulia (laguna de Sinamaica), isla de Toas, el Moján, Santa Rosa de Agua. Se encuentran aculturados y mestizados.
Pemón: también conocidos como arecuna, taurepang, comaracoto, de la familia Caribe. Están ubicados en el centro y sureste del estado Bolívar, principalmente por el río Paragua y la Gran Sabana, en Guayana y Brasil. Se trata de un grupo de tendencia demográfica ascendente, medianamente aculturado. Su economía gira alrededor de la agricultura y la minería (en esta última en calidad de asalariados).
Piaroa: Están situados al centro y norte de Amazonas y en Colombia. Presentan un nivel de aculturación mediano o escaso. Se dedican fundamentalmente a la agricultura.
Puinabe: habitan cerca de San Fernando de Atabapo (Amazonas) y en Colombia. Culturalmente se asemejan a las poblaciones araucas del Río Negro
Sape: grupo casi extinto de filiación desconocida del Alto de Paraguana, estado Bolívar.
Yanomami: viven al sur del estado Bolívar y sureste del estado Amazonas por el Alto Orinoco, el Ocamo, el Padamo, etc. Su grado de aculturación es mínimo. Sus actividades económicas son la recolección, la caza y la pesca.
Yaruro: se encuentra en el centro y el sur del estado Apure. Este grupo, prácticamente desahuciado por etnólogos de comienzos de siglo, está dando señales de recuperación, sobre todo en Guachara y en el río Cinaruco. Se dedican a la recolección y a la agricultura y se caracterizan por un alto grado de conciencia étnica y un fervor mágico-religioso intenso, a pesar de su fuerte grado de aculturación.
Yucpa: también se conoce como motilones mansos. Viven en la Sierra de Perijá en el Zulia. (Frontera colombo venezolana). Medianamente aculturados y dedicados al cultivo de conucos o rozas. (Aldeasa educativa: la sociedad del conocimiento). Página de Internet )
Por su parte, Uslar refuerza la presencia decisiva del elemento indígena en nuestra Venezolanidad: «Hubo, por descontado, el indio, que representa el elemento más telúrico en nuestro sentimiento de nacionalidad. Sentimos la tierra personificada en el indio. Eso explica la paradoja sentimental de que sintamos más como nuestro héroe al Guacaipuro derrotado que al Losada vencedor, a pesar de que nuestras características nacionales sean un resultado de la victoria de éste. En vastos aspectos sociales está presente el indio, en el maíz, en la arepa, en el cazabe, en la coa de cultivar, en el rancho en que habita nuestra gente humilde y en el gran hecho social y económico del conuco, como sistema tradicional de trabajo, vida y producción para la mayoría de nuestro pueblo en lo más de su historia.» (Uslar Pietri, 1986, 319)
3. Los negros
En lo concerniente al aporte sanguíneo africano al mestizaje americano, es conveniente recordar que en los tiempos de la colonización «al indígena americano casi se le exterminó ‘porque su pereza, su resistencia soberbia y su pensamiento profano’ no producían beneficios importantes para Europa: como consecuencia de ello se recurrió al negro africano para explotar al máximo su fortaleza animal y su escaso valor cívico.» (Guerra Cedeño.1994.9)
Por estas razones, vino a dar a América un importante contingente de negros que, en calidad de esclavos, llegaron al Nuevo Mundo para contribuir también, con su sangre primero y con su concepción del mundo después, a conformar el mestizaje americano. En este sentido, es conveniente recordar que las dos grandes procedencias del negro que llegó a América en condición de esclavo, se ubican en las regiones Sudán, al noroeste de África, y Bantú, al suroeste del mismo continente, de donde vendrían, respectivamente, los genéricamente denominados mandinga y angola.
España entra en el comercio esclavista en los tiempos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo con el deseo de aumentar sus ingresos, participando en las ganancias que deparaba la trata de negros iniciada por los navegantes portugueses, quienes trajeron, primero a Lisboa, la metrópolis, y luego a América, esclavos provenientes de las famosas Costas de Guinea, Costa de Marfil, de Malagueta, de Oro, de los Esclavos, y de una que fue menos conocida: la Costa de las Buenas Gentes, cuyos habitantes «parecen haber sido los únicos que se negaron a practicar el tráfico de esclavos.»(Guerra Cedeño.1984.9)
En 1505, el Rey Fernando envió un pequeño número de esclavos negros a trabajar en las Minas de la Española, quienes respondieron muy bien a las exigencias de las fatigosas tareas, propiciando que, en 1510, se le encomendara a la Casa de Contratación de Sevilla el traslado de 200 nuevos negros con el objetivo de aliviarle el trabajo a los indígenas e incrementar las ganancias de la actividad minera para beneficio de la Corona Española. Después de esa fecha, sea a través de la figura de las Reales Cédulas Especiales o del Asiento de Negros, los españoles trajeron innumerables esclavos provenientes del África que se constituyeron en verdaderas Piezas de Indias.
De conformidad con los siguientes criterios fenotípicos pasaron al Nuevo Mundo más de once millones de esclavos provenientes de diversos confines del África Negra que, en la opinión de los viejos cronistas, viajeros, negreros y religiosos, tenían las siguientes características en atención a su proveniencia étnica:
«Los Congos propiamente dichos, son negros magníficos, robustos, duros a la fatiga y, sin contradicción, son los mejores de nuestras colonias.
Los Ashanti no son propensos al trabajo de la tierra, pero son excelentes para el trabajo doméstico, fieles a sus amos.
Los Arara (Ewe), fuertes, acostumbrados al trabajo y a las grandes fatigas. Aceptaban de buena gana la esclavitud, pues habían nacido en ella.
Los Ibos, propensos al suicidio al menor castigo.
Los Lucumies (Yoruba), son un pueblo orgulloso y guerrero, al principio de su esclavitud son difíciles de manejar, pero después ceden a ella.
Los Carabelies (Efis) son perezosos y descuidados.
Los Angolas, dóciles y alegres, capaces de aprender oficios mecánicos.» (García.1990.48)
De acuerdo con la investigación citada, «en Venezuela la introducción de esclavos negros mediante licencias, asientos y otras formas legales comenzó alrededor de 1530. En 1543 se menciona la introducción por el Cabo de la Vela y desde 1561 hasta 1565 por las costas Borburata. En la Guaira desembarcaron esclavos a partir de 1580 y desde allí fueron distribuidos a diversas regiones del país principalmente a la provincia de Caracas, donde se concentró gran parte de la población negra llegada a Venezuela. Igualmente, hubo una alta entrada y concentración de esclavos negros en las ciudades de San Felipe, Coro y las Costas Orientales. En la provincia de Caracas, una numerosa población de negros esclavos fue instalada en la región de Barlovento para explotar el cultivo de cacao.»(García.1990.48)
Con la finalidad de aclarar con mayor precisión y en términos más contemporáneos, la relación entre sitio y etnia en el África actual, nos parece conveniente reproducir el cuadro aportado por el ya citado Jesús García.
Lista de Topónimos y Etnónimos Africanos
Topónimos-región de África | Etnónimos |
Angola – Angola | Mbundu, Imbangla, Congo |
Mina – Ghana – Togo | Ashanti |
Lucumí – Nigeria | Yoruba |
Loango – Congo | Bavili |
Tari – Togo | Ewe |
Arara – Dahomey (Benín) | Ewe – Fon |
Gelofe – Senegal | Wolof |
Nakenba – Cabinda – Angola | Bayombe |
Cabinda – Angola | Bayombe – Bavili – Congo |
Carabalí – Nigeria | Efik – Ibibio |
Congo – Congo | Congo |
Matamba – Angola | Mbundu – Imbangala |
Enbuyla – Congo | Congo |
Nago – Nigeria | Yoruba |
En lo concerniente al aporte negro al mestizaje, a ese clave elemento de nuestra Venezolanidad, Uslar comenta que: «En la sentina de los barcos negreros con el cargamento de dolorosos brazos encadenados, venían lenguas, creencias, mitos, cantos, danzas, concepciones mágicas del mundo. Esta influencia, no sólo como fuerza de trabajo en la producción de los grandes cultivos coloniales como el cacao y la caña de azúcar, sino como contribución espiritual tuvo gran importancia como pueblo. Se ha estudiado poco la que pudiéramos llamar la pedagogía de los esclavos en la formación de nuestra alma colectiva.» (Uslar Pietri, 1986, 319)
Esa inconmensurable e indetenible mezcla de indios, blancos y negros dio origen a veintidós castas diferentes, embriones de nuevas e infinitas mixturas, de acuerdo con uno de los cronistas del Nuevo Mundo:
De español e india, mestizo.
De mestizo y español, castizo.
De castiza y español, español.
De española y negro, mulato.
De español y mulato, morisco.
De español y morisca, albino.
De español y albino, torna atrás.
De indio y torna atrás, lobo.
De lobo e india, zambayo.
De zambayo e india, cambujo.
De cambujo y mulata, albarazado.
De albarazado y mulata, barcino.
De barcino y mulata, coyote.
De coyote e india, chamizo.
De chamizo y mestiza, coyote mestizo.
De coyote y mestizo, allí te estás.
De lobo y china, jíbaro.
De cambujo e india, zambayo.
De zambayo y loba, calpamulato.
De calpamulato y cambuja, tente en el aire.
De tente en el aire y mulata, no te entiendo.
De no te entiendo e india, torna atrás.
En referencia a las voces o denominaciones de esta prolija y particular diferenciación étnica que se derivó del entrevero racial en la América Española, Juan Bautista Olaechea señala algunas características que merecen ser tomadas en consideración, y que a continuación citamos:
- Son voces derivadas y adaptadas en sentido traslaticio de raíces hispanas y en algunos casos de raíces indígenas, a veces de procedencia del reino animal.
- Son denominaciones surgidas de un origen popular, no científico. Nadie pensó en raíces griegas o latinas para expresar las diferentes categorías de mezclas y precisamente por ello se advierte la falta de coincidencia morfológica y un cierto confusionismo semántico.
- La tercera característica es la copiosidad. Las posibilidades de mezcla conjugando las tres razas, india, europea y africana, son realmente amplias, y aún sin agotar del todo dichas posibilidades, se llegó a una minuciosidad analítica sorprendente. (Olaechea.1992.260)
En el caso particular de nuestro país, en el Diccionario de Historia de Venezuela (Tomo 3, p.152), se constata que: «la rapidez y amplitud en la formación de la población mestiza se explican, por un lado, porque entre los españoles no existían trabas étnicas para cohabitar con personas de cualquier grupo racial y por otro, porque la conquista fue una empresa masculina en la que escasearon, por consiguiente, las mujeres blancas. El amancebamiento entre españoles e indias tuvo que ser frecuente, y de él surgieron los más importantes núcleos de mestizos venezolanos durante los siglos XVI y XVII.
Este hecho comunicó a esa población la situación incómoda de un origen ilegítimo…» Conviene recordar que nuestro mestizo por antonomasia, nuestro Garcilaso, el Inca, fue el conquistador Francisco Fajardo, hijo del español del mismo nombre en Isabel, cacica guayquerí. Este mestizo hispanizado, producto del cruce de español con india, quien, además del idioma español dominaba varias lenguas amerindias, fue a mediados del siglo XVI, uno de los protagonistas y artífices de la conquista de la zona Norcentral de Venezuela.
Para la época de la independencia de España, de acuerdo con datos suministrados por Eduardo Arcila Farias, en la Provincia de Caracas el 37.8 % de la población estaba constituida por pardos, término genérico utilizado para denominar el producto racial de la mezcla de negro con blanco, mientras que los blancos, incluyendo como blancos a los mestizos hispanizados, alcanzaban sólo un cuarto de la población, el 25.6 %, el resto eran negros e indios.
En fin, concluyamos con esta abarcadora cita de Uslar Pietri: «Este fecundo y original proceso de mestizaje que nos caracteriza está presente en todas las formas de nuestra vida social y cultural. Hay mestizaje vivo en nuestra lengua, en nuestro folklore, en nuestra literatura, en nuestras costumbres: Son mestizas nuestras técnicas de producción y nuestra arquitectura. La chícura va con el arado romano y la pared de bahareque con el techo de tejas. Junto a variantes activas del romancero castellano, está en la mente de nuestro pueblo, lleno de enseñanzas e incitaciones, el vasto ciclo pedagógico de las aventuras de Tío Tigre y Tío Conejo que nos dieron los africanos.
Hay todo un muestrario del mestizaje, en una fiesta como la de los diablos del Día de Corpus, y lo hay también en la evolución del barroco en las fachadas de nuestra iglesia, en el mobiliario del hogar tradicional, y en muchas de prácticas medicinales o mágicas. Es mestiza nuestra cocina (…) Nuestro quehacer histórico, nuestra originalidad histórica, tiene que ver esencialmente con ese proceso consciente e inconsciente de creación de formas, de concepciones y actitudes por medio del mestizaje. (Uslar Pietri, 1986, 319)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Avonto, Luigi (1999) Operación Nuevo Mundo. Américo Vespucci y el enigma de América. Instituto Italiano de Cultura. Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos – Caracas, Primera Edición.
Becco, Horacio Jorge. (1991) Crónicas de la naturaleza del Nuevo Mundo. Cuadernos Lagoven, Caracas.
Diccionario de Historia de Venezuela (1997) Fundación Polar. Caracas. Segunda Edición.
García, Jesús. (1990) África en Venezuela. Pieza de Indias. Cuadernos Lagoven Caracas. Primera
Edición.
Guerere Tabaré (1995) Las Diosas negras. Alfadil Editores. Caracas Primera Edición.
Guerra Cedeño (1984) Franklin. Esclavos negros, cimarroneras y cumbes de Barlovento. Cuadernos Lagoven, Caracas:
López de Gómara (1985) Francisco. Historia General de las Indias. Biblioteca de Historia, Ediciones Orbís, Barcelona.
Olaechea, Juan Bautista (1992) El mestizaje como gesta. Editorial MAPFRE, Madrid.
Pardo, Isaac J. (1988) Esta tierra de gracia. Papeles de Tierra Firme. Ministerio de Relaciones Exteriores, Caracas, Sexta Edición.
Uslar Pietri, Arturo (1986) Medio Milenio de Venezuela, con selección de Efraín Subero. Cuadernos
Lagoven. Caracas.
Viloria Vera, Enrique (2005) El mestizaje americano. Universidad Metropolitana / Caracas y Centro de
Estudios Iberoamericanos de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Caracas.
Enrique Viloria Vera